“La política gira más en torno a cuestiones culturales que económicas”
Ignacio Sánchez-cuenca, sociólogo y profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid
Ignacio Sánchez-cuenca (València, 1966) es una voz autorizada que disiente del pensamiento hegemónico en muchas cuestiones que copan la agenda mediática española. Acaba de publicar La izquierda, fin de un ciclo con Catarata, editorial para la que también escribió La confusión nacional. La democracia española ante la crisis catalana. Atiendea La Vanguardia poco después del anuncio de un acuerdo para un Gobierno de coalición de PSOE y Podemos. Le coge por sorpresa.
La pregunta es casi obligatoria. ¿Qué foto hace de las elecciones?
Percibo que cada vez influye más la identidad nacional en el voto y en provincias que tradicionalmente eran progresistas se están produciendo cambios profundos. El voto a la izquierda se concentra en las zonas donde hay menos conciencia española: Euskadi, Catalunya, Comunitat Valenciana, Islas Baleares… Donde más ha crecido el nacionalismo español es donde suben más Vox y la derecha.
En su libro comenta que la izquierda puede hacer poco dada la supeditación de la política a la economía y el libre mercado y afirma que el sentido común se ha impregnado de tinte neoliberal.
Queda un margen de acción que no es irrelevante. Pero la política que se puede hacer tiene que ver sobre todo con ajustes parciales en el sistema y con corregir desigualdades. La izquierda tiene la capacidad de hacer reformas y de poner parches por aquí y por allá, pero no tiene la potencia suficiente para pensar en algún tipo de organización socioeconómica distinta de la existente. Si echamos la vista atrás, la izquierda e incluso la socialdemocracia pensaban que en algún momento dejaría de existir el capitalismo y que surgiría otra cosa. Ese horizonte se ha perdido definitivamente.
En esa tesitura que describe, ¿tiene sentido que haya un debate sobre la soberanía que se cede hacia Europa?
En España no se ha dado con tanta claridad, pero en otros países europeos esa cuestión ha roto por completo a la izquierda. Para algunos el Estado todavía es la instancia para cambiar el mundo. Otros lo ven como una ensoñación nostálgica y apuestan por buscar los cambios en otras esferas. Aquí el debate no ha sido fuerte porque no se ha cuestionado nunca el europeísmo, al menos desde las élites políticas, económicas e intelectuales.
Afirma que en España sólo se pone en cuestión que las soberanías se compartan a nivel interno y no a nivel supranacional.
Eso obedece a raíces históricas muy profundas y un desarrollo histórico de la nación un poco traumático. El nacionalismo español siempre se ha visto más cuestionado internamente que a nivel externo. No ha tenido que luchar contra instancias internacionales que lo amenazaran. La amenaza a la nación española siempre ha procedido del interior de nuestras propias fronteras. Como siempre ha existido esa amenaza la integración nacional no ha sido exitosa. Por ello todo lo que signifique compartir soberanía o fragmentarla hacia abajo produce una especie de reacción visceral. No hemos participado en las guerras mundiales, no hemos tenido un papel importante en las relaciones exteriores de países y ahora vemos con mucha más tranquilidad la posibilidad de ceder soberanías hacia arriba, hacia la Unión Europea.
Destaca en el libro que a la izquierda de la socialdemocracia tradicional al final se reclaman las políticas de la socialdemocracia de antaño. ¿Es falta de ambición?
Tenían mucha ambición electoral, pero salvo Grecia, apenas han podido llegar al 20%. Electoralmente no han conseguido sus propósitos y su ideario recuerda a lo que hacía la socialdemocracia en los años sesenta y principios de los setenta, antes de la crisis del keynesianismo. A veces adoptan cuestiones novedosas como la apuesta por la renta básica universal, que tiene mucho recorrido de futuro pero no forma parte de su batería de medidas más visibles.
Varios autores apuntan que la izquierda actual sólo se diferencia de la derecha en cuestiones socioculturales de diversidad, asuntos morales o simbólicas.
A medida que se ha ido estrechando el margen de lo posible en las políticas económicas se han agrandado las diferencias en el marco de las cuestiones morales, de todo lo que tiene que ver con derechos cívicos, estilos de vida, reconocimiento de la diferencia... La política gira más en torno a cuestiones culturales que económicas. Eso no significa que no haya nada que hacer, al final sí hay diferencias en materia económica y en la manera de abordar el mercado laboral, las pensiones o la redistribución... pero son menores.
¿Hay alternativas a ese sentido común neoliberal que define?
Luchar contra el sentido común neoliberal de nuestro tiempo es enfrentarse a un monstruo gigantesco. Lo único que puedes hacer es llamar la atención sobre ello. Cambiar las mentalidades no está en manos de nadie... responde a movimientos de época muy complejos.
Propone el ecologismo como eje transformador de la izquierda y no es novedoso. ¿Por qué ahora?
Es una cuestión que nos obliga a superar el planteamiento de la soberanía estatal. La crisis ecológica no se puede resolver de forma unilateral en cada estado, requiere un esfuerzo de coordinación enorme no sólo a nivel de Estados sino en todas las sociedades. Ahí veo una posibilidad y un espacio de transformación grande en el que podría reinventarse la izquierda en cierto sentido. La solución pasa por un proceso de coordinación de sociedades civiles a gran escala que fuerce a los Estados a actuar.
Volviendo al marco estatal... ¿A qué se refiere cuando dice que España tiene un problema de legalismo en la esfera política?
El componente legalista y el Estado de Derecho tienen un peso excesivo en el sistema democrático. La legalidad tiene que cumplirse, pero la legalidad es interpretable. Y para interpretar las leyes es necesario tener algo de sensibilidad democrática. Si los jueces carecen de dicha sensibilidad las sentencias van a ser muy literalistas y muchas veces van a producir resultados insatisfactorios desde el punto de vista político. Hemos visto demasiados casos en los que los jueces interpretan la ley de forma estrecha y administrativa, sin dar peso a la dimensión democrática de los problemas. Eso se ha ido agravando con el paso de los años y la justicia se ha usado para neutralizar problemas políticos sin reconciliar la ley con la democracia; buscando sólo una interpretación literal de la ley.
Esa lectura legalista de la democracia que atribuye a los jueces y se ha mimetizado con la política, ¿lamina la imaginación a la hora de buscar soluciones ?
Es un freno a cualquier tipo de innovación política. Si hay una demanda que no encaja en las leyes, se pueden cambiar. Lo que no se puede hacer es usarlas como freno o cerrojo. Eso es un uso perverso del derecho. Muchas veces los debates políticos se zanjan apelando a lo que cabe y lo que no cabe en la Constitución, pero eso no es una buena forma de resolver los conflictos. Hay que hacerlo en función de las razones que hay a favor de una alternativa o de otra.
IDENTIDAD NACIONAL
“El voto a la izquierda se concentra en las zonas donde hay menos conciencia española”
LEGALISMO Y JUDICIALIZACIÓN “La justicia se ha usado para frenar conflictos políticos sin reconciliar ley y democracia”