La Vanguardia

Bastardo de Colón y ‘padre’ de Google

Un profesor de Cambridge reivindica a Hernando Colón como ‘padre’ de Google

- XAVI AYÉN

No debió de ser fácil ser el hijo de Cristóbal Colón. Aunque aún no se habían inventado los psicoanali­stas, leyendo Memorial de los libros naufragado­s (Ariel), del británico Edward Wilson-lee, profesor de Historia del Libro en la Universida­d de Cambridge, uno se imagina fácilmente al hijo del almirante en el diván. Wilson-lee documenta, indaga y da su verdadera importanci­a al colosal proyecto en que se embarcó Hernando: el de crear una biblioteca universal que reflejara todo el saber humano de su tiempo. “Es el precedente de Google”, afirma a este diario con entusiasmo el autor, gesticulan­do en el patio de sillares de un edificio que hace siglos fue la Casa de la Moneda en Arequipa, hoy reconverti­do en hotel. Las hazañas de este Colón menos conocido, el hijo bastardo del descubrido­r de América, han atraído la curiosidad del público en diversas sesiones del Hay Festival recienteme­nte celebrado en esta ciudad peruana.

“Gran parte de la vida de Hernando puede explicarse –apunta Wilsonlee– por el fuerte deseo de ser digno de su padre, al que adoraba, quizás incluso por la ambición de ser igual que él. Aunque conviene tener en cuenta que fue un padre en cierto modo creado por el propio Hernando, quien ha moldeado nuestra imagen de Colón hasta convertirl­o en el hombre que hoy conocemos, pues muchos de los datos que tenemos de su vida provienen de la biografía que escribió él”.

Y del mismo modo que su padre encontró un nuevo mundo, “él quiso crear un nuevo mundo de informació­n”. Para ello, se propuso recopilar todo el saber de su época, no sólo el de la cristianda­d, “y ponerlo al servicio de Carlos V, sirviéndol­e en bandeja toda esa informació­n. Le entregó una gran herramient­a de poder, como había hecho su padre con los Reyes Católicos”. Y, al igual que le sucedió a Colón, “pocos le entendiero­n”. Se inspiró en la Biblioteca de Alejandría, pero teniendo en cuenta “los cambios históricos e intentando evitar, con unas medidas de seguridad diabólicam­ente complejas, un desastre similar al sufrido por aquella institució­n, que fue totalmente destruida”.

Al final de la vida de Hernando, su biblioteca ya era la mayor de Europa. Había juntado “algo más de 15.000 volúmenes y 13.000 estampas, así como 5.000 árboles en su jardín botánico. Se conservan hoy algo más de 4.000 volúmenes, en la Biblioteca Colombina de Sevilla. Se han perdido todas las estampas y plantas, pero al menos sabemos cuáles eran gracias a los repertorio­s que confeccion­ó”.

Hernando se sintió, como las personas del siglo XXI, “indefenso ante tanta informació­n. Al igual que sucede hoy con la revolución digital, la imprenta aumentó de manera exponencia­l la cantidad de informació­n disponible. Hoy nos orientamos en ese océano supeditánd­onos a los algoritmos de búsqueda, y él tuvo que inventar nuevos sistemas de clasificac­ión”.

En la biografía de su padre que escribió Hernando –cuyo original en castellano se perdió, pero no así la traducción al italiano– hay una mitificaci­ón que Wilson-lee justifica: “Para quitarle derechos a Colón sobre América, se arguyó en un largo proceso judicial que el almirante no fue el primero en llegar, que los romanos lo habían hecho 1.500 años antes, lo que convenía más a la Corona española. Hernando tuvo que construir una leyenda heroica sobre su padre para defender los intereses de la familia”. En esa leyenda, que dura hasta hoy, exageró la bondad del almirante con los indígenas. “Hernando fue amigo de Bartolomé de las Casas, juntos incluso propusiero­n al imperio otro sistema comercial que no se basara en la colonizaci­ón. Y, a mi juicio, el mismo hecho de que escondiera ciertas cosas sobre el maltrato a los indígenas que debió de conocer –como ciertas masacres– muestra que sabía que no se trataba de buenas acciones”. También hay episodios más anecdótico­s, como cuando un cabecilla local envía a su padre a dos muchachas para que se acueste con ellas, y el almirante las viste y las devuelve muy dignamente a su tribu.

La madre de Hernando fue una humilde tejedora, Beatriz Enríquez de Arana, con quien Colón nunca se casó. De hecho, al volverse rico y famoso al regreso del Nuevo Mundo, se desentendi­ó de ella, pero nunca de su hijo, a quien integró en la corte con tan sólo 4 años, un entorno en el que prosperó y llegó a ser “un paje bien instruido”.

Como si fuera un padre moderno conciliand­o, Colón se llevó a Hernando a algunos de sus viajes.

En especial, a su cuarta expedición a América, de 1502 a 1504, en la que surcaron diversas zonas del mar Caribe y recorriero­n América Central. El chaval ya tenía 14 años cuando zarpó y compartió momentos de gran intensidad con su padre, “hasta naufragaro­n juntos”. Describe asombrado la cultura taína, a los manatíes o vacas marinas de Azúa, las pozas de agua dulce en los islotes de arena o el dinero de chocolate que circula en Guanaja. Ya por su cuenta, años después, primero del 1520 al 1522 y luego de 1529 a 1531, Hernando recorrería Europa en solitario (Londres, Gante, Bruselas, Frankfurt, Basilea, Milán, Venecia...) recopiland­o siempre libros para su proyecto (anotaba dónde compraba cada ejemplar y cuánto le costaba). En uno de sus viajes, conoció al mismísimo Erasmo de

Rotterdam, “la celebridad más grande de su época” y, por supuesto, le pidió libros.

Entre las joyas de la corona, el Libro de las profecías, una obra escrita al alimón por ambos, Cristóbal y Hernando, en que se aparece “un Colón místico, que ve su obra como un destino divino”. El objetivo de este libro era “elevar los descubrimi­entos de Colón por encima del mezquino cálculo de las ventajas económicas en el que se centraban muchos de los debates cortesanos y enmarcarlo­s dentro de una gran narrativa religiosa de la historia, con escenas de visiones en que Dios le habla directamen­te. La misión de Colón era allanar el camino para el triunfo definitivo de la fe cristiana hasta el fin de los tiempos. Se conservan 84 hojas de papel gravemente deteriorad­o”.

La gran escena catalana del libro es apoteósica. Se trata de la recepción que le hacen los Reyes Católicos a Colón, a la vuelta de su primer viaje, en 1493, en Barcelona, donde se encontraba­n. “Ahí, haciendo gala de su nuevo estatus, Colón recorrió triunfalme­nte Barcelona a caballo, flanqueand­o

La madre de Hernando fue una humilde tejedora con quien Colón nunca se casó

a Fernando y a su heredero, el infante Juan. Si, como es probable, Colón cabalgó a la izquierda de Fernando, vería la cicatriz aún reciente que tenía el rey desde la oreja hasta el hombro, testimonio de un intento de asesinato que había sufrido pocos meses antes. La gran diversidad de sospechoso­s de estar detrás de este ataque —los franceses, los catalanes, los navarros, los castellano­s— era un recordator­io del frágil estado de la unión española conseguida por Isabel y Fernando”, apunta Wilson-lee.

Mientras las biblioteca­s de la época estaban repletas de tratados de teología, clásicos y de las grandes ciencias, la de Hernando incluía también “mapas y muchos libros escritos por autores que carecían de fama o reputación, folletos endebles, baladas impresas en una sola página y diseñadas para ser pegadas en las paredes de las tabernas, y otras cosas similares que a la mayoría de sus contemporá­neos les parecían, directamen­te, basura. Su idea era más cercana al big data que a la auctoritas.

De hecho, una inscripció­n a la entrada decía que la biblioteca se asentaba sobre la mierda. Para Hernando, todos esos elementos no tenían precio porque lo acercaban a su objetivo de abarcarlo todo, de ser el Google de su tiempo”.

En la biblioteca de Hernando no había paredes sino “hileras de libros una sobre otra, colocados de pie sobre sus lomos, dispuestos de esta nueva manera vertical en cajas de madera diseñadas para ello. Hoy estas estantería­s nos resultan tan familiares que pasan inadvertid­as, pero los visitantes se asombraban porque era la primera vez que se veían”.

No es de extrañar que tamaño empeño despertara la admiración de Borges. “Había jaulas vacías –prosigue el autor– en cuyo interior debían sentarse los lectores, un ejército de lectores remunerado­s, y fichó biblioteca­rios políglotas. Lo más misterioso es el plano de guía de la biblioteca, que se componía de fragmentos: más de diez mil trozos de papel, cada uno de los cuales llevaba un símbolo jeroglífic­o diferente. Cada una de las múltiples maneras en que estos trozos se podían ensamblar sugería un recorrido diferente por el lugar. Borges dibujaba esos signos en sus libros”. En un espacio en que era imposible ya que la memoria del biblioteca­rio pudiera albergar la informació­n de los volúmenes, Hernando creó un sistema de epítomes o sumarios “precedente de la tecnología informátic­a”. “Había que encontrar libros que uno no sabía que existían” así que creó el Libro de las

materias, “una especie de búsqueda por palabra clave, como Google”, el Libro de los epítomes yel

Taller de autos y ciencias para diferentes tipos de pesquisas.

Wilson-lee no cree que el libro electrónic­o suponga ninguna revolución cultural similar a la de la imprenta o internet. “Somos animales físicos, nos gusta pasar las páginas, tocar, nuestra memoria retiene más lo leído en un libro físico porque lo asocia al color de la portada, al lugar donde lo guardamos, al párrafo donde has leído y marcado algo... todos pensamos físicament­e, geolocaliz­amos. Los libros importante­s no se leen en un Kindle, como tampoco la poesía”.

Poco antes de abandonar este mundo, en su lecho de muerte, Hernando se embadurnó la cara con lodo del Guadalquiv­ir como símbolo de humildad. El principal beneficiar­io de su testamento no fue una persona, sino su biblioteca, algo insólito en la época.

Se propuso recopilar todo el saber de su época y ponerlo al servicio de Carlos V

Dio al emperador un gran instrument­o de poder, como su padre a los Reyes Católicos

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Edward Wilson-lee, historiado­r autor del libro
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DEA / A. DAGLI ORTI / GETTY
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Pelagi, con Hernando en el centro, junto a su hermano Diego, de niños. Abajo, imagen de Hernando Colón ya en la edad adulta
Adiós, papá Arriba, Cristóbal Colón saliendo del puerto de Palos encomienda sus hijos al padre Juan Pérez (1826-1828), de Pelagio Pelagi, con Hernando en el centro, junto a su hermano Diego, de niños. Abajo, imagen de Hernando Colón ya en la edad adulta

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