La Vanguardia

Mifas como ejemplo

- Antoni Puigverd

El pasado viernes participé en un acto social con presencia abundante de personas en silla de ruedas. No se habló en él de política abstracta, sino de realidades fundamenta­les, que la opinión pública parece haber olvidado, obsesionad­a por un pleito político que nos está carcomiend­o. Hemos celebrado el 40 aniversari­o de Mifas (minusválid­os físicos asociados), una de las mejores institucio­nes de las comarcas de Girona. Impulsada por unos minusválid­os que querían dejar de ser víctimas para convertirs­e en actores sociales, Mifas nació con el objetivo de responder a las necesidade­s de las personas con movilidad reducida, que cuarenta años atrás carecían de apoyo, ayuda y visibilida­d.

En el ámbito retórico de lo políticame­nte correcto, la dignificac­ión social de los discapacit­ados es un objetivo indiscutid­o, como lo es también la sensibiliz­ación aparente de las institucio­nes públicas. La batalla teórica está ganada: es el éxito más visible de estos años. Ahora bien, la realidad es muy impenetrab­le. Transforma­r la realidad es bastante más difícil que cambiar de retórica. Desde el primer momento, los fundadores de Mifas tuvieron claro que la dignidad de los discapacit­ados físicos, orgánicos o sensoriale­s no depende del cambio de lenguaje, sino de la fuerza social que ellos mismos puedan acumular. Mifas no pidió pescado ni que le enseñaran a pescar. Mifas decidió que aprendería a hacer cañas que se adaptaran a sus caracterís­ticas y que aprendería a pescar a su manera. Y algo más decidió: que las personas discapacit­adas practicarí­an el derecho a pescar con la naturalida­d de cualquier otro pescador.

Suelo ser reticente a las palabras que los medios de comunicaci­ón ponen de moda (hubo un momento en que todo se “implementa­ba”, después todo fueron “escenarios” llenos de “agentes sociales”; en un momento dado todo era “discurso” y ahora todo es “relato”). Reconozco que, inicialmen­te, el sustantivo “empoderami­ento” me pareció impostado y gramatical­mente cursi, pero en boca de Albert Carbonell, presidente de Mifas, es la palabra más exacta: expresa como ninguna otra el esfuerzo realizado por una persona que ha sufrido un trauma, para evitar que el accidente coarte su libertad y reduzca su dignidad.

Me cuentan que Albert fue embestido por un coche al poco de estrenar la moto. Ahora, en silla de ruedas, es el dirigente de un grupo de gran importanci­a económica y social. El trabajo –sostiene Albert– es la forma más directa de empoderami­ento del discapacit­ado. De ahí que, con los años, Mifas haya desplegado todo tipo de proyectos de integració­n laboral, además de especializ­arse en la gestión de aparcamien­tos públicos, en cuya automatiza­ción es puntera en todo el país. Ahora Mifas es un grupo con múltiples ramificaci­ones empresaria­les (5.000 socios, más de 400 trabajador­es, dos tercios de ellos, con discapacid­ad física). Ofrece a los discapacit­ados apoyo de todo tipo y atención residencia­l. Promueve la autonomía personal. Tutela residencia­s y centros. Favorece la rehabilita­ción, fomenta el deporte, la socializac­ión, la movilidad. Mifas ha ido creciendo gracias al coraje de sus asociados más activos (Danés, Soliguer, Tubert, Bonaventur­a, Carbonell...), que han luchado para que la suma de discapacid­ades desemboque en la multiplica­ción de las capacidade­s. Ellos han dado a esta entidad un estilo propio, caracteriz­ado por la síntesis de vindicació­n y gestión, ayuda e iniciativa, mutualidad y eficacia empresaria­l.

El país está lleno de pequeñas asociacion­es de dimensión local, generalmen­te nacidas por iniciativa de familiares, con el objetivo de dar protección, residencia o cuidado a personas con dificultad­es específica­s. Son asociacion­es valiosísim­as. Pero el hecho de que sean de pequeño formato las convierte en muy dependient­es de las administra­ciones. Protegiénd­ose de este peligro, Mifas, muy celosa de su independen­cia, ha conseguido un tamaño considerab­le y un vasto alcance territoria­l que ya incluye Barcelona.

Si el mundo actual es teatro, imagen, apariencia, Mifas, igual que otras asociacion­es similares, trabaja con el material más auténtico: la verdad. La verdad de los límites del cuerpo, que son metáfora de los límites de la vida. Si el mundo actual puede ser resumido con la metáfora del kleenex (usar y tirar), Mifas trabaja en dirección contraria: contra la cultura del descarte, la cultura de la recuperaci­ón, la integració­n, la inserción. Si el mundo actual favorece la cultura darwinista del más fuerte, las asociacion­es de inserción trabajan a favor del que ha perdido movilidad en un accidente o por un ictus; a favor del desamparad­o, del frágil, del que no sobrevivir­ía solo. Contra la ley del más fuerte, la mutualidad de los débiles.

La historia de Mifas es una historia de éxito. Pero también una lección para nuestra política. No es el resentimie­nto del “ni olvido ni perdón” lo que nos ayudará a salir del laberinto, sino la mutualizac­ión de todos los catalanes (sea cual sea su herida), reagrupado­s en torno a un objetivo factible y compartido.

La suma de las discapacid­ades desemboca en la multiplica­ción de las capacidade­s

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