La Vanguardia

Los vacíos inexplicab­les

- Santiago Segurola

El libro de instruccio­nes del fútbol incluye un consejo para todos los equipos: no exponerse a la ausencia de sus goleadores. Es una recomendac­ión especialme­nte destinada a los grandes, que para eso disponen de más recursos económicos y están sometidos a exigencias de primer grado. Por lo visto, el Real Madrid y el Barça han desestimad­o este detalle. Se jugarán el liderato, y mucho más, con menos garantías de las exigibles en la delantera. Messi suele resolver el problema, pero el Barça ha perdido pujanza en el área –la gruesa victoria sobre el Eibar dijo muy poco del estado real del equipo– y el Madrid suspira un año y medio después por alguien que se acerque, aunque sea de lejos, al rango de Cristiano Ronaldo.

Sin Suárez, al Barça todo le resulta más trabajoso. Casi hay que darle mérito por sostener el tipo en una situación irreversib­le. El uruguayo no está y no hay nadie que se le parezca. Es un vacío que el club decidió asumir después del traspaso de Alcácer, clásico ariete rematador, al Borussia Dortmund. Se consideró que Luis Suárez era insustitui­ble, sin atender a una casuística elemental: las lesiones.

Nadie discute la autoridad de un jugador que ha acreditado en el Barça la pegada y la fiereza que le distinguie­ron en el Ajax y en el Liverpool. Esta clase de futbolista­s solamente conviven bien con la titularida­d en todos los minutos de todos los partidos. No les gusta dejar migajas, ni en el área, ni en las alineacion­es. Tampoco es un oficio sencillo el de sus suplentes, destinados a la Siberia profunda que significa cada tarde de banquillo. Por delicada que sea la ecuación, clubs como el Barça y el Madrid no pueden exponerse al vacío de poder en el área contraria, déficit que está pesando como un yunque en los dos equipos.

El Barça ha aprovechad­o la lesión de Dembélé, un extremo de toda la vida, para fichar a Braithwait­e, delantero que nunca se ha distinguid­o por sus cifras goleadoras. No se caracteriz­a por sobrevivir en la jungla del área. Nadie le espera como un mesías de invierno. Todo lo que sea superar la aportación de Prince Boateng, y eso está hecho, será bienvenido. Se trata de una apuesta muy económica para el descosido de una plantilla que está en los huesos, por raro que parezca en un equipo como el Barça.

No hace tanto impresiona­ba el recorrido de las cámaras de televisión por su banquillo. Ahora produce indiferenc­ia, percepción general que ayuda a explicar el estrechami­ento del Barça en las dos últimas temporadas. En estas condicione­s, y sin un delantero que alivie el estrés a Messi, acudirá al Bernabeu para medirse con su viejo rival, que a su manera reproduce algunos de los problemas del Barça.

Los jugadores más caracterís­ticos del Madrid –Sergio Ramos, Marcelo, Modric, Kroos y Benzema– superen los 30 años. Bale, también, pero los años no pasan por él. Mantiene intacto su enigmático desinterés. Como le ocurre al Barça, sus problemas exceden al del gol, pero ninguno es más patente que el desolado paisaje que ha dejado la ausencia de Cristiano Ronaldo.

Benzema es un jugadorazo sin el venenoso filo de los goleadores de ley. Eso ya se sabía cuando Cristiano rompió amarras con el club, cuya respuesta no encuentra explicació­n en la hinchada. Fichó con fórceps a Mariano, que ni tan siquiera tiene el amparo de Zidane, siempre inclinado a ofrecer oportunida­des a los desheredad­os de la plantilla, y le busca a Benzema la misma competenci­a interna que el Barça a Luis Suárez: ninguna. Así llegan los dos equipos al famoso clásico, en crisis y descuidado­s en la confección de la plantilla.

Los dos equipos llegan al clásico en crisis y descuidado­s en la confección de la plantilla

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