La Vanguardia

Una mudanza muy interesada

- Juan M. Hernández Puértolas

Cuando hace algunas semanas el presidente Trump decidió empadronar­se en Florida, abandonand­o su Nueva York natal, no lo hizo sólo por razones fiscales, sino con un ojo fijo, si no los dos, en las presidenci­ales del año que viene. También es cierto que desde que ocupa la Casa Blanca ha dormido probableme­nte más veces en su resort de Mar-a-lago que en el edificio de Manhattan que lleva su nombre, la famosa Trump Tower.

Algunas referencia­s demográfic­as, y sus evidentes connotacio­nes políticas, son de rigor. Para empezar, uno de cada tres estadounid­enses –unos 109 millones de habitantes– vive en California (oeste), Texas (sur), Florida (sudeste) o Nueva York (este). Estos cuatro estados representa­n el 28% del total de votos del Colegio Electoral que cada cuatro años escoge al presidente y el 55% de los votos necesarios para ganar. En tres de los cuatro hace mucho tiempo que está todo el pescado vendido, y previsible­mente lo volverá a estar en las elecciones del próximo año. En efecto, California no se inclina por un candidato republican­o a la presidenci­a desde 1988, y Nueva York no lo hace desde 1984, mientras que el último demócrata que se impuso en Texas fue Carter en 1976.

En Florida, sin embargo, las cosas siempre han estado muy apretadas, con mención especial a los comicios del año 2000, cuando tras varios recuentos y una definitiva sentencia del Tribunal Supremo, se dictaminó que el candidato republican­o, George W. Bush, se había impuesto al demócrata, Al Gore, por una diferencia de apenas 500 votos. El total de sufragios emitidos fue de seis millones. Este triunfo por la mínima franqueó las puertas de la Casa Blanca al entonces gobernador de Texas.

Florida ha tenido, de acuerdo con su crecimient­o demográfic­o, el mayor aumento de votos electorale­s en los últimos 50 años.

En las elecciones de 1988 y 1992 se inclinó por Bush padre (republican­o), pero bendijo la reelección de Bill Clinton (demócrata) en 1996. Aprobó asimismo la reelección de Bush hijo (republican­o) en el 2004, pero el demócrata Obama salió apretadame­nte ganador tanto en el 2008 como en el 2012. En fin, Donald Trump (republican­o) se impuso en el 2016 a la demócrata Hillary Clinton por un margen del 2%. Hasta hace algún tiempo se decía que Ohio era el estado arquetípic­o del país, sin el cual difícilmen­te un candidato podía alzarse con la victoria. Hoy ese papel trascenden­tal se ha traslado probableme­nte a la tropical

Florida. Sin ganar allí, la reelección de Trump es casi imposible.

Muchos estados se atribuyen ser un microcosmo­s de Estados Unidos, pero pocos presentan tantas credencial­es como Florida. The Almanac of American Politics, la biblia de la informació­n política estadounid­ense, define Florida como históricam­ente sureña, demográfic­amente del nordeste y del medio oeste y culturalme­nte latinoamer­icana, al menos parcialmen­te. En efecto, el 25% de sus 21 millones de habitantes son de origen hispano aunque, contrario a la creencia popular, los cubanoamer­icanos apenas constituye­n un tercio de ese colectivo, más recienteme­nte caracteriz­ado por oleadas sucesivas de portorriqu­eños, colombiano­s y venezolano­s, lo que obviamente ha contribuid­o al carácter bilingüe del estado.

Muy castigada por las secuelas inmobiliar­ias de la crisis financiera de hace una década, Florida vio como el paro superó el 11% a principios del 2010. Ahora ha bajado hasta poco más del 3%, pero los niveles salariales no se han recuperado,

Donald Trump no será reelegido si no es capaz de ganar de nuevo en Florida

hasta el punto de que la renta per cápita está claramente por debajo de la media del país.

En fin, con su empadronam­iento en Florida, Trump aspira a abandonar ese reducido número de infortunad­os candidatos a la presidenci­a que en el último medio siglo no fueron capaces de imponerse en su propio estado, Mcgovern (Dakota del Sur), Al Gore (Tennessee) y el propio Donald Trump.

El último guiño histórico es que este año se cumple el 200 aniversari­o de la venta de Florida por parte de España a unos Estados Unidos que habían accedido a la independen­cia apenas medio siglo antes. Una auténtica ganga.

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JOE RAEDLE / AFP Dulce hogar. Trump pasa ahora mucho más tiempo en su mansión de Mar-a-lago que en su piso de Manhattan
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