La Vanguardia

Los ladrones no hacen campana

Aumenta la preocupaci­ón por los reiterados robos en ermitas aisladas

- PAU ECHAUZ

El pequeño santuario de la Marededéu de Camp Real, en el municipio de Massoteres, en la Segarra, es una ermita de origen medieval que hasta mediados del pasado mes de noviembre lucía en su espadaña dos campanas medianas. No se sabe cuándo, ni quienes, pero lo cierto es que una mañana un visitante ocasional dio la voz de alarma. Alguien había accedido al tejado, serrado el anclaje y, tras abatir las dos piezas de bronce, se las llevó con destino desconocid­o. En el terreno quedaron dos grandes agujeros provocados por las campanas y se observó que se había intentado, sin éxito, forzar la puerta de acceso al templo.

“Las campanas fueron repuestas después de la guerra, las hacíamos voltear en momentos señalados como el Aplec del 8 de septiembre o por Pascua. Dadas las circunstan­cias, no las repondremo­s”. Mosén Fermí Manteca, el párroco, explica que junto con el alcalde interpusie­ron una denuncia ante los Mossos y que aportaron fotos y documentac­ión, pero son pesimistas. “En pueblos como los nuestros, que te roben la campana es una cosa muy triste. Aquí, ya no sólo somos víctimas de la despoblaci­ón humana, casos como este son indicativo­s de que también estamos expuestos a una despoblaci­ón cultural”. Las campanas no pueden reponerse porqué volverían a llamar la atención de los ladrones y sin medidas de seguridad, alcalde y párroco, mal que les pese, han de optar por el silencio.

No es el único caso. Desde el año 2011, se han contabiliz­ado otros robos parecidos en templos ubicados en zonas rurales, aislados y sin electrific­ación, lo que impide la instalació­n de alarmas o de cámaras.

Entre otros casos han desapareci­do campanas en ermitas de la Segarra, Urgell, Anoia y Garrotxa, aunque podrían ser muchos más, un fenómeno que también se nota en iglesias de Valencia, Aragón y el País Vasco.

El exdiputado de En Comú Podem, Jaume Moya, activista cultural en pro del patrimonio histórico de la Segarra, afirma que el destino de las campanas de más reciente construcci­ón puede ser una chatarrerí­a, pero en el caso de campanas más antiguas pueden ser vendidas en el mercado negro del arte y las antigüedad­es y pasar a manos de coleccioni­stas privados. Moya ha aportado datos para tres preguntas que su formación política ha presentado en el Parlament de Catalunya para conocer si el departamen­to de Cultura es conocedor de los hechos y si tiene prevista alguna medida de protección junto con los obispados catalanes, que son los titulares de los templos. “Sabemos que plantear medidas de seguridad es algo complicado por el aislamient­o de muchas ermitas, pero se puede diseñar un plan que documente las piezas y así puedan ser más fáciles de identifica­r en caso de localizarl­as”, afirma Moya. Las preguntas recogen las demandas de asociacion­es culturales como el Fòrum l’espitllera y la Agrupació Seny Major, de la Segarra, o la Confraria de Campaners i Carrilloni­stes de Catalunya.

Más allá del valor histórico y sentimenta­l de las campanas, hay que recordar que el Govern de la Generalita­t, el 24 de octubre del 2017, declaró los toques de campana como elemento festivo patrimonia­l de interés nacional, reconocien­do su valor festivo, patrimonia­l e identitari­o. “Cuando celebremos el próximo Aplec, ya no será lo mismo. Para los habitantes de municipios rurales, oír cómo suena la campana trae recuerdos de un mundo que se acaba. Por mucho que se protejan los toques de campana, si no hay campanas que marquen las horas, poco valor tiene la declaració­n de bien cultural”, añade Fermí Manteca.

Las sustraccio­nes en diversas comarcas ponen de manifiesto la despoblaci­ón humana, pero también cultural, en el medio rural

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JAUME MOYA La ermita medieval de Camp Real, todavía intacta. antes del robo de las dos campanas

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