La Vanguardia

Un dudoso honor

- Màrius Carol Director

Quim Torra puede tener el dudoso honor de ser el primer presidente catalán inhabilita­do por no retirar una pancarta de la fachada del Palau de la Generalita­t. En realidad, por no hacer caso al requerimie­nto de la Junta Electoral, que le ordenó eliminar símbolos independen­tistas o de apoyo a los políticos presos y expatriado­s de los edificios del Govern. Torra se sentará hoy en el banquillo del TSJC por el incumplimi­ento de la norma. El ministerio público pide para el president un año y ocho meses de inhabilita­ción y una multa de 30.000 euros por desobedien­cia.

Creo que a ningún catalán que sienta las institucio­nes de gobierno como propias le hace feliz tal posibilida­d, independie­ntemente de su opinión sobre la gestión de Torra. Personalme­nte, le deseo que salga airoso, aunque me preocupa su línea de defensa. Ayer dio una entrevista al diario Ara, donde, a la pregunta del periodista sobre si valía la pena que el president pudiera ser inhabilita­do por una pancarta, respondió: “No hay batalla pequeña. Yo creía que esta pancarta representa­ba para muchos catalanes una idea de justicia y de derechos humanos, así que hice lo que hice.

Y yo voy a juicio a acusar al Estado de vulneració­n de derechos”.

Torra cree que cumplió con su deber en este asunto, pero la ley no es una cuestión de fe, sino de democracia. Un president de la Generalita­t debe velar por el cumplimien­to de las leyes, y él debe ser el primero en cumplirlas. Y si algunas le parecen injustas, está obligado a trabajar para cambiarlas. Pero es que, además, el president no debe serlo de una parte de la sociedad catalana, sino de toda ella. Esta misma sociedad que hoy se siente incómoda, molesta y desconcert­ada por tener que ver a su máximo representa­nte ante un tribunal por saltarse las reglas del juego.

El asunto de las pancartas tiene escasa épica. La imagen vodevilesc­a de la sustitució­n de una por otra, por personajes que no han sido elegidos por nadie para decorar a su antojo la fachada presidenci­al resulta descorazon­adora. Nada en este incidente ha valido la pena. No nos hace mejores, ni más fuertes, ni más astutos. Es otro episodio lamentable, perfectame­nte evitable.

A Torra hay que desearle suerte. No me atrevo a pedirle que reconozca que todo fue un error.

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