La Vanguardia

Actualidad de san Pedro Claver

- ALBERT BATLLE, JOSEP MARIA CARBONELL, MÍRIAM DÍEZ, EUGENI GAY, DAVID JOU, JORDI LÓPEZ CAMPS, MARGARITA MAURI, JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL, MONTSERRAT SERRALLONG­A I FRANCESC TORRALBA

Hay momentos en los que resulta oportuno, e incluso necesario en el seno de la propia Iglesia, recurrir al testimonio de sus santos para fortalecer el compromiso evangélico en el mundo. Uno de ellos es el de san Pedro Claver, de quien el papa León XIII llegó a decir, cuando lo proclamó “patrón de las misiones entre los esclavos”, que después del testimonio y vida de Jesús, era el que más le había impresiona­do.

Pedro Claver y Corberó, hijo de Verdú (Urgell), toma la tonsura clerical a los 15 años, pocos años después de haber perdido a su madre, y se traslada a Barcelona, apadrinado por su tío canónigo, con el fin de estudiar letras y artes; entra en contacto con los jesuitas y estudia filosofía en el colegio de Belén, ingresando en la Compañía de Jesús en 1602. Amplia estudios en el colegio de Montesión, en Palma, donde conoce al hermano portero Alonso Rodríguez –también elevado a los altares–, con quien establece una relación que le predispone al servicio de los más necesitado­s. Solicita ir a misiones y así llega a Cartagena de Indias; prosigue estudios en el Seminario de San Bartolomé de Bogotá y en la Pontificia Universida­d Javierana donde pide poder seguir como hermano portero. Sus superiores deciden que vaya a Cartagena de Indias, donde es ordenado sacerdote en 1616; momento en el que entra en contacto con el P. Alonso de Sandoval, investigad­or de la vida de los negros y absolutame­nte contrario al ambiente esclavista, y allí descubre su realidad y el tremendo comercio que ella produce.

Resulta difícil resumir la vida de este santo desde que decide estampar junto a su firma la rúbrica Petrus Claver aethiopum semper servus (Pedro Claver esclavo para siempre de los negros), que compromete­rá su vida, hasta el punto de ser criticado incluso entre los suyos, por despreciar a los blancos.

Pedro Claver acude a los barcos que arriban a Cartagena de Indias con su cargamento de esclavos en las lúgubres bodegas donde, hacinados por sus captores, los transporta­n para venderlos en el Nuevo Mundo. Allí descubre el espanto de aquellos que han sobrevivid­o en condicione­s inhumanas y de terror a la travesía. Desciende a las bodegas, y provisto de agua, frutas y primeros auxilios, limpia sus heridas, os abraza, los consuela y besa sus llagas. Como quiera que no resultaba fácil, pide informació­n, incluso ofreciendo misas a quien así lo haga, del arribo de los barcos para no dejar ni un solo de esos siniestros cargamento­s sin auxilio. Han sido comprados en África por dos escudos y van a ser vendidos en destino por doscientos, un negocio indiscutib­le a pesar de los muchos que llegaban ya sin vida.

Consciente de que no podía suprimir la esclavitud a pesar de denunciarl­a, san Pedro Claver no cejó en sus esfuerzos por aliviarla. Ni las dificultad­es ni la austeridad de su vida de oración y sacrificio, le impidieron dedicarse a su labor misericord­iosa y tampoco desatendió a otros pobres o marginados, como es el caso de los leprosos que personalme­nte atendía; los condenados por delitos comunes en los calabozos y los condenados a muerte. A todos dedicó su existencia y, en los casos de peste, fue el primero en auxiliar a los apestados, enfermedad de la que falleció en 1654.

Su muerte provocó una verdadera manifestac­ión de duelo; cientos de esclavos y de personas de toda condición se acercaban a rendirle homenaje, incluso sus enemigos ideológico­s. Desde entonces descansa en la catedral que lleva su nombre en Cartagena de Indias y su tumba ha recibido la visita de papas que se han arrodillad­o ante San Pedro Claver, “patrón de Colombia y de Misiones entre los esclavos”.

Hoy la situación de aquellos que son arrebatado­s de su tierra es distinta, ya no son aparenteme­nte esclavos; a diferencia de aquellos, que era comprados y vendidos, pagan a los nuevos traficante­s para conseguir una vida digna. sin embargo muchos siguen muriendo en el mar, los otros no llegan a ningún destino; son hacinados en campos de refugiados; rechazados en los países a los que arriban, y a lo sumo esperan cercados por espinos en grandes campos de concentrac­ión sin futuro ni consuelo ante una situación también hoy desgraciad­amente irreversib­le, pero contra la que hay que luchar por la dignidad de todos, pues no hay ser humano que no sea hijo de un mismo Creador, nuestro Dios.

Los inmigrante­s de hoy pagan a los nuevos traficante­s para conseguir una vida digna

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XAVIER CERVERA Escultura en Cartagena de Indias

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