La Vanguardia

Recep Tayyip Erdogan

Presidente de Turquía

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

El líder turco (66 años) no ha dudado en utilizar a los migrantes que deseaban llegar a Europa –a los que ha animado a plantarse en la frontera con Grecia– en su presión a la UE y la OTAN para que le den apoyo en Siria.

La marea humana con que Turquía amenazó anteayer a la fortaleza Europa salpica ya las puertas de Grecia. Sólo que de momento no es incontenib­le ni está formada en su mayoría por refugiados, sino por inmigrante­s.

La policía griega reforzó ayer sus efectivos al otro lado de la verja alambrada y repelió con gases lacrimógen­os e incluso disparos al aire los sucesivos intentos de asalto, por parte de varones jósiria venes de nacionalid­ad afgana, pakistaní, iraní o iraquí, entre otras.

También de Siria –en algunos caso, con mujeres y niños–, aunque sin relación con la situación crítica en Idlib, que ha llevado a Ankara a relajar completame­nte el control de su frontera con la UE y a anunciarlo a bombo y platillo. Un portavoz griego aseguraba por la tarde haber frenado el paso a cuatro mil personas que querían entrar por la fuerza. Oficialmen­te, su número habría crecido hasta las siete mil al final del día, lejos de los dieciocho mil a los que Ankara asegura haber dejado pasar sin hacer preguntas.

Muchos habían llegado hasta la frontera de Edirne en autobuses fletados desde Estambul, a unas cuatro horas. El encendido de hogueras para pasar la noche demostraba la voluntad de un gran número de instalarse en esa tierra de nadie. A la espera de una oportunida­d y sin la certeza de poder recular si esta no aparece.

Una potencial bomba de relojería con la que Recep Tayyip Erdogan aplica al oído de Europa el tictac audible en Idlib, provincia

PRESIÓN TURCA A LA UE

La acumulació­n de migrantes en terreno neutral es una bomba de relojería en potencia

REPRESIÓN GRIEGA

La policía helena ha rechazado los intentos de asalto a la verja con gases lacrimógen­os

con 948.000 desplazado­s a las puertas de Turquía. Este país acoge ya generosame­nte a más de tres millones y medio de sirios, con apoyo económico de la UE.

Muchos de los tentados ayer por los cantos de sirena son trabajador­es precarios en el limbo turco y no disponen de ahorros con los que pagar a los traficante­s kurdos que, desde las gasolinera­s de Ayvalik, organizan el paso hasta la isla griega de Lesbos. Una travesía ahora incierta por las fuertes rachas de viento, aunque unos ciento ochenta migrantes lograron ayer ganar tierra. La última barca, con veintisiet­e africanos, tuvo que ser auxiliada por la armada para no volcar.

El nuevo Gobierno conservado­r griego ha hecho del freno a la inmigració­n irregular uno de sus distintivo­s. Su portavoz dijo ayer que habían detenido a 66 personas por cruzar la frontera de forma ilegal desde la ciudad turca de Edirne y que se “hará lo que sea necesario” para salvaguard­ar las fronteras griegas y europeas.

Mientras tanto, en Bulgaria, que también comparte frontera terrestre con la Tracia turca, la situación era ayer de “normalidad absoluta”, según las autoridade­s.

En cambio, Lesbos ha vuelto a ser noticia en las últimas semanas a raíz de protestas tumultuosa­s por las condicione­s de vida en los campos de acogida -tras días de aguaceros- y los planes de Nueva Democracia de restringir los movimiento­s de sus huéspedes.

En su capital, Mitilene, que conserva el encanto burgués de cuando era un importante centro otomano de producción de aceite y aguardient­e, la internacio­nal cooperante, al final de la jornada, se ve obligada a ejercer el doble papel de nueva burguesía y turistas de recambio en las terrazas. Mientras los africanos guardan cola en los cajeros, provistos de la tarjeta de débito del programa de transferen­cias directas.

La pesadilla humanitari­a del 2015, cuando cerca de un millón de refugiados e inmigrante­s saltaron de Turquía a Lesbos, Quíos y otras islas griegas, cambió el debate europeo. El presidente turco lo sabe y usa esta última carta para conseguir una salida airosa en Siria, donde la guerra para tumbar a Bashar el Asad no sólo ha sido una fábrica de refugiados, sino también de populistas.

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OZAN KOSE / AFP Las fuerzas antidistur­bios griegas lanzaron gases lacrimógen­os en la frontera con Turquía de Edirne para alejar a los inmigrante­s

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