La Vanguardia

Gobierno amigo

- Enric Sierra

Las elecciones del 10-N han abierto en Barcelona un periodo de expectativ­a positiva, cosa que le viene muy bien a una ciudad convertida en el epicentro de la tensión urbana independen­tista. Por un lado, el anuncio de un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, como réplica al pacto vigente en el Ayuntamien­to barcelonés, dibuja un escenario de aparente mejor entendimie­nto entre la administra­ción central y local. Y por otra parte, la estrategia del cambio de cromos de votos que la alcaldesa Ada Colau propuso en verano para facilitar la aprobación de las cuentas públicas de Barcelona y de la Generalita­t parece que camina hacia la meta.

¿Es positivo que la misma coalición gobierne España y Barcelona? Hay pros y contras. No será la primera vez que la capital catalana tendrá un “gobierno central amigo”, pero el balance de los anteriores es desigual. La prueba es que los alcaldes socialista­s de Barcelona esperaron más de la Moncloa cuando la ocupaban Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Incluso, alguna vez, durante esos periodos, se llegó a oír en los pasillos del Ayuntamien­to el elocuente comentario: “¡Para qué queremos enemigos, con amigos como estos!”.

Es verdad que, entonces, eran los socialista­s los que se servían y comían solos esta relación bilateral, y ahora, por primera vez, serán dos partidos los que tendrán necesidad de facilitar acuerdos favorables a la ciudad

El reto de Colau y Collboni es aprovechar para Barcelona el futuro pacto de la Moncloa entre socialista­s y comunes

de cara a sus electores. Además, todavía desconocem­os si habrá algún ministro catalán y si el partido de Colau tendrá una silla en el ejecutivo de Sánchez e Iglesias. Sobre el papel, esta circunstan­cia ayudaría a desencalla­r muchos proyectos que Barcelona tiene congelados desde hace años o para activar eternas promesas sobre vivienda pública o ayudas sociales. Ese es el reto político que afrontan Ada Colau y su socio del PSC Jaume Collboni.

Los resultados del 10-N también han dado alas al plan de la alcaldesa de Barcelona que consiste en que ERC y Jxcat faciliten la aprobación del presupuest­o del Ayuntamien­to a cambio de que los Comunes hagan lo propio en el Parlament con el presupuest­o de la Generalita­t. Esa estrategia avanza sin excesivas dificultad­es, aunque con matices. Por una parte, ERC ha enfriado sus prisas por convocar elecciones en Catalunya después de ver cómo sus socios exconverge­ntes les han mordido electoralm­ente con un discurso más radical. Por eso, los republican­os priorizará­n ahora el presupuest­o catalán que elabora su líder Pere Aragonès antes que un adelanto electoral.

Este ambiente explicaría la abstención de ERC que la semana pasada propició la tramitació­n de las cuentas de Colau y también da contexto al voto en contra de Jxcat. Además, los republican­os están llamados a abstenerse para facilitar la formación del futuro gobierno central “amigo”. En este escenario, ERC quizás sueñe con una reciprocid­ad de socialista­s y comunes en el Parlament cuando someta a votación los presupuest­os de Catalunya. Un quid pro quo a tres bandas que, sin duda, ayudaría a que la política tome el relevo a la calle.

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