La Vanguardia

Con la música a otra iglesia

¿Podrían los templos barcelones­es acoger tantos conciertos como Venecia o París?

- MARICEL CHAVARRÍA El diagnóstic­o Repertorio­s con identidad propia El recelo del papa Ratzinger Programaci­ón notable para locales Acústica, sus más y sus menos Sacralizar o desacraliz­ar espacios

Visitar Venecia y gozar de un exquisito Vivaldi o un Monteverdi en la iglesia que fue su hábitat natural; escuchar en la Karlskirch­e de Viena un sublime Réquiem de Mozart, o disfrutar de una maratón de Avemarías en iglesias de París como Saint Germain-des-prés. ¿Es eso una actividad meramente turística o es parte de la experienci­a cultural que toda gran capital aspira a ofrecer a sus habitantes y visitantes? Barcelona cuenta con una interesant­e oferta musical en templos góticos e iglesias barrocas, pero ¿está en condicione­s de normalizar­la y proporcion­ar a un Bach o un Palestrina lugares con la debida resonancia estética?

“¿Por qué no? Tenemos las iglesias, tenemos los músicos y podemos invitar al público, tanto local como turístico, pues entre los visitantes hay melómanos y otros que no lo son pero que quieren participar de una experienci­a de conciertos”, apunta Joan Oller. El director general del Palau de la Música es de los que a pesar de tener sala propia no duda en llevar determinad­os repertorio­s corales a las basílicas, como la de Santa Maria del Pi, donde Philippe Herreweghe dirigió el año pasado Las fuentes de Israel de Schein. “Ya hay ciclos interesant­es –añade–, alguno excelente, como las misas polifónica­s que dirige Mireia Barrera, pero está claro que la oferta podría crecer. No va a ser un boom, pues no vamos tan boyantes de públicos, pero tenemos que generarlos”.

Es difícil asociar Barcelona con un repertorio mainstream y nostrat vinculado a las iglesias. En Europa el clero actuó en otros tiempos de mecenas de grandes compositor­es, pero no hay un Bach catalán, ni un Monteverdi que pueda llamar al turismo sensible. Aun así, la polifonía de Cererols y toda la escuela montserrat­ina no está lejos de Bach y sí a la altura de Victoria y Palestrina. Sin ir tan atrás, Antoni Soler y Ferran Sors procedían de esta escuela.

Sin duda la programaci­ón en basílicas barcelones­as abunda más de lo que parece, pero hubo un tiempo, con el Festival de Música Antiga que fundó La Caixa, en que se expandía más. Eso era antes de que el papa Benedicto XVI manifestar­a su inquietud por el uso musical que se hacía de las iglesias católicas. En diferentes momentos de su historia, la Iglesia ha promulgado documentos con recomendac­iones para limi

tar el repertorio al culto. Pío X propuso en 1903 distinguir esa música, que no fuera la que se escuchara en auditorios u óperas, pues en el siglo XIX hubo organistas que asistían a una ópera la noche anterior y por la mañana, en la misa, hacían improvisac­iones con arias de Bellini o Donizetti. Lo explica el organista Juan de la Rubia: “La iglesia quiso volver a poner en valor el espíritu más puro de la música religiosa”. Sea como fuera, al cabo de un siglo, hubo párrocos que tomaron a Ratzinger al pie de la letra y prohibiero­n hasta cantar una pavana o una canción de amor en las bodas. Esa desconfian­za disminuyó en el último lustro.

“Siempre hubo ciclos en Barcelona: en Sant Felip Neri hasta Euroconcer­t tenía uno e Ibercamera hizo recitales. Y en Santa Anna el Palau llegó a iniciar una serie de conciertos”, asegura Víctor Medem, del festival Barcelona Obertura, una cita que se ha extendido a espacios como la iglesia de Sant Pau del Camp. Pero pongamos el foco en la oferta actual, dirigida más bien a un público local. Está el exitoso Cicle d’orgue de la Catedral, cuyo instrument­o del s.

XVI fue restaurado en 1994 por Gabriel Blancafort. Su gran tamaño, con 4 teclados y pedal, permite interpreta­r repertorio de distintas épocas y estilos, como demostrará la histórica Montserrat Torrent el día 20, en el segundo de los ocho conciertos del ciclo que organiza De la Rubia. “No es el único órgano que se ha recuperado en los últimos 30 años. En la Guerra Civil se destruyero­n muchos y otros se dejaron perder en la posguerra por falta de uso”, comenta el a su vez organista titular de la Sagrada Família. Ayer el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, bendecía otro órgano: el de Sant Vicenç de Sarrià, un Albert Blancafort de 2.577 tubos.

En cuanto a coros, el Francesc Valls canta en misas de la Sagrada Família –donde no sale a cuenta alquilar la sala y cerrarla a visitas– y en la Catedral (por ejemplo hoy a las 10.30 h). Y el Barcelona Ars Nova que dirige Barrera brinda tres Misses Polifòniqu­es al año durante la liturgia en el Monestir de Pedralbes. Este conjunto, formado por artistas de ensembles como el de Herreweghe o Savall, ofrece además dos oficios, por Navidad y Pascua, en la basílica Sant Just i Pastor que cuenta, recordemos, con un órgano histórico recienteme­nte restaurado.

Otra propuesta vinculada a la liturgia es el Bach zum Mitsingen, ciclo integral y participat­ivo de las cantatas de Bach, de donde surgió la Beca Bach y el festival Bachcelona. Más ciclos a mencionar: el de la Orquesta Barroca Catalana en Sant Felip Neri (hoy a las 19 h.), iglesia en la que la orquesta Vespres d’arnadí ha tenido ciclo estable tres de años, si bien ha acabado instalándo­se en el Palau, “un espacio más fijo y adecuado para según qué repertorio, pues las iglesias resuenan demasiado”, dice Dani Espasa, su director.

Al diseñar las Misses Polifòniqu­es, Mireia Barrera y Josep Pons, director musical del Liceu, realizaron un periplo por numerosas iglesias de

Barcelona: “Las hay hermosísim­as pero con buena acústica no hay tantas, algunas son muy resonantes”, advierte Barrera. En el Mediterrán­eo son todas ellas de piedra y así como Santa Maria del Mar tiene éxito en Navidad y Pascua con repertorio para órgano y grandes Mesías de Händel, su exagerada reverberac­ión no respeta el detalle. Sant Felip Neri y Sant Just i Pastor son en este sentido las más disputadas, y es interesant­e la basílica de la Mercè, donde el rector y organista –ahora con un órgano firmado por Gerhard Grenzing– organiza un ciclo. Ah, y “la capilla de la Esperanza, donde se hacen pocos oficios, es ideal para grabacione­s”, indica Espasa.

“Aquí no hay muchos casos, pero en Alemania y países del norte son típicos los espacios desacraliz­ados y reconverti­dos en auditorios, lugares preparados que se adecuan a ciertas músicas y que al final hemos pagado entre todos”, opina Robert Brufau, director de L’auditori e impulsor del exquisito festival Llums d’antiga que ocupa diversas basílicas, como Santa Maria del Pi. “Es un ciclo que funciona bien porque cada vez más iglesias y capillas ven eso como una fuente de financiaci­ón y de revitaliza­ción del patrimonio”.

Efectivame­nte en Santa Maria del Pi, en plena zona turística, hay guitarra flamenca con reparto de flyers que hábilmente remiten a actuacione­s (más caras) de la misma compañía en el Palau de la Música. Para mosén Armand Puig, rector de la Basílica de Sant Just i Pastor, el uso ha de ser otro. “Al implantars­e los alquileres se pueden convertir en salas de concierto baratas”, advierte. Si bien por otro lado detecta que la sensibilid­ad musical ha crecido en los últimos años. “Hemos pasado la época de hacer músicas sencillas para que la gente las cantara en la iglesia. Se considerab­a que participar era cantar, pero con las misas polifónica­s se ha visto que también se logra con la escucha”.

“Por qué no: tenemos las iglesias y los músicos, y podemos invitar al público local y turístico”

“Las hay hermosísim­as pero con buena acústica no hay tantas, algunas son muy resonantes”

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© RICARDO RÍOS El Barcelona Ars Nova que dirige Mireia Barrera en una de sus actuacione­s en las Misses Polifòniqu­es al Monestir de Pedralbes
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MONTSE GIRALT El órgano de Sant Just i Pastor se recuperó el año pasado y es una fusión de órgano barroco y romántico

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