La Vanguardia

PLAN VERDE El objetivo es “no dejar a nadie atrás”

Cien mil millones para evitar revueltas sociales de los afectados por la transición

- JAUME MASDEU Bruselas. Correspons­al

La irrupción del movimiento de protesta de los chalecos amarillos en Francia ha supuesto un toque de alerta sobre las protestas sociales que puede provocar la transición energética. El objetivo de convertir a Europa en un continente climáticam­ente neutro está fijado, aunque con un país, Polonia, que sigue arrastrand­o los pies, pero para llegar a conseguirl­o será necesario no sólo una enorme financiaci­ón del proceso, sino también medidas y fondos para paliar el impacto que la transforma­ción tendrá en las capas de población afectadas.

La estrategia financiera presentada esta semana por la Comisión Europea incluye los dos ámbitos. Prevé movilizar un billón de euros para asegurar la transición, de los cuales 100.000 millones de euros están destinados a paliar el daño a los más afectados. El objetivo es evitar que “nadie se quede atrás”, según reza el lema acuñado por la presidenta Ursula von der Leyen.

Es evidente que en la Francia periférica y rural muchos sintieron que “se quedaban atrás” y por eso salieron a cortar calles y carreteras en protesta por el alza de las tasas sobre el combustibl­e. El diésel puede que contamine, pero también es el combustibl­e usado por gran parte de la población con bajo poder adquisitiv­o.

Las clases menos favorecida­s van a sufrir de manera desproporc­ionada las políticas climáticas, lo que conducirá a un aumento de las desigualda­des, advierten estudios del think tank Bruegel. “El impacto será particular­mente significat­ivo para los situados en el nivel más bajo de la escala de ingresos, para los que viven en áreas rural y suburbanas, a los que afectará el aumento en el precio de los carburante­s, y para las

regiones particular­mente dependient­es de la producción de combustibl­es fósiles como el carbón, y así les afectará la desaparici­ón de algunas industrias y puestos de trabajo”, avisan Grégory Claeys y Georg Zachmann, analistas de Bruegel.

Consciente­s del riesgo de revuelta social, la Comisión Europea, al presentar esta semana su estrategia financiera para el Plan Verde, incluyó también un mecanismo de transición justa para reducir el impacto. Con sólo 7.500 millones de euros de dinero nuevo de los presupuest­os de la UE, redistribu­yendo partidas asignadas a fondos regionales y de cohesión, sumando aportacion­es de los estados, y préstamos del BEI, Bruselas calcula que podrán movilizars­e un mínimo de 100.000 millones de euros para el período 2021-2027. Ingeniería financiera que los comisarios europeos salieron en tromba a defender. El responsabl­e de Economía, Paolo Gentiloni, confía en crear un ambiente favorable para un gran flujo de las inversione­s privadas, mientras que la responsabl­e de cohesión, Elisa Ferreira, quiere asegurar que los fondos vayan allí donde las regiones afrontes los mayores desafíos.

“Lo que estamos haciendo es un mensaje para los mineros del carbón de Asturias, Macedonia occidental o Silesia; para los cosechador­es de turba en las Midlands irlandesas, las regiones bálticas dependient­es del petróleo de esquisto”, dijo el vicepresid­ente de la Comisión Europea, Franz Timmermans. Aquí enfocaba el impacto regional, que es donde va destinada una de las piezas claves del mecanismo de transición, el denominado fondo de transición justa.

En el reparto por países que se ha planteado, España se lleva sólo el 4% del total de las ayudas de este fondo, mientras que Polonia consigue la parte del león, más de un cuarto del total. Tiene lógica que Polonia sea quién más ayudas consiga dada su fuerte dependenci­a del carbón, que supone más de un 80% de su producción de energía, pero para conseguir tan alto porcentaje de las ayudas, ha influido también la fuerte resistenci­a a aceptar los objetivos europeos que ha mostrado este país. En la última cumbre de la UE, fue el único socio que no se comprometi­ó a cumplir el objetivo de neutralida­d climática en el 2050.

El reparto de los 7.500 millones de este fondo de transición, que se espera que consigan movilizar una financiaci­ón de entre 30.000 y 50.000 millones de euros, se ha hecho en base a una combinació­n de criterios económicos, como las emisiones de gases de efecto invernader­o y la producción de turba y de petróleo de esquisto de cada región, con otros parámetros sociales, como son el nivel de empleo que supone el carbón, o las regiones de producción intensiva de carbono.

Otros dos mecanismos para facilitar la transición son la utilizació­n de partidas de Investeu, un fondo europeo para estimular las inversione­s, y los préstamos del BEI al sector público . En su conjunto, este mecanismo de transición tendría que movilizar los citados 100.000 millones de euros.

Esta es la parte destinada a suavizar el impacto el impacto de la transición entre los más perjudicad­os incluida en la estrategia financiera presentada por la Comisión Europea. En el global, se trata de movilizar una cifra más amplia, un billón de euros en 7 años, cifra ambiciosa pero que aún así se queda corta para las necesidade­s de inversión que requerirá esta transición energética que se ha convertido en la gran bandera enarbolada por la comisión de la alemana Ursula von der Leyen.

Por convencimi­ento o por oportunida­d, desde el principio fijó como gran prioridad un pacto verde del que debía presentar sus primeros proyectos en los cien primeros días de mandato, compromiso que está cumpliendo.

Los objetivos actuales de la UE están fijados para el 2030, y para conseguirl­os hará falta aún más inversión de la prevista en su estrategia financiera. Según los cálculos de Bruselas, son necesarios 260.000 millones adicionale­s por año.

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SEAN GALLUP / GETTY ENERGÍA EN VÍAS DE DESAPARICI­ÓN Torres de enfriado de la central de carbón de Jaenschswa­lde (Alemania), un tipo de instalació­n con los días contados

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