Italiani di Barcellona
El brote de coronavirus en el norte de Italia y las reacciones (algunas lamentables) que ha generado han puesto de relieve la importancia de la comunidad italiana en Barcelona. Es tal su integración que ya no cabe hablar de extranjeros.
De repente, la nacionalidad importa. Como si Europa fuera todavía un transitar por garitas fronterizas y oficinas de cambio de divisa. Por el simple hecho de ser italianos, a unos párvulos se les ha vetado esta semana el baño en una piscina barcelonesa, mientras que adultos de esta nacionalidad han visto cómo se les negaba el apretón de manos por miedo al coronavirus.
No ha sido una reacción generalizada, pero ha habido casos.
Por si no hubiera quedado claro con el Brexit, esta súbita territorialización del miedo nos recuerda que la ciudadanía europea es sólo una ilusión. La vieja Europa de las naciones sigue ahí agazapada, como si de nada hubieran servido décadas de Schengen, de moneda única o de ir y venir de alumnos erasmus.
Una cosa son las precauciones razonables que recomienda la autoridad sanitaria y, otra, las reacciones exageradas y de difícil justificación.
Sobre todo, porque relacionarse con la comunidad italiana de Barcelona como si se tratara de una colonia extranjera supone ignorar hasta qué punto han acabado integrándose en la ciudad los naturales del país transalpino. Por muchas razones, puede considerarse que hay muy pocas ciudades fuera de Italia tan italianas como Barcelona, a la vez que se puede decir que hay pocos extranjeros tan barceloneses como los italianos y las italianas que han elegido vivir en la ciudad.
Es difícil encontrar otra comunidad de expatriados que haya conseguido infiltrarse tanto en la vida cultural, social, económica y política de Barcelona. Parte de este colectivo asistió el viernes a la fiesta de despedida del ya expresidente de Seat, Luca de Meo. La actividad barcelonesa de este ejecutivo ha trascendido su propia empresa. Por ejemplo, ha jugado un papel activo en la asociación Barcelona Global y está en la junta del Cercle d’economia.
En el mismo homenaje estuvo Francesca Bria, que llegó a ser comisionada de Tecnología e Innovación digital del Ayuntamiento. O Alessandro Manetti, director del Istituto Europeo di Designescola Superior de Disseny. También ocupa un cargo en la administración municipal el italiano Lorenzo di Pietro, director ejecutivo de Barcelona Activa. Por poner sólo algunos de los ejemplos más relevantes de infiltración en ámbitos tradicionalmente reservados para los locales. Queda camino por recorrer en una UE que aspira a avanzar en una mayor integración, pero ninguna otra nacionalidad llegado tan lejos.
La italiana es la nacionalidad más numerosa de Barcelona, con más 36.000 personas registradas en el último padrón, aunque se sospecha que la cifra real es mucho mayor, por encima del doble. A principios de siglo, antes de que la crisis económica redujera las aportaciones nacionales al programa Erasmus y coincidiendo con el apogeo de Silvio
Berlusconi, miles de jóvenes (mujeres en su mayoría) procedentes de Italia buscaron refugio en Barcelona, en especial en Gràcia. Allí se ubica la activa librería italiana Le Nuvole.
El ritmo de llegadas no es tan intenso ahora, pero las relaciones son fluidas, sobre todo con las ciudades del norte, justo donde la Covid-19 se ha manifestado con más intensidad.
Miembros consultados de la comunidad italiana creen que ésta debería ser menos hermética y abrirse más a la ciudad, al tiempo que formulan la habitual queja por la incorregible frialdad de los catalanes como pueblo de acogida. Pero se sienten integrados. Tanto, que su vinculación con su escuela nacional es menor que en el caso de comunidades como la francesa o la alemana, que se articulan en torno a ella. Creen también que el consulado y otras instituciones hacen ya una buena labor de difusión de la cultura italiana. No piden más.
El reto compartido es que llegue la hora en que se pueda ser, a todos los efectos, barcelonés o barcelonesa de Gràcia, de Milán, del Guinardó o de Treviso.