Libros que determinan nuestra vida
Entre los propósitos de Año Nuevo, además de apuntarse al gimnasio, salir a correr, empezar una dieta o dejar de fumar, suele estar el de aprender inglés en serio. Libros del Asteroide nos facilita las cosas y, como si de un listening se tratara, el jueves hizo una presentación íntegramente en ese idioma, sin traducción simultánea ni nada. Fue en La Central del Raval. El fundador del sello, Luis Solano, dijo que se fijaría en las caras del público. Y, según cómo, repetiría en castellano lo que contara Nickolas Butler, que estaba en Barcelona de tránsito entre París y Roma. No hizo falta, porque el autor, que nació en Pensilvania y se crió en Winsconsin, habló despacio. Y aquellos que no le entendían (se notaba cuando no reían con alguna frase ingeniosa que soltó) fingieron que sí.
Tras la exitosa Canciones de amor a quemarropa, Butler presentaba su tercera novela, Algo en lo que creer (Little faith en el título original). Tiene su propia lista en Spotify, y llevo toda la semana empapándome de Johnny Cash, Van Morrison, Bob Dylan y Neil Young, una banda sonora que me resulta familiar. La familia es, de hecho, el tema principal del libro: un matrimonio jubilado del Medio Oeste se alegra de que su hija, madre soltera y con quien la relación es conflictiva, haya vuelto a casa con su hijo de cinco años. Pero la mujer empieza a salir con un pastor evangélico que tiene gran influencia sobre ella. Mientras el autor habla de la importancia de creer o no que hay algo después de la muerte, me pregunto si, además de la familia y la fe, nuestra vida está determinada por la música. ¿Y por los libros que leemos?
El primer amor literario de Peter Kaldheim fue On the road, de Jack Kerouac. Lo leyó con dieciséis años, ocho después de que se publicara. Luego fue editor, se casó, empezó a beber mucho y a tomar cocaína, su mujer lo echó de casa, él se metió en líos. Estuvo en la cárcel. Su segunda mujer murió. Y un día de 1987, drogadicto perdido, en plena tormenta de nieve, se fue a la estación de autobuses y huyó con cincuenta dólares en el bolsillo. “Lléveme lo más lejos posible”, le dijo al conductor. Pasó tanto frío, de allí hasta Virginia, y hasta Florida después, que no tuvo síndrome de abstinencia, explica en la biblioteca Agustí Centelles durante la presentación de El viento idiota, ante un público embelesado que –esta vez sí– cuenta con traducción simultánea. “Deberían de meter a los adictos en un congelador, y se curarían”, bromea.
Las bibliotecas son muy importantes en el libro, porque sirvieron al autor como refugio, mientras cruzaba los Estados Unidos, de la costa este a la costa oeste, haciendo autoestop. No tener dinero, ni más preocupaciones que encontrar a alguien que le llevara, y algo de comer, era casi una liberación. En su viaje, iba encontrándose a otras personas sin hogar, muchas peculiares, que le ofrecían lo poco que tenían. También tomaba notas, que guardaba en una bolsa y eran, dice, como aquella navaja de supervivencia de la que no te desprendes si te pierdes en el bosque. Cuando por fin llegó a Oregon, vendió su sangre para poder pagarse una habitación en la pensión Joyce. Allí escribió a un colega editor, Gerry Howard (descubridor de David Foster Wallace, y hoy vicepresidente de Doubleday), y él lo animó a que relatara sus memorias. Kaldheim se tomó su tiempo: las publicó en 2015.
Aquí lo ha hecho Temas de Hoy, sello creado también en 1987, y que dio un giro hace un año justo, con Marcel Ventura a la cabeza: “La idea era dirigirnos a un público más joven, hasta que entendimos que la juventud es una cuestión de actitud”, dice. Kaldheim cumplirá 71 años el próximo 13 de febrero, y este es su primer libro. Lo curioso, comenta sobre el escenario la periodista cultural Begoña Gómez Urzaiz, es que ni a ella ni a Ventura les apasiona el beatnik. Sin embargo, este libro les emocionó precisamente porque no hace una romantización del tema. “Cuando era joven, me parecía que Bukowski y Malcolm Lowry habían tenido vidas apasionantes, llenas de excesos y vino barato”, dice el autor: “Entonces no te preguntas cómo encontrarán un final feliz; pero luego creces, te ves ahí, y yo sí quería reincorporarme a la sociedad”. La pregunta, plantea Gómez, es qué habría pasado si de adolescente él hubiera leído a Jane Austen.
¿Y los bares a los que vamos? ¿Determinan también nuestras vidas? Como dice el título de Toni Vall, entre 1967 y 1985, en Barcelona existía el Bocaccio. Donde ocurría todo (Destino / Columna). El libro se presentó en el Palau Robert, y junto al autor participaron Teresa Gimpera, Enrique Vila-matas y Òscar Dalmau. La sala se quedó pequeña, y mucha gente tuvo que seguir el acto a través de unas pantallas. En las primeras filas estaban Oriol Bohigas, Rosa Regàs (hermana de Oriol Regàs, fundador de la famosa boîte de la calle Muntaner), también Gonzalo Herralde, Joan de Sagarra, que acuñó la gauche divine, Oscar Tusquets, que por lo visto era de los que bailaban mejor, junto con Beatriz de Moura. A través del libro y de una exposición comisariada por el propio Vall, los que nunca estuvimos allí tenemos la oportunidad de aproximarnos al lugar que marcó toda una época, muchas vidas y a una ciudad.
Las bibliotecas sirvieron de refugio a Kaldheim mientras cruzaba EE.UU. de costa a costa en autoestop