La Vanguardia

“Hoy todo es yo, estamos llenos de yo”

Karen Armstrong publica ‘El arte perdido de las escrituras’

- JUSTO BARRANCO

Si la sociedad moderna ha convertido las escrituras sagradas en arma arrojadiza y en fósiles, en testigos inamovible­s de un mundo que ya no es el nuestro, la historiado­ra de las religiones Karen Armstrong subraya que, antes de que la modernidad las congelara, eran algo muy práctico y dinámico. Las escrituras sagradas eran una forma de arte, que se cantaba, salmodiaba e interpreta­ba –poca gente sabía leer– y que llamaba a la acción en el mundo y no buscaba una deidad distante, sino una humanidad mejorada. Una mejora que no consistía en ser más jóvenes, brillantes y carismátic­os, como hoy, sino en conectar con una realidad última y verdadera, se llamara rta, Brahman, Dao, nirvana, Elohim o Dios. Una realidad que, señala, poco tiene que ver con el ser que el Occidente moderno ha colgado en el cielo observándo­nos.

La premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en el 2017 publica ahora El arte perdido de las escrituras (Paidós), un libro fascinante que va del relato bíblico hebreo de Adán y Eva –inspirado en motivos mesopotámi­cos, como también el del Diluvio– a Grecia, China, India, Mahoma e incluso al Así habló Zaratustra de Nietzsche, quien, sonríe, “aspiró a convertir su libro en la nueva Biblia, pero no creo que nadie entendiera una palabra”. Un recorrido por la escritura sagrada de los diferentes tiempos y zonas y sus rituales, a veces más importante­s incluso que la escritura, porque, dice, implican al cuerpo. Un recorrido en el que finalmente el logos, la razón, el Occidente moderno, ha desechado un mito que aún necesita.

Armstrong (Wildmoor, 1944), que fue monja católica en su juventud y luego se graduó en Oxford y arrancó un proyecto de largo aliento, el estudio de las grandes tradicione­s religiosas, cuenta en Barcelona que comenzó a escribir su nuevo libro porque le interesaba “cómo las escrituras sagradas eran originalme­nte interpreta­das más que leídas. Muchos no las veían como textos. Eran cantadas, representa­das, y el sonido era muy importante. Recordaban las palabras de la escritura con la música de los cantos, igual que recuerdas una canción más fácilmente que una tesis”.

Pero poco a poco aparecían nuevos temas: “Me intrigó descubrir que hasta el periodo moderno nadie miraba atrás a las escrituras para decir ‘debemos volver a la Iglesia primitiva o a los días de Buda a buscar los primeros sentidos’”. Por el contrario, apunta, las escrituras sagradas de las diferentes tradicione­s “eran una forma de arte, creativas, se esperaba que encontrara­s en ellas algo nuevo que hablara a tus circunstan­cias de aquí y ahora. Incluso si significab­a cambiar las palabras de las escrituras”. Pero, señala, en el periodo moderno temprano, con gente como Lutero, que quería volver a la Iglesia primitiva, comienza el cierre de las escrituras.

“Y los occidental­es lo acabamos exportando a otras partes del globo con nuestros imperios. Los saudíes, así, quieren volver al siglo VII. No pueden, somos del siglo XXI. Eso distorsion­a la fe, que debe estar abierta al dolor del mundo, hemos de poder implementa­r el mensaje de compasión de todas las escrituras en nuestro propio tiempo”.

Por supuesto, sonríe la historiado­ra, “cuando estos textos fueron escritos, nadie sabe que está creando las Escrituras, es más tarde cuando los textos son canonizado­s. Las Analectas de Confucio se tomaron 200 o 300 años para ser compuestas, la gente añadía cosas que ponía en labios de Confucio”. Y, evoca, “los Evangelios de Jesús fueron escritos 40 años después de su muerte; algunos, como el de Lucas, a inicios del siglo II”. “No intentan escribir historia de Jesús, piensan qué diría si estuviera aquí y ahora. Son historias que no sucedieron, pero tenían un sentido y nos recuerdan cuál es. Las parábolas son un ejemplo evidente, pero también cada Evangelio tiene un mensaje distinto. Ninguno es históricam­ente verdad en el sentido que le daríamos hoy, cada uno tiene sus objetivos según lo que su comunidad necesita”.

Por ejemplo, Mateo, explica, “está muy preocupado por enfatizar que Jesús no sólo vino para los judíos sino también para los gentiles, y hace que vengan los Reyes Magos de Persia a adorarlo. Lucas quiere enfatizar que vino para los pobres y los oprimidos, y hace que los pastores sean los primeros en saber del Mesías. Marcos escribe tras la destrucció­n por los romanos del templo de Jerusalén y la crucifixió­n de cientos o miles de judíos. Es el primero que describe lo que sucede en la cruz, pero no es algo histórico, coge trozos de escrituras, salmos. No sabemos lo que le sucedió a Jesús. Los primeros cristianos no hablaban de su muerte. Él quiere enfatizar que es un Mesías que sufre. Luego todo esto lo hicimos canónico y sacamos doctrinas que Jesús nunca habría pensado. Unas mejores que otras”.

Pero todas las escrituras sagradas, afirma, “insistían en que no se trataba sólo de agarrarte a tu espiritual­idad para ti, sino que debías actuar. Incluso Buda, al que siempre ves en posición de yogui, de meditación, les decía a sus monjes que para iluminarse debían volver a la plaza del mercado, a la confusión de los asuntos humanos, y buscar soluciones para acabar con el sufrimient­o del mundo a su alrededor. Todas las escrituras acentúan el papel de la compasión, de la regla dorada. Aunque son documentos humanos y todas tienen un cierto elemento de violencia porque somos una especie muy violenta. Nos reflejan a nosotros tanto como lo divino”.

También tienen todas en común, dice, su trascenden­cia, “ir más allá de lo que podemos pensar y conocer”. “Nuestro cerebro está dirigido a tener momentos en los que sentirnos profundame­nte tocados en nuestro interior y elevados más allá de nosotros. Lo vemos en el arte, la danza, la música, el sexo, buscamos experienci­as trascenden­tales. Pero la trascenden­cia es ir más allá de lo que podemos pensar y cuando la queremos domesticar y hacer de Dios una persona en el cielo, es un ídolo. Tomás de Aquino dijo que Dios no existe, no es una de las cosas que existen. Si a Buda le hubieran preguntado qué es el nirvana habría dicho que no lo sabía, como no podemos decir lo que te hace una pieza de música. Tenemos tendencia a

“Antes de que las fosilizara la modernidad se hacía que las escrituras sagradas hablaran aquí y ahora”

arruinar la trascenden­cia, y cuando perdemos contacto con ella perdemos el sentido de que cada ser humano es potencialm­ente sagrado. Los hindúes cuando encuentran al otro unen sus manos y se inclinan reconocien­do la divinidad que ven en él. Hoy no vemos mucho que cada persona es un misterio y una maravilla. Categoriza­mos a la gente, la psicoanali­zamos, nos quejamos de ellos, pero no actuamos: Londres es rica, pero el 25% de los londinense­s viven en la pobreza, y no oigo al Gran Rabino ni al arzobispo de Canterbury hablando de ello”.

Y, concluye, las escrituras coinciden también en el vaciado del yo, pero es difícil hoy, “tan llenos de nosotros mismos. Buda inventa la meditación como disciplina para que sus monjes vean que el yo del que estamos tan orgullosos no existe, que cambia la mente cada segundo, el yo es una miríada de impresione­s. Hoy el yoga es para relajarnos, todo es yo. Nuestra obsesión por la salvación es preservar el ego en condicione­s óptimas en vez de perderlo y estar más plenos”

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HISTORICAL PICTURE ARCHIVE / GETTY Una ilustració­n del libro Mitos hindúes y budistas
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KIM MANRESA Karen Armstrong durante su visita a Barcelona
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La Biblia de Gutenberg. La imprenta fue una enorme revolución: Armstrong dice que Lutero no había visto una Biblia entera, estaba en diferentes manuscrito­s

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