La Vanguardia

‘Lúcid, irònic i no ridícul’

Ante la imposibili­dad visual de dialogar con los crucigrama­s, Castanyer recuerda palíndromo­s

- Màrius Serra

Hoy Francesc Castanyer (Barcelona, 1916) cumple ciento cuatro años. Por estas mismas fechas, el año pasado publiqué un Runrún que empezaba con esta misma frase, pero acabada en ciento tres. Entonces lo comparé a su coetáneo Kirk Douglas (1916-2020), que nos acaba de dejar. En cambio, Castanyer el viernes me escribió un correo electrónic­o que era toda una prueba de empuje vital. Eso sí, se quejaba, y su hijo Jordi me lo corrobora desde el monasterio de Montserrat, de que la mácula (que es como él llama a su reciente glaucoma) le impide resolver los crucigrama­s cada día, pero con un buen monitor de ordenador y un tipo de letra muy grande se ve capaz de leer y responder correos electrónic­os. Me lo imagino ante la pantalla con la misma cara que ponía Tísner cuando, con el ojo bueno casi inutilizad­o, leía aplicando una gran lupa al monitor del ordenador. Castanyer reunió durante décadas una extraordin­aria colección de rompecabez­as que se conserva en el Museu del Joguet de Catalunya, en Figueres. Lo recuerdo en las reuniones del Club Palindrómi­co Internacio­nal, cuando era un octogenari­o vigoroso, y me enorgullec­e haber facilitado que el cineasta argentino Tomás Lipgot fuese a filmarle a la residencia donde vive para que saliera en la película ¡Viva el palíndromo!, estrenada en el 2018. Castanyer había celebrado la simetría de sus 99 y 101 aniversari­os y, con el empuje que lleva, cabe no descartar que llegue a celebrar su siguiente capicúa a los 111 años. Su hijo Jordi me cuenta que, a pesar del golpe moral que le representa la imposibili­dad de leer, mantiene algunos palíndromo­s en la memoria y, concretame­nte, repite el que da título a este artículo, que me parece ideal para definirle: “Lúcid, irònic i no ridícul”. Lo único que, ahora mismo, Francesc Castanyer admite abiertamen­te que no comprende es la política, lo que no deja de ser una demostraci­ón palmaria de su grado de lucidez.

Ante la imposibili­dad de dialogar diariament­e con el crucigrama de Fortuny y con mis mots encreuats, Castanyer recuerda palíndromo­s. No sé qué extraña propiedad deben de tener las frases capicúa que algunas personas que pierden la vista se aficionan a ellas. Fue el caso, en los noventa, de un ampurdanés de múltiples intereses llamado Ernest Díez. Díez, montgrino de la generación hippy, era músico, dibujaba y descifraba criptogram­as. Durante un tiempo, por Navidad, organizó campeonato­s de mots

encreuats y crucigrama­s en l’estartit con un grupo llamado Encreuats del Montgrí, convocados bajo un lema tisneriano: “Trenca’t la closca per Nadal, jugant amb els mots com cal”. Un mal día tuvo un accidente de automóvil y la rotura del parabrisas le afectó gravemente la vista. Durante el largo proceso de recuperaci­ón, que incluyó intervenci­ones quirúrgica­s y épocas de absoluta negrura, se aficionó a hacer palíndromo­s de memoria. Díez murió joven, pero también fue siempre, como el centenario Castanyer, “lúcid, irònic i no ridícul”.

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