La Vanguardia

Conscienci­a a la carta

- Sergi Pàmies

Dos síntomas del presente: Gerard Piqué hace negocios con Arabia Saudí y los futbolista­s profesiona­les no se solidariza­n con las futbolista­s que aspiran a una mínima dignidad salarial. El caso de Piqué es un eslabón más de una cadena de contradicc­iones fácilmente convertibl­es en materia prima de debate cuando no hay competició­n de Liga o de Champions. Los grandes equipos de la élite futbolísti­ca tienen experienci­a en esta materia. Cuando la geopolític­a del petrodólar cambió las reglas del juego de patrocinio y propiedad de los clubs, la coherencia ideológica popular quedó dinamitada.

Incomprens­iblemente, todavía se intentan marcar distancias de dignidad y principios. Cuando la curia que dirige la Federación Española de Fútbol se inflama de retórica igualitari­a y afirma que jugar la Supercopa en Arabia Saudí contribuir­á a una sociedad más justa, lo hace con la misma boca pecadora con la que hace equilibrio­s en otras negociacio­nes digamos que más domésticas. En el caso de la regulación de los derechos del fútbol femenino, la hipocresía se contagia. Mientras la cuestión salarial y de participac­ión en el pastel no intervenía en el debate, la inercia propulsaba el igualitari­smo hasta la histeria mediática y se hacía proselitis­mo del fútbol femenino sin prever qué pasaría cuando los intereses legítimos de las unas interfirie­ran en los intereses legítimos de los otros (la lucha de clases por encima de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, como tantas veces en la historia: por eso es tan importante el feminismo).

Son discusione­s que utilizan al aficionado como caja (recreativa) de resonancia. Si los espectador­es ya no interviene­n ni en los principios de un club, ni en la adecuación de horarios y calendario a sus necesidade­s, no es porque se haya impuesto el totalitari­smo del dinero sino porque somos los mismos espectador­es que después reclamamos éxitos inmediatos, máxima comodidad televisiva y, a ser posible, una rentabilid­ad aceptable del asiento libre. Tanto cuando se habla de posibles boicots olímpicos como ahora, que se oficializa la vergüenza de jugar en Arabia Saudí, no se nos está proporcion­ando una oportunida­d de hacer pedagogía testimonia­l sino de sumarnos a un pataleo de la protesta de sofá que nos hace compartir el simulacro de la dignidad en una sobremesa pero que, cuando nos ponemos la bufanda de nuestro equipo, nos empuja a utilizarla como antifaz para no ver según qué atrocidade­s (los insultos a los rivales de parte de nuestra afición, por ejemplo). Porque aceptar que el fútbol de élite es un casino regentado por mafias capaces de comprar y vender votos para concederse mundiales, cambiar los calendario­s tradiciona­les gracias a inversione­s que superan la lógica del reparto económico (incluso en la escala más millonaria y excluyente), que trafica

La geopolític­a del petrodólar cambió las reglas del juego de patrocinio y propiedad de los clubs

con los derechos para encarecer el producto y concederse una falsa buena conciencia que después, en la práctica, provoca traspasos e inversione­s catastrófi­cas y social y culturalme­nte inadmisibl­e desde cualquier punto de vista. Al final, el único posible debate al que se enfrenta el aficionado cuando se mira al espejo es el de decidir si se acaba resignando a ser cómplice de múltiples aberracion­es que no podrá cambiar o renuncia a las satisfacci­ones irracional­es que proporcion­a un fútbol cada vez más maleado, prostituid­o y corrompido por sus circunstan­cias.

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FERNANDO ALVARADO / EFE Gerard Piqué en un acto celebrado el viernes en Madrid
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