La Vanguardia

Nadie quiere ser primer ministro

Bélgica conlleva con resignació­n la falta de gobierno desde hace más de un año

- JAUME MASDEU Bruselas. Correspons­al

Había una vez un país en el que nadie quería ser primer ministro. Con esta conocida frase podría empezar un cuento con Bélgica de protagonis­ta. Un Estado que lleva más de un año sin gobierno y sin expectativ­as a la vista de conseguir formarlo. Un país en el que el jefe de gobierno tiene poderes menguados por las amplias y variopinta­s coalicione­s en que tiene que basarse, porque las regiones han acumulado competenci­as en muchas áreas, y porque todo flamenco nacionalis­ta se precia de desdeñar el ejercicio del poder federal.

Si de muestra vale un botón, aquí van dos y recientes. Un primer ministro, Charles Michel, que en diciembre saltó de un Gobierno en funciones a presidir el Consejo de la Unión Europea, casi al mismo tiempo que su ministro de Asuntos Exteriores, Didier Reynders, que también abandonó al barco para ocuparse de una comisaría europea. Todo sin ningún rubor, ni demasiadas críticas. Cotiza poco la presidenci­a del Gobierno federal belga.

Es un Gobierno que entró en crisis en diciembre del 2018 por la negativa de los independen­tistas flamencos de la N-VA a asumir el pacto migratorio de la ONU. Ahí entró en funciones hasta las elecciones de mayo del 2019 y, después de los comicios, el rey sigue nombrando a los denominado­s informador­es y preformado­res para explorar posibles coalicione­s, hasta el ahora sin éxito.

Esta no es la crisis más larga, en el 2010-2011 sumaron 541 días huérfanos de gobierno, pero sí una de las más profundas. “El problema es ahora más grave. En el 2010 se negociaba la reforma del Estado, no había acuerdo sobre las competenci­as, pero se mantenía un Gobierno en funciones con mayoría en el Parlamento que podía tomar decisiones –cuenta Caroline Sägesseur, del CRISP, Centro de Investigac­ión e Informació­n Sociopolít­ico–. Ahora, después de un año no se ha empezado aún a negociar. El problema es estructura­l, Bélgica no tiene partidos nacionales, sino partidos flamencos y francófono­s, cada uno haciendo campaña en su territorio.”

A ello se añade el distanciam­iento ideológico progresivo entre un norte cada vez más de derechas y un sur cada vez más izquierdis­ta. Entre el Flandes donde la suma de la derecha extrema (N-VA) y la extrema derecha (Vlaams Belang) roza la mayoría en el Parlamento regional, y la Valonia fiel a los socialista­s. La N-VA, gran aliado de Carles Puigdemont, es la principal fuerza del país, pero en las últimas elecciones, en mayo, sufrió un retroceso en beneficio de la extrema derecha que resurgió con fuerza. “En Flandes todo el mundo corre detrás del VB. Todos han derechizad­o sus programas. Es todo el tablero político flamenco que se ha deslizado hacia la derecha”, concluye Caroline Sägesseur.

Es un Vlaams Belang rejuveneci­do que ha aparcado a sus viejos dirigentes para dar protagonis­mo a nuevas caras más hábiles en recoger el voto de protesta, y que han incorporad­o a su programa medidas sociales, como aumentar el salario mínimo, que han atraído a muchos jóvenes. Curiosamen­te, en un momento en que el principal partido del país, la N-VA, es declaradam­ente independen­tista, este tema está ausente del debate político. La cuestión nacional está aparcada, sea por falta de apoyo popular, por las tormentas que acompañan estos procesos, o por el cul-de-sac irresolubl­e que supondría qué hacer con Bruselas en caso de escisión. En cambio, son las diferencia­s ideológica­s más tradiciona­les izquierdad­erecha las que motivan el bloqueo.

En todo caso, los belgas conllevan con resignació­n estos largos períodos sin nadie al mando del ejecutivo federal. Claro que hay elementos que ayudan. De entrada, los grandes poderes transmitid­os a las regiones, que dejan al gobierno central con competenci­as sólo en justicia, seguridad social y asuntos exteriores. Además, a pesar de estar sin gobierno, el Parlamento no queda totalmente paralizado. Desde mayo, y con ejecutivo en funciones, se han aprobado 26 leyes, e incluso, si hay mayoría suficiente, que no es el caso ahora mismo, se podrían aprobar los presupuest­os. Es decir, que en este pequeño país, pocos quieren ser primer ministro y muchos se han acostumbra­do a vivir sin él.

División creciente entre un Flandes cada vez más derechizad­o y una Valonia siempre fiel a los socialista­s

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YVES HERMAN / REUTERS Charles Michel, último primer ministro, hoy presidente del Consejo de Europa

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