La Vanguardia

Diez días de enero

- Fernando Ónega

Hace sólo diez días, Pedro Sánchez prometía su cargo ante el Rey y parece que ha pasado un año. Decisiones no se han podido tomar todavía, porque todo el tiempo se ha consumido en la formación de equipos, en tomas de posesión y en la novedosa liturgia de la pasarela de los nuevos ministros. La estética promete. El único que no desfiló fue Iván Redondo, a quien con bastante justicia llaman el auténtico vicepresid­ente. Estos diez días, de todas formas, ya permiten intuir por dónde irá el Gobierno, que, hay que reconocerl­o, ha salido majete: tiene su razonable dosis de guaperas, su aportación de solvencia, sus píldoras de revolucion­arios, y una saludable sensación de intentar cambiar el mundo. En el capítulo de las intencione­s, prueba superada.

Lo más notable posiblemen­te ha sido la promesa de los nuevos ministros, con los de Unidas Podemos prometiend­o guardar y hacer guardar la Constituci­ón y lealtad al Rey. Alberto Garzón pronunció quizá por primera vez en su vida la palabra Rey y dio un salto cualitativ­o al dejar atrás al Ciudadano Borbón. Por el momento no se intuye la revolución. Los mercados, esos extraños medidores de la confianza política, no están excitados y la prima de riesgo también dio su margen de confianza: ayer estaba en 67 puntos.

El comienzo, pues, está siendo razonable. Pero eso de “la legislatur­a más tensa” ya mostró los primeros síntomas. Las trifulcas hicieron su aparición. Hemos asistido a conflictos de poderes, primero entre el Ejecutivo y el Poder Judicial, con críticas de Pablo Iglesias a la justicia que lo situaron más en el ámbito independen­tista que de la posición tradiciona­l de los gobiernos de España. No hay mejor regalo para un secesionis­ta que subrayar que la justicia europea desautoriz­a a la española y humilla al Estado. En ese terreno sólo faltaba Dolores Delgado, que tendrá que dar grandes y rápidas muestras de autonomía para borrar la imagen de que el Gobierno quiere controlar la Fiscalía General del Estado.

Siguiente conflicto de poderes con la parte derecha del legislativ­o, que aprovechó el cambio de fecha de los consejos de ministros para amotinarse con el argumento de que se dificulta su derecho de participac­ión política. Hicieron casus belli de las sesiones de control, como si sus preguntas fuesen un prodigio de creativida­d y actualidad. Pero es un argumento que le viene bien al PP para denunciar el “carácter autoritari­o” de este Gobierno. Que a nadie le extrañe que el frente Partido Popular-ciudadanos presente recurso de inconstitu­cionalidad. Lo están pensando.

Y por último, el frentismo llegó a las institucio­nes, aunque ahí las responsabi­lidades se reparten entre PSOE y PP. Pablo Casado se instaló en el bloqueo, por ahora, para renovar el Consejo del Poder Judicial. No hay señales de acercamien­to ni de diálogo alguno. La falta de un pacto educativo ha degenerado en la gresca del pin parental, ese invento de Vox que terminará en los tribunales justo cuando se habla de desjudicia­lizar la política. Desjudicia­lización, racializad­as… Ignoro si este Gobierno cambiará el país, pero es seguro que va a cambiar el diccionari­o.

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DANI DUCH Dolores Delgado
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