Mejorar la propia imagen a cambio de perderla
La política consiste básicamente en la creación de estados de opinión de modo que no es de extrañar que campañas como las que presuntamente habría contratado la directiva del Barça sean moneda de uso corriente en la pugna partidaria. Así pues, nada nuevo salvo que, en este caso, hablamos de deporte. Las trampas con dinero ajeno para acrecentar el crédito personal de un líder político o para conseguir el descrédito del adversario son tan lamentables como habituales en determinados parajes de la actividad política.
Sin ir más lejos, un buen pellizco del dinero manejado en el escándalo de la Gürtel –la trama de corrupción que ha sentado en el banquillo de los acusados a parte de la cúpula del PP de Madrid o Valencia– se gastaba precisamente en campañas para mejorar inmerecidamente la reputación de concejales, alcaldes y consejeros populares de ambas comunidades. Las redes sociales son el nuevo campo de batalla de la política, pero no están exentas de riesgos. Desprovistas del rigor exigible a los medios de comunicación, las redes son el mejor instrumento de manipulación informativa al alcance de quien disponga de suficiente dinero para comprar influencia en forma de bots. Hoy los líderes –mucho antes que las ideas– son activos fundamentales de la política y sin ellos no hay partido –dicho en el doble sentido de la palabra–. De ahí que muchos líderes sucumban a estas prácticas de influencia manipulada a riesgo de que les cojan y en lugar de mejorar su imagen la acaben perdiendo para siempre, sobre todo, si, además, han pagado la campaña con el dinero ajeno. Es lo que les ha ocurrido a algunos pero seguramente no a todos. Aún hoy no sabemos hasta qué punto la manipulación en las redes ha impulsado vuelcos electorales sorprendentes que parecen interesar más a ajenos que a propios. Léase por ejemplo, las campañas de Trump o la victoria del Brexit .