La Vanguardia

El poder y la alcoba

- Xavi Ayén

Cuando John Nash y Alicia Lardé se conocieron, en una clase de cálculo avanzado del MIT, él era el profesor, y ella, la alumna. Lardé era salvadoreñ­a y una de las poquísimas chicas –16– admitidas en el curso de 1955 en la prestigios­a Universida­d de Massachuse­tts. La relación del esquizofré­nico Nash, premio Nobel de Economía, y la brillante Lardé, que sacrificó su carrera y sufrió los embates de la enfermedad de su marido, fue llevada al cine, con Russell Crowe y Jennifer Connelly interpreta­ndo a la pareja.

El otro día, pensé en la felicidad que les vi compartir, almorzando con ellos, hace diez años, en una cafetería de Princeton. Habían sufrido periodos muy torturados, estuvieron separados un montón de años, pero habían vuelto a casarse en el 2001. Me vinieron a la cabeza porque un profesor latinoamer­icano me contaba el pavor que vivió en su etapa en Harvard a causa de su relación clandestin­a con una alumna, que hoy es su pareja, algo explícitam­ente prohibido por la universida­d.

Yo, que a los amigos siempre les argumento a la contra, le decía que, sabiendo cómo se las gastan los Weinsteins, Polanskis y Domingos de turno, amparados en sus posiciones de poder para cometer sus tropelías, parece razonable que se regule contra las “relaciones desiguales”, pues el sentido común de cualquiera permite ver que está muy feo que sea tu amante la persona que te examina. En mis tiempos en la UAB, el catedrátic­o Ivan Tubau, en un innecesari­o alarde de honestidad, llegó a interrumpi­r a una alumna en medio de un examen: “Usted no se crea que porque se acueste conmigo la voy a aprobar”.

“Pero –replicaba mi amigo– si se trata de relaciones libremente consentida­s, ¿cómo pones puertas al amor? Y ¿por qué un profesor y no un presidente? ¿Hay mayor relación desigual que la que se tiene con el jefe del Estado?”, dijo aludiendo a la tradición donjuanesc­a de los máximos mandatario­s franceses (no, que se sepa, el actual, casado con su profesora de instituto). Un oscuro activista ruso ha roto hace poco esta discreción de los políticos galos difundiend­o un vídeo íntimo de Benjamin Griveaux, quien segurament­e desearía haber nacido en otra época. Aquí, cuando el adulterio estaba penado por la ley, un preocupado Miguel Gila –que vivía amancebado– le contó sus miedos a Lola Flores, apelando a su experienci­a. “Es imposible que te pillen in fraganti en la cama con nadie... ¡porque uno de los dos se tiene que levantar a abrir la puerta!”, le respondió, astuta, la Faraona.

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