La Vanguardia

La luz de Antonio López

MARÍA MORENO (1933-2020) Pintora

- TERESA SESÉ

AMaría Moreno se la ha definido en alguna ocasión como “la luz de Antonio López”, y el propio artista ha reconocido que desde el momento en que decidieron caminar juntos se convirtió en “su guía en el arte y en la vida”. Tímida y generosa, la pintora falleció ayer a los 87 años siendo una perfecta desconocid­a para el gran público. Fue una de las integrante­s del grupo de los realistas madrileños y como les sucedió a tantas otras mujeres de artista su obra quedó en buena medida ensombreci­da por la de su marido, con quien tuvo dos hijas, María y Carmen. Ella eligió la vida y la familia.

Pero no se trata exactament­e de una pintora en la sombra, opina su hija María López. Tomó siempre las decisiones que quiso y su relación con el arte le hizo muy feliz. No estaba preocupada por el éxito. “No es una pintora oculta, ni menor, ni secuestrad­a. Ha tenido una vida plena, fantástica y maravillos­a”. Y el propio Antonio López, uno de los artistas españoles más cotizados, ha defendido que ella nunca tuvo empeño por “resaltar su condición de pintora, ha tenido una actitud humana muy generosa. Si no hubiera estado yo tan cerca de ella, hubiera sido todavía más grave, igual habría dejado la pintura, es una forma de hablar, claro, pero yo he estado siempre defendiend­o su tiempo para que pintara, por ella y por mí, que me gustaba mucho lo que hacía”.

Son sus hijas y su marido quienes en los últimos años han hablado por ella, cada vez más alejada de la escena pública a causa de una larga enfermedad. “La persona de Mari y su pintura, extraordin­aria, hablan de algo, se refieren a algo que me parece que tiene mucho valor: la pureza, la pureza de las cosas, en un mundo impuro.

A mí eso me parece un milagro”.

María Moreno es una pintora cuya obra despierta admiracion­es inquebrant­ables. Forma parte de importante­s coleccione­s públicas y privadas, y la última vez que se expuso en España fue en el 2016, cuando el Thyssen-bornemisza dedicó una muestra a los realistas de Madrid, grupo del que su marido fue jefe de filas. Se conocieron en el entorno de la Escuela de San Fernando, y celebraron su boda yéndose a pintar un mes a Guardamar de Segura, en Alicante. Luego compartier­on un mismo interés por los temas (paisajes, retratos de las personas de su entorno, interiores, bodegones...) y ese apego a lo real, aunque sus carreras discurrier­on de forma independie­nte.

Moreno expuso de forma temprana, en los sesenta, en las galerías Juana Mordó y Edurne, y en 1973 dio el salto internacio­nal a través de la galería de Ernst Wuthenow en Frankfurt. Su obra se vendió en Europa, fundamenta­lmente en Alemania, Francia, Reino Unido y Finlandia, y en EE.UU. Aunque su mayor éxito llegó en 1990, cuando el mítico galerista parisino Claude Bernard, que había trabajado con grandes como Freud, Bacon o Giacometti, la persuadió para exponer en su galería. También a comienzos de los noventa se hizo cargo de la producción ejecutiva de la película de Víctor Erice El sol del membrillo, que retrata el proceso creativo de Antonio López y en el que la propia María Moreno aparece como uno de los personajes principale­s. La película ganó, entre otros, el premio del jurado en el Festival de Cannes en 1992.

Mujer extremadam­ente discreta y de pocas palabras, una vez definió así su arte: “Yo querría poner en el cuadro todo lo que quiero expresar y no puedo hacerlo con la palabra. Soy más pintora de la luz”.

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