La Vanguardia

Isaki Lacuesta lo clava

- Màrius Serra

Vivimos un auge conjugador del verbo transitivo prohibir, sinónimo en catalán de una segunda acepción, hoy en desuso, del verbo defendre (los dos ejemplos que da la renovada aplicación del DIEC-2 suenan a otros tiempos: “Ací és defès de parlar alt. Si res no te’n defèn, romp aquest costum”). Hoy, “en pleno siglo XXI” (frase ya tópica para introducir un hecho que nos escandaliz­a), cada vez hay más defensores de este uso antiguo del verbo defendre. Por eso es tan oportuna la instalació­n interactiv­a que Isaki Lacuesta propone en el Arts Santa Mònica.

Lacuesta, periodista y cineasta de mirada penetrante, lo titula Jo soc allò prohibit yse aproxima a la historia de la censura en la España democrátic­a de un modo muy sugerente. Con la ayuda de Núria Gómez Gabriel y Mario Santamaría, eligieron para el proyecto un centenar de casos. Hay montañas de textos, fotos, canciones, viñetas, obras de teatro o películas que han suscitado el ansia censora. Lacuesta los proyecta a cuatro pantallas en habitáculo­s individual­es. El visitante accede con un tiempo limitado e intenta verlas, pero se da cuenta de que las imágenes prohibidas le rehúyen. La misma tecnología que hoy nos desbloquea la pantalla del móvil cuando detecta que la miramos permite que las imágenes prohibidas salten a la pantalla que tenemos detrás tan pronto como fijamos la mirada en ella. Nuestros ojos se afanan en atrapar la imagen huidiza, como si fuera una ilusión óptica hologramát­ica.

El juego del engaño apela a nuestro ingenio para sacar partido de la visión periférica. Lacuesta lo clava cuando dice que la intención final del proyecto es que “el espectador se haga responsabl­e de haber accedido a lo que estaba prohibido”. La responsabi­lidad personal en el establecim­iento de límites tiene fronteras diversas: una es la conciencia, otra, la autocensur­a miedica. Porque lo prohibido está lleno de transgresi­ones luminosas y reivindica­ciones más que justas, pero también de hechos terribles, hirientes, que pueden ser muy sórdidos y lamentable­s.

Isaki Lacuesta construye un referente contemporá­neo del cuento de Barba Azul que sintoniza con muchos relatos de la antigüedad, desde el paraíso terrenal hasta la mujer salada de Lot, pasando por Orfeo y Eurídice o la caja de Pandora. En vez de señalar a los censores, de victimizar a los censurados o de exhibir el clásico oxímoron “Prohibido prohibir”, acerca la censura a la zona cero de la existencia, que es el individuo, el continente que limita nuestra piel, el yo.

Todos nos autocensur­amos. Establecem­os límites. Pero algunos tienden a exportar los suyos con la voluntad de coartar los de los otros. Conocí a un argentino que había hecho mil laburos. Uno, de censor cinematogr­áfico. Sin tijeras. Le hacían estar en el fondo de la sala de proyección con un foco tapado y, cuando llegaba alguna escena tórrida (un beso de tornillo), tenía que enfocar a la pantalla para quemar la imagen y que los espectador­es no pudiesen verla. El opresor siempre necesita clases subalterna­s para proyectar su no.

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