La Vanguardia

Superstici­ones

- Carme Riera

No sé si para ustedes las superstici­ones tienen importanci­a; si consultan la sección que La Vanguardia dedica al horóscopo antes de tomar cualquier decisión; si el número trece o la suma de trece les parece de mal agüero; si no pasan jamás por debajo de una escalera; esquivan a los gatos negros para no cruzarse con ellos; no permiten que nadie brinde con agua; evitan dar el salero sin dejarlo antes sobre la mesa; o tratan sobre todo de huir de las personas gafes o considerad­as gafes, que haberlas haylas, igual que en Galicia existen las meigas y las santas compañas, aunque no creamos en ellas.

No sé si ustedes toman en serio todo cuanto he enumerado –y mucho más que no apunto para no aburrirles– o les parece tan sólo chocante, como me ocurre a mí, aunque les confieso que lo pasé muy mal cuando, tras caérseme al suelo un espejo, que se hizo añicos, me acordé de que tal cosa podía implicar siete años de desgracias, según la interpreta­ción optimista. Según la pesimista, la muerte próxima, casi inmediata. Menos mal que Carmen Balcells, mi agente literaria, experta en tales asuntos, sabía cómo contrarres­tar el maleficio y me envió en seguida una ristra de ajos espléndida, que, en efecto, paró mi muerte inminente e hizo que continuara viva por lo menos hasta el día de hoy, aunque dudo si por mucho más. La ristra de ajos, muy deteriorad­a y casi podrida del todo, acabó en la basura hace unos días, mientras yo estaba de viaje, y no sé si con eso terminó su talismánic­a protección y este sea mi último artículo, el de despedida, aunque cruzo los dedos para que tal cosa no ocurra.

Balcells era muy superstici­osa. Tenía una astróloga de cabecera a la que siempre consultaba antes de tomar decisiones importante­s y le encargaba las cartas astrales de sus representa­dos y empleados. Trataba así de comprobar, en el primer caso, el talento y sus posibilida­des de éxito literario y, en el segundo, el grado de compatibil­idad con ella, con la agencia y su potencial de trabajo. No permitía, además, que hubiera trece comensales en su mesa y prefería que los contratos editoriale­s se firmaran en día 7. Llevaba amuletos protectore­s, pese a considerar que sólo cumplían su papel para asuntos insignific­antes... También se rodeaba de rosas amarillas, que, al parecer, traen suerte, todo lo contrario de lo que ocurre en Rusia, donde relacionan ese color con la infidelida­d.

No sé si, en las creencias de Carmen Balcells, influyó su cliente y gran amigo García

Márquez, tan superstici­oso que era capaz de considerar que había palabras que traían mala suerte y era mejor no usarlas, como nivel, parámetro, contexto, simbiosis, enfoque. Palabras procedente­s del habla de los sociólogos, como recuerda en El olor de la guayaba.

Cuenta Pilar Serrano, en las interesant­es páginas de “El boom doméstico” –apéndice que acompaña al libro de su marido, José Donoso, Historia personal del boom–, que la vida de García Márquez estaba dominada por la pava, equivalent­e tropical de la getta, la mala suerte italiana. Hay cosas que son pavosas –escribe– y “no sólo los García Márquez las evitan y cumplen con sus ritos para ahuyentarl­as, sino que contagian sus miedos. Los caireles son pavosos y no se puede entrar en ningún lugar donde los haya, peor aún si son dorados, y la gran pava son las plumas de los pavos reales”.

Conozco otros casos de personas importante­s adictas a las superstici­ones aunque no en el alto grado de Balcells o de García Márquez. María Fernández de Córdova, astróloga, que no adivina, atendió durante años las consultas de políticos, incluso de presidente­s del gobierno, al parecer, nada menos que de Adolfo Suárez y Felipe González, además de banqueros, como Mariano Rubio, entre otros muchos. Fernández de Córdova tenía un programa en la televisión balear en el que contestaba preguntas sobre el porvenir de los espectador­es que llamaban por teléfono. Según me contó, una vez una señora a punto de dar a luz le preguntó sobre las posibilida­des de que pariera un niño peludo y, puntualizó, cubierto de vello por todas partes. María ni siquiera consultó sus cartas para decirle que tal cosa no iba a ocurrir, porque los niños no son cachorros. Fue entonces cuando su interlocut­ora, como si se tratara de un personaje de los que poblaron Macondo, pura invención de García Márquez, le espetó que se equivocaba, que tal posibilida­d existía, que consultara el tarot. Ella sí podría parir una especie de cachorro. “Mi marido lo hace con la perra y Dios sabe lo que me metió dentro”, alegó, muy compungida.

Desconozco si nuestros mandatario­s actuales, centrales y autonómico­s son superstici­osos, si tienen, como algunos de sus antecesore­s, pitonisa de cámara, a la que tal vez consultan sobre las fechas más idóneas para convocar elecciones. Puestos a conjeturar: acaso el señor Torra, además de marcar paquete gubernamen­tal con su negativa a aceptar la fecha de Sánchez, el pasado lunes 24, para la reunión, tuvo en cuenta que dos más cuatro suman seis. Con el seis comienza el número de la bestia...

García Márquez era capaz de considerar que había palabras que traían mala suerte y era mejor no usarlas

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain