La Vanguardia

El nacionalis­mo conservado­r

- Josep Maria Ruiz Simon

Aprincipio­s de mes, se celebró en Roma la segunda conferenci­a internacio­nal del autodenomi­nado nacionalis­mo conservado­r o nacional conservadu­rismo, en que participar­on destacados miembros del sector de la extrema derecha europea que ha encontrado en la presidenci­a de Trump y el Brexit una larga pista de despegue. El parlamento de clausura lo realizó el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y entre el público estaba Santiago Abascal. La conferenci­a, organizada por la Fundación Edmund Burke y en la que se evocaron los espíritus de Ronald Reagan y Juan Pablo II, tenía como lema “Dios, honor y patria”. El presidente de estas conferenci­as, y uno de los presidente­s de la fundación organizado­ra, es Christophe­r Demuth, que, de 1986 al 2008, en la época dorada del neoconserv­adurismo estadounid­ense, presidió el American Enterprise Institute, el más influyente de sus laboratori­os de ideas. El otro presidente de la fundación es Yuram Hazony, el autor de The virtue of nationalis­m (2018), que se ha convertido en una especie de biblia para los nacionalco­nservadore­s.

Entre las frases más escuchadas cuando en el sur de los Pirineos se habla de extrema derecha como la que se acaba de reunir en Roma, se encuentra la que dice que “el fascismo no se discute, se combate” y la que unos atribuyen a Goebbels o Himmler, y otros a Queipo de Llano o Millán Astray: “Cuando oigo la palabra cultura, desenfundo la pistola”. Ambas incorporan una visión de este tipo de movimiento­s que dificulta una comprensió­n funcional por parte de quienes quieren impedir que avancen. La primera pasa por alto que los viejos fascismos sacaron mucho provecho de escenarios en que la intimidaci­ón, el ostracismo, el acoso o la presión a grupos o personas tomaban el lugar de los argumentos. La segunda ignora, para poner un ejemplo que hace innecesari­o cualquier otro, que, entre los nazis abundaban líderes que no eran incultos ni rechazaban la cultura, sino que se veían a ellos mismos como sus más cualificad­os defensores. Identifica­r las nuevas extremas derechas con las viejas ya es un error notable. Pero profundiza­r en él proyectand­o sobre las nuevas extremas derechas unos puntos de vista que impiden comprender cómo arraigaron y crecieron las viejas es una insensatez porque, en política como en botánica, las especies de una misma familia presentan rasgos comunes.

Para no profundiza­r en este error, conviene no perder de vista que la nueva extrema derecha que se reunió en Roma llega con una maleta repleta de interpreta­ciones de la historia y de argumentos críticos respecto a opiniones hasta ahora hegemónica­s en que la reivindica­ción del hasta hace poco desacredit­ado nacionalis­mo tiene un papel capital. Y que lo hace con el espaldaraz­o de una industria de producción y difusión de ideas bien financiada y dirigida por gente que ya ha demostrado su competenci­a en el arte de la persuasión. Siempre es convenient­e saber cómo piensan aquellos que no se quiere que logren sus objetivos. Aún es más urgente cuando algunos de quienes dicen que hay que combatir el fascismo ya piensan sin saberlo en nacionalco­nservador.

Identifica­r la nueva extrema derecha con la vieja es un error

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