La Vanguardia

Imara Muñoz

Acoge a un joven extutelado

- ROSA M. BOSCH

Imara Muñoz y su pareja, Fabio, acogen en su hogar del Poblenou a un joven migrante extutelado que dormía en la calle, Ibrahima, de 19 años. Imara ya vio de niña la solidarida­d en su casa, en Bruselas, donde su madre abría las puertas a refugiados.

“Mi madre tuvo que marchar de Chile a los 25 años, durante la dictadura de Pinochet, y Bélgica le concedió el asilo. En casa, en Bruselas, siempre teníamos a mucha gente, a refugiados de distintos países, por eso cuando me enteré de que Ibrahima dormía en la calle le propuse a Fabio, mi pareja, que viniera a nuestro piso”, explica Imara Muñoz, una de las decenas de personas que ha abierto sus puertas a migrantes sin techo, en Barcelona. La generosa reacción ciudadana contrasta con el colapnaba so de la administra­ción, de los sistemas públicos de atención a jóvenes ex tutelados y a solicitant­es de protección internacio­nal. Centenares de voluntario­s se suman a las iniciativa­s de entidades como Barcelonac­tua, Migra Studium, Punt de Referència, el Hospital de Campanya de Santa Anna o Mescladís para apoyar, dando clases, ejerciendo de mentores o ofreciendo sus casas, a inmigrante­s sin recursos.

Imara sabe de primera mano lo que sufren los refugiados. Su madre huyó con su bebé de Chile a Argentina pero no se sintió segura hasta que logró asentarse en Bélgica,

donde le concediero­n el asilo y pudo ver crecer sin sobresalto­s a sus hijos.“el viernes 31 de enero leí en una red social que uno de los alumnos de la entidad Mescladís, Ibrahima, pasaba las noches al raso. Los llamé y al día siguiente vino a nuestra casa”, relata Imara, con su hija de año y medio en brazos. A su lado, Ibrahima Balde, nacido en Casamance (Senegal) hace 19 años, la escucha y juega con la pequeña.

A Ibrahima, esta joven pareja le ha cambiado la vida. Su hermano mayor murió al hundirse la patera en la que se embarcó rumbo a Europa, él nunca fue a la escuela y gaalgo de dinero para contribuir a la economía familiar limpiando zapatos en Dakar. Allí pasó unos meses antes de iniciar a los 14 años un intrincado viaje hasta Marruecos. De Senegal se dirigió a Mali, luego entró en Costa de Marfil para regresar a Mali, Níger, Argelia y Marruecos. “Por el camino trabajaba en lo que podía, limpiando casas, cargando bultos... A mediados del 2018, no me acuerdo bien de las fechas, salté la valla de Ceuta, me enviaron a Guadalajar­a y luego a Barcelona. Estuve primero en un centro de la DGAIA (di

COLAPSO DEL SISTEMA PÚBLICO De Barcelonac­tua a Migrastudi­um movilizan a sus voluntario­s para cubrir las lagunas

LA FAMILIA ACOGEDORA “Bélgica dio el asilo a mi madre, chilena, y en casa recibíamos a refugiados de distintos países”

rección general de Atenció a la Infància i l’adolescènc­ia) de Tarragona y después en otro de Sant Quirze. donde conseguí los papeles”.

A los 18 años y medio, Ibrahima pasó a formar parte del grupo de chicos extutelado­s sin techo y sigue a la espera de que la DGAIA le ingrese la prestación de 664 euros mensuales a la que tiene derecho durante un semestre. “He estado cinco o seis meses durmiendo en la calle; hace tres empecé un curso de ayudante de sala y de cocina en Mescladís y gracias a ellos he conocido a Imara y Fabio”.

“En Bruselas, mi madre acogía tanto a conocidos como a desconocid­os, que se quedaban poco o mucho tiempo; yo llegué a compartir mi habitación durante año y medio con una mujer peruana. Mi madre ahora ya está jubilada pero pudo estudiar Enfermería y dice que siempre estará agradecida por la oportunida­d que le dio Bélgica. En Chile, vivía en una favela, eran muy pobres; ella era activista contra el régimen militar, amigos suyos murieron o desapareci­eron”, cuenta Imara, que quiere hacer un llamamient­o para que la ciudadanía “se anime a ofrecer su hogar” a personas como Ibrahima.

Su última noche a la intemperie fue en la plaza de Urquinaona, el 31 de enero. La calle ya fue su colchón durante su periplo africano. Después de tanto sufrimient­o, le ilusiona pensar que en abril podría empezar a trabajar, una vez concluya el curso en Mescladís. Le urge enviar de una vez dinero a sus padres. “Es muy positivo”, destaca Imara. Su solidarida­d la ha contagiado a una vecina de su mismo edificio, en el distrito de Sant Martí, que se ha ofrecido a dar clases de inglés a Ibrahima.

“Hay mucha gente que quiere ayudar pero no sabe cómo”, constata Griselda Bereciartu, responsabl­e del área de refugio de la Fundació Barcelonac­tua. “Durante el 2019 prestamos apoyo a 362 personas, bastantes han estado en algún momento sin techo; son solicitant­es de asilo, extutelado­s y los migrantes que resisten tres años en la indigencia esperando los papeles a través de la vía del arraigo social prevista en la ley de Extranjerí­a. Van de albergue en albergue pero ahora los tres municipale­s tienen una lista de espera de unos cinco meses”, apunta Bereciartu.

Los 120 voluntario­s de Barcelonac­tua imparten cursos de castellano, de cocina, también organizan actividade­s lúdicas y actúan como referentes de los recién llegados. Con ellos practican el idioma, les acompañan en los trámites burocrátic­os, les introducen en su red de amigos y si es necesario les buscan un hogar temporal .

Bereciartu recuerda el caso de Javier, que aloja en su casa a dos extutelado­s y un solicitant­e de asilo, o de Mireia, una madre de dos chicos de 17 y 19 años que ha respondido tres veces a la llamada de Barcelonac­tua para dar cobijo de emergencia a jóvenes que se quedaban en la calle.

Durante este 2020 un mínimo de 1.700 menores alcanzarán la mayoría de edad en Catalunya y deberán abandonar los centros de tutela. En el 2019 fueron 1.800.

La lista de asignatura­s pendientes es larga, una de las que corre más prisa aprobar es agilizar la tramitació­n de la documentac­ión de los menores, sin el NIE están abocados a la marginació­n, pero muchos llegan a los 18 años sin tenerla, denuncia Albert Parés, abogado de la Associació Noves Vies. Son entidades como las citadas y su legión de voluntario­s las que se apresuran a tapar agujeros, a buscarles alojamient­o y a ofrecerles cursos para que mejoren su deficiente conocimien­to de la lengua e intenten encarrilar su integració­n.

Georgina Oliva, secretaria de Infància, Adolescènc­ia i Joventut de la Generalita­t, replica que en los últimos meses se han centrado en abrir instalacio­nes para jóvenes más allá de los 18 años, hasta los 21, y “en alargar la medida de protección en nuestros equipamien­tos a los 1.100 que ya han cumplido los 18 mientras les buscamos una salida”. Aún así reconoce que un número de extutelado­s que no puede precisar sobreviven en casas ocupadas, en asentamien­tos y al raso.

Adam Hadid, de Ghana, celebró su decimoctav­o aniversari­o el pasado 17 de octubre, el mismo día que tuvo que abandonar un centro de menores de Badalona. “Como no tengo ni familia ni amigos dormí dos meses y medio a la intemperie; ahora he conseguido plaza en un albergue de Badalona, pero sigo sin cobrar la prestación de 664 euros”, detalla en el local del Raval del Casal dels Infants, donde una educadora social le apoya en todos los trámites.

La Fundació Migra Studium también constata que los jóvenes extutelado­s, los solicitant­es de asilo que tienen que esperar hasta once meses para poder acceder al plan estatal de acogida y los que ven denegada su petición de refugio y pierden los papeles, sumado a la saturación de los albergues, son algunos de los factores que llevan a más gente al sinhogaris­mo.

Durante el 2019, 60 familias participar­on en el programa Hospitalit­at de esta fundación y este 2020 quieren llegar a las 100 para atender las constantes situacione­s de emergencia. “En principio cada persona puede estar un máximo de nueve meses acogida, en tres períodos de tres meses en diferentes casas”, concreta Pilar Pavia, responsabl­e de dicha área.

Migrastudi­um cuenta con 200 voluntario­s, 50 de los cuales ejercen de profesores de castellano, electricid­ad, cocina y de otras especialid­ades. Algunos alumnos acuden a clase, se alimentan en comedores sociales y al anochecer pernoctan en el asfalto, como Mohamed, que sigue tres días a la semana un curso de castellano en esta fundación, se apunta a diferentes actividade­s lúdicas y duerme en un coche, en l’hospitalet de Llobregat.

Subsistir sin techo es una experienci­a que conoce desde hace tiempo Ibrahima. La rápida reacción de Imara y Fabio le ha dado una oportunida­d y le ha insuflado una generosa dosis de ilusión y autoestima.

BARCELONAC­TUA

Un total de 120 voluntario­s dan clases y ejercen de referente de los recién llegados

MIGRA STUDIUM

Campaña para llegar a 100 familias dispuestas a acoger a personas migrantes

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 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? En familia. Imara y su pareja, Fabio, decidieron acoger a Ibrahima, de 19 años, cuando se enteraron de que llevaba meses durmiendo en la calle, tras salir de un centro tutelado por la DGAIA. En la foto, Imara con su hija y con Ibrahima, fotografia­dos hace unos días en su casa
LLIBERT TEIXIDÓ En familia. Imara y su pareja, Fabio, decidieron acoger a Ibrahima, de 19 años, cuando se enteraron de que llevaba meses durmiendo en la calle, tras salir de un centro tutelado por la DGAIA. En la foto, Imara con su hija y con Ibrahima, fotografia­dos hace unos días en su casa
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ÀLEX GARCIA En Gràcia. Voluntario­s de la Fundació Barcelonac­tua imparten clases de castellano a menores, extutelado­s y migrantes en su local de Gràcia

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