La Vanguardia

La tela de araña

- JORGE DE PERSIA

Dirección: Vladimir Ashkenazy Intérprete­s: Boris Belkin, violín Lugar y fecha: L’auditori (16/XI/19)

Estamos en unos tiempos en que, a la vez que ha avanzado notoriamen­te el nivel de los músicos de orquesta, los que se dedican a la dirección no gozan de la misma situación. La generación de los Abbado, Rattle incluso, y otros que conjugaban técnica y sensibilid­ad artística, no encuentra fácil sustitució­n. La orquesta sinfónica, en términos sociales, se considerab­a un símbolo de la industria; el director era el amo. Y tal como también se ve en los liderazgos políticos, los presidente­s cada vez son más endebles.

En los últimos tiempos se ha apostado por los más jóvenes, buscando el milagro rápido, a sabiendas de que la experienci­a en la dirección es un valor insustitui­ble, y los intentos por santificar a Gardiner, a Dudamel y otros ya se ven frustrados porque estamos en el terreno del arte. La secuencia directoria­l en la OBC ha sido un serio problema en los últimos años, casi dos décadas de deriva. Y ahora se contrata –¿quién decide?– directores poco consistent­es que deben compartir una semana de trabajo con muy buenos músicos.

El maestro Ashkenazy, muy buen pianista en sus tiempos, decidió acceder al podio hace muchos años sin iguales resultados. Y ahora, cargado por los años, le invitan aquí. Resultado, que hemos constatado una vez más que tenemos una muy buena orquesta. En su versión de La Mer de Debussy, dirigida por Ashkenazy, hay excepciona­les solistas, músicos que siguen a sus jefes de fila ante al vacío directoria­l y, en momentos de expresión plena como el último número de la obra, con un gran resultado. Las otras piezas tienen un tejido tan sensible que para eso están los directores, para establecer esa tela de araña que da consistenc­ia, que establece carácter, que hace que en el Concierto para violín n.º 2 de Prokofiev los juegos de tensiones arropados por las dinámicas tengan una culminació­n por ejemplo en la percusión. Felizmente un muy buen violinista como Belkin hizo su trabajo con calidad, aunque acompañado en la orquesta por frases atadas al conjunto sin entidad, sin espíritu, y no por falta de buenos músicos, sino del elemento integrador que es el director. Y otro tanto en la Pavana de Ravel, como en momentos de los dos primeros tiempos de La Mer, en que el discurso resultaba desestruct­urado.

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