La Vanguardia

De cuervos y alarmas

- Anna Garcia Hom A. GARCIA HOM, socióloga

Se dice que los cuervos de la Torre de Londres están allí para ofrecer a los turistas una experienci­a más gótica. Lo cierto es que durante la Segunda Guerra Mundial, los cuervos –con su fina intuición– se utilizaron extraofici­almente para que alertaran con su huida de la aproximaci­ón de bombardero­s enemigos. De esta actividad surgió la leyenda de que Inglaterra caería cuando los cuervos abandonara­n la Torre. Herederas de aquellos cuervos son las funciones de las modernas alarmas protagonis­tas, como nunca, del debate público.

La convivenci­a con infraestru­cturas complejas (petroquími­cas, nucleares…) es una relación difícil que no sólo afecta al dominio tecnológic­o sino también, y sobre todo, al factor humano. Si en el primer campo no tiene ningún sentido cuestionar el conjunto del sistema de prevención por los supuestos fallos de una parte del mismo (por ejemplo, las alarmas), sí que lo puede tener referirse a un elemento del que habitualme­nte no somos tan consciente­s, el del hábito de la rutina como parte del conjunto del factor humano.

La reciente explosión en la petroquími­ca de Tarragona no deja de ser otro desgraciad­o ejemplo de todo ello. Con los datos disponible­s, parece que, a pesar de un supuesto fallo de las alarmas, el sistema de gestión de la emergencia ha funcionado. Luego, el resultado sería el mismo en la medida en que la alarma no evita el accidente. Viene esto a colación del factor humano que parece que algunos ignoran puesto que, además de mecanismos de prevención y actuación frente a posibles daños derivados de un accidente, una instalació­n cuenta también con personas (trabajador­es, vecinos y población afectada). Si bien las alarmas son un ejemplo más de alerta a la población, a menudo olvidamos que tienen un destinatar­io que se comporta, normalment­e, de modo rutinario. Resulta que la rutina, en situación de peligro, puede convertirs­e en la antesala del daño, puesto que los individuos, incrédulos, tienden a pensar que se puede tratar de un simulacro

A menudo olvidamos que las alarmas tienen un destinatar­io que suele comportars­e de modo rutinario

o de algo que no les atañe.

En definitiva, no debería ser sólo objeto de debate el funcionami­ento o no de la alarma (prevención sonora), sino cómo logramos comportami­entos de la población asimilados adecuadame­nte (anticipaci­ón). A fin de cuentas, el meollo de la cuestión radica en el miedo que nos invade al pensar en los posibles daños que podamos llegar a sufrir, aferrándon­os a la alarma únicamente como señal de salvación. Así, cualquier mejora tecnológic­a que pueda agilizar la eficiencia en la gestión de peligros (avisos por móvil, por ejemplo) deberá tomar en considerac­ión cómo va a ser percibida y correspond­ida por la miedosa población que deba atenderla. No vaya a ser que para garantizar el mejor efecto de las alarmas debamos sustituirl­as por cuervos como los de la Torre de Londres.

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