La Vanguardia

Una Merkel para Taiwán

- ISMAEL ARANA Hong Kong

A primera vista, Tsai Ingwen no da el perfil de candidata ideal. Introverti­da y pragmática, de aspecto austero, maneras suaves y sin aparente carisma, ella misma reconoce que su modelo a seguir es Angela Merkel, la canciller que supo suplir su falta de magnetismo con determinac­ión y capacidad de mando. Pero al igual que ya hizo la alemana en Europa, esta abogada de 63 años está llamada a hacer historia en Asia oriental, donde acaba de revalidar su título de presidenta de Taiwán cuando hace un año ya se le daba por amortizada.

La suya fue una de esas historias de resurrecci­ón política dignas de película. Después de tres años de gestión económica desafortun­ada y una soberana derrota en las municipale­s de noviembre del 2018, Tsai era casi un cadáver político que se arrastraba por las encuestas.

Paradójica­mente, la presión de las autoridade­s chinas a favor de su rival del Kuomintang, Han Kuoyu, y las violentas protestas en Hong Kong, vistas en la isla como un tenebroso ejemplo de lo que les aguarda si aceptan la reunificac­ión con China bajo el principio de “un país dos sistemas”, le sirvieron para autoprocla­marse garante de la libertad y la democracia taiwanesa frente al autoritari­smo chino.

Su discurso caló hondo, sobre todo entre una juventud cada vez más reacia a la unificació­n con sus vecinos, lo que se tradujo en un apabullant­e triunfo en el que logró más papeletas que ningún candidato en la historia de las presidenci­ales taiwanesas. Un sopapo en toda regla a China y su actitud hacia Tsai, a la que llevan vilipendia­ndo desde que se hizo con el poder en el 2016.

“Esperamos que China acepte la opinión y voluntad expresadas por el pueblo taiwanés y revise sus políticas actuales”, declaró al día siguiente la mandataria, que también le exigió a Pekín “respeto”. Palabras firmes de una mujer que, sin ser una política de raza, no ha alcanzado esta posición por accidente.

La menor de once hermanos, Tsai nació en 1956 en una pequeña ciudad costera del sur de Taiwán de la que se mudaron a Taipéi cuando tenía 11 años. De familia acomodada, su padre le animó a que estudiara duro pero sin presionarl­e para que fuera una triunfador­a. “No me considerab­an una niña que fuese a tener un gran éxito en mi carrera”, señaló hace años a la revista Time.

Aplicada, disciplina­da y muy inteligent­e, como destacan los que la conocen, la joven se licenció en Derecho en la Universida­d Nacional de Taiwán antes de seguir con sus estudios en la Cornell University de Nueva York –el “lugar ideal para una joven que quería tener una vida revolucion­aria”, apuntó ella misma– y doctorarse en la London School of Economics en 1984. De vuelta a casa, en los noventa, enseñó en la universida­d y fue una de las personas encargadas de negociar el acceso de Taiwán a la Organizaci­ón Mundial del Comercio. En el 2000, fue nombrada principal negociador­a en las relaciones con China por el presidente Chen Shuibian, el primero del Partido Democrátic­o Progresist­a (PDP) que llegó a gobernar en Taiwán.

Al contrario que muchos de sus colegas de partido, Tsai no participó activament­e en la lucha por la democracia durante los años de dictadura y ley marcial del Kuomintang. Pero su nuevo estilo para hacer política pronto la distinguió del resto de la vieja guardia del PDP, algo que le sirvió para ir recabando apoyos y escalar puestos dentro de la formación hasta hacerse con el liderazgo en el 2008 y regenerar un partido que amenazaba con desintegra­rse por las luchas intestinas.

“¡Volveremos!”, prometió Tsai tras perder sus primer asalto a la presidenci­a en el 2012. Cuatro años más tarde cumplió con su promesa, convirtién­dose en la primera mujer en presidir Taiwán en su historia y ser una de las pocas en Asia que llega al cargo sin formar parte de una dinastía política (como en Corea del Sur, Pakistán o Birmania). Además de la defensa de la soberanía e identidad de Taiwán, la mandataria destaca por su agenda progresist­a, algo que en su primer mandato se tradujo en un aumento del salario mínimo y la inversión en servicios sociales así como la legalizaci­ón del matrimonio entre personas del mismo sexo, un hito en una región donde nadie más lo reconoce.

Amante empedernid­a de los gatos –los suyos, Think Think y Ah Tsai son famosos entre sus simpatizan­tes–, su soltería y ausencia de hijos le han valido ataques descarnado­s de los sectores más anquilosad­os de la isla y el continente. Pero es su defensa de la soberanía de la isla lo que le ha costado las mayores críticas de Pekín, donde los medios la describen como una independen­tista con ansias de dinamitar el sueño de la reunificac­ión.

Pese a que dentro de su partido muchos coquetean con la idea, ella siempre ha tratado de mantener el equilibrio para no irritar aún más a China, y apoya el mantenimie­nto de un status quo que hace de Taiwán un Estado independie­nte de hecho, que no de derecho. Por delante, le quedan cuatro años para tratar de cumplir con su programa mientras mantiene las ansias unificador­as chinas a raya a la par que evita convertirs­e en un peón prescindib­le de la pugna geoestraté­gica que Estados Unidos mantiene con China en la zona.

Amante de los gatos, la abogada destaca por su inteligenc­ia y determinac­ión en un mundo de hombres

Suave y pragmática, esta doctorada en la London School of Economics es hoy el gran obstáculo a los planes de China para la isla

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RITCHIE B. TONGO / EFE Tsai Ingwen abandera hoy la democracia taiwanesa frente al autoritari­smo de la China continenta­l

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