La Vanguardia

Jean Daniel

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El pasado 19 de febrero fallecía en París Jean Daniel, fundador y director de Le Nouvel Observateu­r, hoy L’obs. Murió con 99 años, cinco meses antes de llegar al centenario (Daniel había nacido en Blida, Argelia, el 21 de julio de 1920). Para algunas gentes de mi generación, para algunos de los que llevamos más de cincuenta años escribiend­o en los papeles, Jean Daniel era una extraña mezcla de mito y de padre, de padre deseado y temido a la vez. Mito, porque Daniel era el amigo, el copain de Albert Camus, siete años mayor que él (ambos iban, con sus respectiva­s parejas, a tomar copas y a bailar en el París de finales de los cuarenta principios de los cincuenta). Mito, porque Daniel era aquel periodista que, tras entrevista­r a John F. Kennedy en Washington y recibir un mensaje “de paz” del presidente para Fidel Castro, unos días después, mientras Daniel entrevista­ba al Líder Máximo en La Habana, oyó sonar el teléfono que les informaba del asesinato del presidente norteameri­cano en Dallas. Y luego, claro, lo contó. Y mito también porque Daniel, nacido Jean Daniel Bensaïd, de familia judía, un mozo que estudiaba filosofía y leía a Gide, no se lo pensó dos veces y se enroló en la segunda división blindada del general Leclerc, desembarcó en Normandía y participó en la liberación de París. Toma castaña.

Sí, Jean Daniel era un mito y también un padre, el director de ese diario con el que soñaba, hace cincuenta años, mi amigo y colega José Martí Gómez. Un diario, decía Martí, que nos gustase, pero en realidad quería decir que nos lo mereciésem­os, porque lo que había, lo que habíamos conocido hasta entonces, la verdad, no nos hacía el peso. Cuando yo empecé a escribir en los papeles, primero en Madrid y luego en Barcelona, llegaba de París. Era al principio de los sesenta, los años en que aparecía Le Nouvel Observateu­r y Jean Daniel era ese padre deseado, ese director deseado y a la vez temido, no sea que le decepcioná­semos, que no estuviésem­os a la altura de esa redacción que él soñaba y supo reunir, hacer suya.

Le Nouvel Observateu­r se inspiraba en el Vendredi de Jean Guéheno, en el que la cultura se hermanaba con la política y ésta con la cultura. La política era de izquierda y esa izquierda estaba representa­da por Pierre Mendès France, como luego lo estaría por Rocard y por Delors y, claro está, por François Mitterrand, porque Mendès pidió que se le apoyase, se le votase, y Mitterrand acabó llevando la gauche al poder. En cuanto a la cultura, el semanario de Daniel –y de Claude Perdriel, que lo financiaba– apareció apadrinado nada menos que por Jean-paul Sartre, que no es que fuese un santo de la devoción de Daniel, al contrario de Gide, de Camus y del Malraux, pero no dejaba de ser Sartre, el intelectua­l por antonomasi­a. Porque Le Nouvel Observateu­r era el semanario de los intelectua­les franceses, que después de la Segunda Guerra Mundial se identifica­ban con los intelectua­les de la gauche.

Si echamos una hojeada al primer número –19 de noviembre de 1964– nos encontramo­s a la Sagan firmando una crónica televisiva, a Nelson Algren escribiend­o sobre boxeo, a Roger Grenier hablándono­s de su amistad con Brassai y a Bernard Frank cargándose, sin piedad, en su crónica semanal, al De Gaulle de Mauriac. Pierre Nora, Monique Lange y Bernard Pingaud se ocupan de la crítica literaria, mientras Georges Wilson y Jean Vilar escriben sobre teatro, su teatro. Y Michel Cournot entrevista a Abel Gance y Henrigeorg­es Clouzot. Y, se me olvidaba, Dominique Fernandez se ocupa del último ensayo de Pierre Bourdieu. Si sumamos todo esto al texto de Sartre, en el que suelta aquello de que “La gauche existe mais elle ne sait pas qui elle est ”,y a “los últimos secretos de De Gaulle”, “el caos del Vaticano”, “la bomba china y los rusos”, “Saintphili­ppe Pétain” y “Pour quoi vivent les étudiants”, todo ello en el primer número del semanario (2 francos), nos encontramo­s con algo más que atractivo y, para un españolito que empieza a hacer sus pinitos en la prensa local bajo la recién aprobada ley Fraga, con algo imposible. Imposible hasta tal punto que se me olvidaba mencionar junto a los miembros del Colegio de Francia y de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales que habitualme­nte colaboraba­n en el semanario, a los humoristas, esa larga e impresiona­nte lista que empieza con Sempé y sigue con Folon, Copi, Claire Bretécher (fallecida con 79 años una semana antes que Daniel), Reïser, Wolinski, Wiaz, Desclozeau­x, Cabu, Chaval… hasta llegar al Riad Sattouf de la actualidad.

Confieso que me ha sorprendid­o el silencio de algunos compañeros de este y otros diarios barcelones­es ante la desaparici­ón de Jean Daniel. Al margen de aquel mito del que les hablaba, al margen de aquel Príncipe de Asturias y otros premios que se le concediero­n, Jean Daniel era uno de los periodista­s más significat­ivos de su época. Sus colegas franceses se lo reconocen, empezando por aquellos que no siempre compartían sus ideas. Daniel, dicen, escuchaba y luego discutía, y siempre sorprendía por el conocimien­to que demostraba sobre este o aquel tema. Daniel podía haber sido –se lo ofrecieron en más de una ocasión– embajador o ministro de Cultura. Pero él prefería ser el hombre de Le Nouvel Observateu­r. Sólo, creo habérselo leído en alguna parte, habría dejado la dirección del semanario para convertirs­e en ministro de Asuntos Exteriores. Eso sí le hubiese hecho ilusión. Descanse en paz.

Jean Daniel podía haber sido embajador o ministro de Cultura, pero prefería ser el hombre de ‘Le Nouvel Observateu­r’

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POOL / EFE Jean Daniel, condecorad­o por François Hollande con el título de Gran Oficial de la Legión de Honor en el 2013
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JOAN DE SAGARRA
LA TERRAZA JOAN DE SAGARRA

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