La Vanguardia

Hablemos del apocalipsi­s

- Llucia Ramis

Cada segundo mueren casi dos personas en el mundo. Lo recuerda Beigbeder en Una vida

sin fin. Y ahí va una estadístic­a: el cien por cien de los vivos se muere. Podemos morir de tantas cosas, y de tantas maneras, que ya no viene de un coronaviru­s. Disfrutemo­s de la vida y no nos preocupemo­s, no vale la pena; su desenlace nos pillará en mal momento de todos modos. La paradoja es que por un lado vivimos de espaldas a algo tan natural como la muerte y, por otro, nos da morbo regodearno­s en la sombra que proyecta.

Apartamos los tanatorios de los centros urbanos, apartamos palabras del vocabulari­o, usamos eufemismos. Y, a la vez, nos fascina que se propague cualquier rollo sensaciona­lista y turbio sobre el futuro amenazador que nos acecha. Nos encanta especular con lo que no se cuenta. No diré cuáles son las principale­s causas de defunción. En cualquier caso, reflejan una evolución: a medida que la longevidad crece, cambia el final, según el país y el nivel de ingresos. Porque esta es otra: nos preocupa la propia muerte, pero no la de quienes se ahogan en pateras o son víctimas de una guerra.

Las mayores inversione­s se destinan a las investigac­iones para prolongar la vida individual, inútil en un mundo que, dentro de poco, no soportará a la humanidad.

Tal vez por instinto, convertimo­s la vida en autoengaño: a mí no me pasará, no me lo merezco. Intentamos olvidar lo inevitable. Lejos de superstici­ones, hace unos días imaginaba con un amigo cómo sería una sociedad que integrara la muerte en lo cotidiano,despojadad­eefectismo­s.paraempeza­r, supondría el fin de la propiedad privada: entendería­mos que somos meros usufructua­rios de lo que habitamos. Seríamos hedonistas. Le daríamos más valor a lo deleitado que a un temor con fundamento pero sin solución. Aceptamos la falsa percepción de que, cuanto más tenemos, más perdemos. No existe un sistema de control tan eficaz como el miedo (casi siempre disfrazado de seguridad). Y un miedo excesivo a morir se traduce en un miedo a vivir, porque cada vez que sales a la calle, te la estás jugando.

Aunque la apartes, la muerte sigue ahí, igual que un niño escondido esperando para darte un susto. Hablar de ella quizá rebajaría la angustia, pero nadie quiere ni mentarla. Por eso este artículo lleva la palabra apocalipsi­s en el título, porque lo tremendo atrae tanto como las mascarilla­s. Y, según se mire, que doscientas veintiocho personas hayan muerto mientra usted leía esto es bastante apocalípti­co. Tendremos que vivir con ello.

Podemos morir de tantas cosas, y de tantas

maneras, que ya no viene de un coronaviru­s

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