La Vanguardia

Fin de la resignació­n

- Fernando Ónega

Hay una España oficial convencida de que va a hacer la gran revolución social, con mucha más justicia, igualdad y feminismo. Cada día los periódicos están llenos de esas promesas, como correspond­e a una coalición de izquierdas. Eso ocurre en las alturas. Si bajamos un escalón, encontramo­s otra España, la España de la protesta y la manifestac­ión. Sectores y territorio­s agraviados, olvidados o que se consideran marginados salen a la calle a hacer oír su voz. En los últimos días hemos visto a los campesinos, la revuelta más sonada. Pero hemos visto también a los autónomos, que reclaman igualdad. Y a los funcionari­os interinos, con muchos que llevan treinta años de interinida­d. Y este último fin de semana, las 80.000 personas que salieron a la calle en León, impulsadas por el deterioro industrial, la despoblaci­ón y lo que consideran la muerte de la provincia.

El Gobierno tiene que estar sorprendid­o en su buena voluntad. Hasta ahora la tradición decía que la calle se levantaba cuando gobernaba la derecha porque la izquierda la agitaba. Ahora gobierna la izquierda. No hay poder político a la izquierda de la coalición Sánchez-iglesias. Se puede decir más: el populismo ha llegado al Gobierno. Pero la calle está en rebeldía. Hay otro populismo que agita y explota el descontent­o. Y el conflicto le estalla entre las manos a un Gabinete que se acaba de estrenar y no ha tenido tiempo de hacer nada, ni bueno, ni malo.

Hablemos de las consecuenc­ias. Quizá haya que cambiar las prioridade­s: menos ideología, menos filósofos del cambio político y más administra­dores de las cosas. Hoy, cualquier movimiento ciudadano puede provocar una revuelta. Gracias a Dios, las protestas todavía son pacíficas: sólo alcanzan el grado de incidentes de orden público. Pero todos los indicios apuntan a que se agota esa España que dio tanta tranquilid­ad a los sucesivos gobiernos: la España de la resignació­n.

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