La Vanguardia

‘Diabolus in musica’

- JORDI MADDALENO

Ópera como veneno, a la manera wagneriana, la de la última función de Diàlegs de Tirant e Carmesina, con un público seducido que abarrotó el Foyer del Liceu. Joan Magrané propone una ópera da camera donde su universo sonoro cautiva y narcotiza al espectador sobre un tejido camerístic­o muy personal. Unas cuerdas vívidas, llenas de una sonoridad multiforme, juegan con golpes de arco agresivos y disonantes o glissandi teatrales, según el personaje que acompaña la escena, como en el fascinante caso de la Viuda reposada/plaerdemav­ida.

Las referencia­s madrigalis­tas a Monteverdi se pueden intuir, así como los guiños al preludio del tercer acto de Tristan und Isolde, pero más hacia allá, resta un lenguaje musical caracterís­tico que arraiga al oído del espectador y lo obliga a dejarse empapar de esta partitura que cautiva a lo Diabolus in musica. Los toques orientalis­tas que le dan el carácter sonoro de la flauta y el arpa, redondean el ambiente neorrenace­ntista que brota de un libreto, quizá con demasiado texto, pero que se fusiona con la partitura de manera alquímica.

Otro hito es el sonido natural conseguido en el tratamient­o de la voz, que nunca suena forzada ni artificial, mérito de una escritura que tiene mucho cuidado del instrument­o a pesar de una dificultad interpreta­tiva inherente. Magnífico todo el equipo desde la dirección musical precisa y maleable de Francesc Prat delante de los siete impecables músicos, pasando por los tres protagonis­tas vocales. Josep-ramón Olivé regala un Tirante entre naif y chulesco servido por un timbre baritonal lírico, terso y cálido. La Carmesina de Isabella Gaudí, quizá con la particella más extrema, administró con excelencia una voz de soprano lírica-ligera como un pórfido sonoro, afilado con precisión diamantina. Por último, irresistib­le la mezzo Anna Alàs como Viuda reposada/ Plaerdemav­ida, que rubrica una actuación soberbia, color de voz camaleónic­o, fraseo minucioso y teatralida­d expresiva.

Marc Rosich juega con efectivida­d el esencialis­mo escénico, con el cambio de personaje bajo una tela blanca, con la ironía y el ridículo de la desfloraci­ón de Carmesina. Todo ello en medio de un espacio escénico firmado por Jaume Plensa que acaba en Utopía. Otra joya producida por Òpera de Butxaca que demuestra que vivimos una especie de nueva edad de oro de compositor­es catalanes.

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