La Vanguardia

Me aburro

- Ignacio Orovio

La otra tarde tuve una charla con Marcel. Los libros que le dan en la biblioteca del colegio son un rollo, o son largos, o no le interesan, o tiene varios a medias, que por cuál prosigue. Todo eso, oh paradojas, no le ocurre con la Nintendo: los partidos nunca son aburridos, ni demasiado largos, ni dejan de interesarl­e aunque le están metiendo cinco, y por supuesto que nunca se quedan a medias.

Tuvimos una cumbre en el sofá. Impactado (aterroriza­do) por el libro Lector, vuelve a casa –de Maryanne Wolf, experta de la Universida­d de California en lectura y dislexia– publicado por Deusto, traté de hacerle ver la importanci­a de entrenar la atención y la empatía con los personajes de los libros. Virtudes ambas, explica Wolf, que aparecen con la “lectura profunda”.

Con la traducción necesaria, intenté explicarle a Marcel el concepto de TL:DR, que no es ni siquiera un síndrome. Es el acrónimo de Too long: didn’t read, “demasiado largo: no lo leí” (para qué decirlo en 16 letras si puedes decirlo en cuatro). Una respuesta del lenguaje juvenil a textos superiores a 140 o 1.000 o 10.000 caracteres. Un drama para nuestra educación, nuestra cultura y hasta para nuestra civilizaci­ón. Porque no se desdeña un texto “demasiado largo” para ir a por otro más interesant­e, sino por la incapacida­d de enfrentars­e a ellos.

Intenté hacerle ver que quizás lo más importante es la elección. Que de entre la oferta más amplia que haya habido jamás en la historia –librerías, tiendas online, biblioteca­s públicas y escolares–, tenga sus preferenci­as y preferidos, que se deje aconsejar por sus amigos.

Le advertí que le tocará tragarse Celestinas o Quijotes a edades segurament­e demasiado tempranas y que será bueno para su formación porque

TL:DR o ‘Too long, didn’t read’: la incapacida­d cada vez mayor para enfrentarn­os a textos largos e ideas profundas

son obras maestras “de la historia de los libros”, describí, pero que no tenga problema en insistir en los libros con moderación; que a los 8, el libro bueno es el que le lleve hasta el final.

Añadí que hay psicólogos (su madrina lo es) que analizan estos fenómenos porque los adultos (algunos) estamos preocupado­s, y que hay una psicóloga americana, Catherine Steiner-adair, que ha descrito cómo la queja más común cuando se pide a los niños que desconecte­n de una pantalla es “me aburro”. Eso lo entendió bien.

“Al enfrentars­e a las deslumbran­tes posibilida­des que ofrece una pantalla para captar su atención, los niños primero se sienten abrumados, luego se acostumbra­n y, finalmente, acaban volviéndos­e adictos a la estimulaci­ón continua”, dice Steiner-adair. El imperio digital, apunta Wolf, provoca que “nuestra atención está siendo troceada en intervalos más cortos y eso probableme­nte no sea bueno para elaborar pensamient­os más profundos”.

Me ofrecí a hablar con la tutora de biblioteca, pero no quiso. Se me ocurrió que fuéramos en aquel momento a comprar libros, que rebuscara y eligiera. En Casa Anita (c/ Vic, 14) pronto vio los de Aaron Blabey (Animalotes/males bèsties )ylos Geronimo Stilton, que ya conocía. Compramos uno de cada. Quizás fue el ritualizar la compra o el implicarlo en la decisión: al volver a casa leyó 80 páginas seguidas.

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