“Esta historia es muy personal porque yo fui a un campo de concentración”
Se ha ganado un lugar en la historia de la televisión gracias a su papel de Hikaru Sulu en la serie original de Star Trek junto a William Shatner y Leonard Nimoy, pero además este nieto de inmigrantes japoneses nacido en Los Ángeles en 1937 experimentó de primera mano el horror de los campos de concentración establecidos en Estados Unidos tras el ataque a Pearl Harbor, por lo que tuvo que mudarse con su familia a uno de esos centros en Arkansas, donde permaneció hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La segunda temporada de la serie The terror, que cuenta una historia completamente nueva, recupera ese momento oscuro de la historia estadounidense. El canal AMC estrena The terror: infamy hoy en España a las 22.10 h.
¿Por qué esta serie es tan importante para usted?
Esta es una historia muy personal porque pocas semanas después de cumplir 5 años, en 1942, mis padres me despertaron un día muy temprano junto a mis hermanos para que nos vistiéramos rápidamente mientras ellos hacían las maletas. Miramos por la ventana y vimos a dos soldados que venían hacia nuestra casa. Tenían rifles con bayonetas. Empezaron a golpearnos la puerta con violencia. Mi padre abrió la puerta, y a punta de pistola nos sacaron de la casa. No habíamos hecho nada malo. Bombardearon Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y la histeria de la guerra se apoderó de este país. Los norteamericanos de origen alemán e italiano pasaban desapercibidos, pero nosotros, los de origen japonés, éramos muy identificables. No hubo acusaciones ni juicios, pero 120.000 norteamericanos fueron encerrados en campos de concentración. A los 5 años me clasificaron como enemigo y como una amenaza para la seguridad nacional. Nunca me olvidaré de lo que nos cantaban: “Encierren a los japoneses”. Esta miniserie va a servir para que estas cosas que pasaron no se olviden y no vuelvan a ocurrir. Es la primera vez que se cuenta la historia de los campos de concentración de forma tan amplia.
Es uno de los pocos actores hollywoodenses de origen asiático de su generación. ¿Cómo de difícil fue que le dejaran entrar en la industria?
Muy difícil. Que yo, como norteamericano de origen asiático, quisiera ser actor en Hollywood en los años cincuenta era algo completamente delirante. Mi padre me dijo que me fijara en los papeles que nos tocaban en ese entonces: sirvientes, bufones y enemigos. Me preguntó si eso era lo que quería hacer. Y le respondí que yo iba a cambiar esa percepción, con total optimismo adolescente y una dosis de locura. Y en 1965 di con este proyecto fantástico llamado Star Trek. Para su creador Gene Roddenberry, la Enterprise era una metáfora de una nave que era la Tierra, y su fuerza provenía de la diversidad y de la unión entre la gente. Esa fue la razón por la que eligió al reparto de esa manera. Cada uno de nosotros representaba la diversidad de este planeta. Yo representaba a Asia.
¿Recuerda su primer encuentro con Gene Roddenberry?
Claro. Me describió la serie y me fascinó. Dijo que la historia tenía lugar en una nave enorme, con una tripulación de más de mil personas. Recuerdo que me explicó que no sabía como llamar al personaje asiático porque los apellidos suelen ser muy específicos de cada región. Durante el siglo XX Asia había vivido etapas turbulentas con muchas guerras, y él no quería favoritismos hacia ningún país. Estaba buscando un apellido asiático que incluyera a todo el continente, y así fue como me puso Sulu por el mar de Filipinas. Fue una oportunidad extraordinaria la de ser parte de un grupo de líderes que profesaran la diversidad y la unidad. Por eso siempre voy a estar muy orgulloso de haber participado en Star Trek y del hombre que tuvo la valentía de proponer una idea tan adelantada a su tiempo.
También tuvo que lidiar con otro tipo de discriminación...
Es cierto. Durante la mayor parte de mi vida adulta tuve que permanecer dentro del armario porque me encanta la actuación. Y nunca hubiera podido trabajar como actor si se hubiera sabido que era gay. Mi único remanso era un bar para gais donde podía bajar la guardia y hablar con otras almas gemelas. Hasta que escuché que la policía hacía incursiones en esos bares y se llevaba a todo el mundo a la comisaría para identificarles, una idea aterradora porque la mayoría ocultaba su orientación sexual y podía perder su trabajo o sus familias. Además, yo me sentía muy culpable porque mientras otros luchaban para que se reconocieran sus derechos, yo permanecía callado. Llegó la epidemia del sida y muchos amigos empezaron a perder peso y a fallecer. Yo decía lo que pensaba en otros temas, pero no hablaba de algo tan cercano como los amigos que se estaban muriendo. Me aplastaba la culpa. Al menos, hablaba con mi chequera. Hacía donaciones al movimiento gay y a la lucha contra el sida.
DECLARADO ENEMIGO EN CASA “Tras el bombardeo a Pearl Harbor, 120.000 norteamericanos fuimos detenidos”