No defraudar la esperanza de los pobres
El papa Francisco quiso, ya hace dos años, que un domingo de noviembre los católicos y los hombres y mujeres de buena voluntad reflexionáramos sobre la cuestión desgarradora de por qué hay pobres, cómo nos relacionamos con ellos, y cómo podríamos mejorar su situación. El Papa ha enviado un mensaje para la IIIª Jornada Mundial de los Pobres, que es hoy. Propone un lema con las palabras del salmista “la esperanza de los pobres no se verá defraudada” (Salmo 9,19), que expresan una verdad profunda que quiere devolver la esperanza a los que la hayan perdido a causa de la injusticia y la precariedad de la vida.
Es importante prestar atención a las nuevas esclavitudes a las cuales están sometidas millones de personas. Familias que se ven obligadas a abandonar su tierra; huérfanos a causa de la explotación a sus padres; jóvenes en busca de realización profesional; víctimas de tantas formas de violencia; millones de inmigrantes. Y las personas marginadas y sin hogar. El Papa es hoy la voz que denuncia que los pobres son tratados como desperdicios o bien son vistos como una amenaza o como gente incapaz. Sólo porque son pobres.
En cambio, si atendemos a la Biblia, el pobre es aquel que confía en el Señor, porque tiene la certeza que nunca será abandonado. Dios no es indiferente ni se queda silencioso ante su oración. Hace justicia al oprimido y no se olvida; es para él un refugio y no deja de ayudarlo. Ante la multitud innumerable de indigentes, dice el Papa, Jesús no tuvo miedo de identificarse con ellos: “Todo aquello que hacíais a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hacíais a mí” (Mt 25,40). Huir de esta identificación es falsificar el Evangelio y atenuar la revelación cristiana. El Dios de Jesús es un Padre misericordioso, generoso, que ofrece esperanza a los que están privados de futuro. Junto con las Bienaventuranzas son un programa que la comunidad cristiana no puede subestimar. De eso depende que sea creíble su anuncio del Evangelio y el testimonio de los cristianos.
La Iglesia, estando próxima a los pobres, se reconoce como un pueblo grande, cuya vocación es no permitir que nadie se sienta excluido, porque implica a todos en un camino de salvación. La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo en el anuncio del Evangelio, sino que pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica. La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y rechaza es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo deben hacer para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza a tantas personas indefensas. En ellas, la caridad cristiana encuentra su verificación, porque quien se compadece de sus sufrimientos, con el amor de Cristo, recibe fuerza y confiere vigor al anuncio del Evangelio.
Además de ayudar a los pobres, se trata de ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista, que descarta a muchas personas, orientada a aumentar el bienestar superficial. Hace falta un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y dar cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios. Ayuda a vivir y hace feliz un compromiso de amor gratuito, mantenido, que comunique esperanza. El Papa concluye su mensaje diciendo que “los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor”.
La Iglesia se reconoce como un pueblo grande, cuya vocación es no permitir que nadie se sienta excluido