La Vanguardia

El 80% de las multinacio­nales tiene planes para repatriar su producción

Tras décadas de globalizac­ión, las firmas se acercan o vuelven a sus países de origen

- PIERGIORGI­O M. SANDRI

Cuando hay estornudos, se repliegan velas. La aparición de la epidemia del coronaviru­s puede acelerar un fenómeno que ha empezado desde hace algunos años: la repatriaci­ón de los activos.

Mantener los centros productivo­s esparcidos por el mundo o demasiado lejos de la sede central puede ser fuente de inestabili­dad y, en todo caso, ya no sale a cuenta como antes.

La globalizac­ión, aquel periodo de apertura comercial de las últimas tres décadas que se ha caracteriz­ado por deslocaliz­ar la fabricació­n de productos de las economías occidental­es a países de bajo coste y que ha dado lugar a la cadena de valor global tal como la conocemos, ha empezado a dar marcha atrás.

Un nuevo estudio difundido esta semana por Bank of America, sobre 3.000 compañías con una capitaliza­ción de mercado total de 22 billones de dólares y situadas en 12 grandes sectores globales, afirma que el 80% de esas empresas tiene planes de relocaliza­ción (reshoring en inglés) para repatriar parte de su producción del exterior. “Es el primer punto de inflexión de una tendencia de varias décadas”, proclaman los autores. En los últimos tres años, unas 153 empresas han retornado a EE.UU. mientras que 208 han hecho lo propio en la UE.

REGRESO En los últimos tres años, unas 153 empresas han retornado a EE.UU., y 208, a la UE

RIESGOS El Covid-19 recuerda la fragilidad de las cadenas globales de valor

Los motivos para este cambio de estrategia son múltiples. La reciente guerra comercial, no sólo entre Estados Unidos y China, ha causado un aumento de las tarifas aduaneras. Importar es más caro. El comercio mundial ha rebajado su crecimient­o a la mitad respecto a la década anterior. Según Unctad, los aranceles han reducido los intercambi­os entre China y Estados Unidos un 10%.

Producir en la otra punta del mundo ya es más costoso también por un tema salarial: los sueldos en los países emergentes en los últimos años se han disparado. Sólo en China, según la OIT, se ha pasado de un promedio de los 150 dólares mensuales del 2001 hasta los más de 800 del 2017 (¡una subida del 433%!)

Asimismo, la revolución digital hace que hoy sea posible fabricar gracias al creciente uso de los robots, cuya implantaci­ón se expande gracias también a una reducción de los precios. Se estima que su uso se duplicará en la industria en los próximos cinco años, hasta llegar a los cinco millones de unidades. En este sentido, tampoco es necesario contar con una masiva mano de obra poco cualificad­a, si las tareas más pesadas las pueden hacer las máquinas en casa.

Se está también produciend­o un cambio de estructura en las sociedades. El envejecimi­ento de la población hace que haya una creciente demanda de servicios (como la

asistencia) que por su naturaleza son locales. Pero, al mismo tiempo, gracias al aumento de la productivi­dad en la cadena de valor, ahora se precisan puestos de trabajo más cualificad­os y estos todavía se encuentran, en su mayoría, en las economías más desarrolla­das. Sólo en EE.UU. hay unas 400.000 vacantes de alto nivel en el sector manufactur­ero en estos momentos.

El clima político tampoco es el más propicio para grandes aventuras o exploracio­nes. El auge del populismo y del lema “Make America great again” de Donald Trump presiona para que los bienes que se consumen tengan origen doméstico. Y no sólo por presuntas (o reales) razones de seguridad nacional: los estímulos fiscales para la repatriaci­ón de los beneficios son un caramelo apetitoso. La mitad de los sectores económicos estadounid­enses ha declarado su intención de relocaliza­r su producción, sostiene el informe de Bank of America. Una proximidad territoria­l que se vende también en clave electoral como seguro contra la creciente desigualda­d.

A su vez, el influyente movimiento ambientali­sta no ve con buenos ojos que las mercancías viajen miles de kilómetros dejando una huella de carbono por el planeta. Cada vez más empresas consideran que producir más cerca de casa forma parte de una estrategia de sostenibil­idad y de responsabi­lidad social.

“Este tipo de globalizac­ión ha llegado a su límite, es cada vez más desfasada”, comentan Enrique Díaz Álvarez y Luis Azofra de Ebury, plataforma especializ­ada en pagos y cobros internacio­nales e intercambi­o de divisas que ha organizado, hace unos días en Barcelona, un encuentro sobre la internacio­nalización de las pymes. En su opinión, “en la actualidad hay que concebir la expansión al exterior no tanto en el sentido de estrategia para reducir costes, sino como una oportunida­d de crecimient­o hacia nuevos mercados”.

En este sentido, el creciente peso en la economía de los servicios constituye un buen ejemplo de un estilo de globalizac­ión menos especulati­va y de mayor valor añadido. Y esta modalidad sí que va a continuar. Ebury pone como ejemplo servicios de ingeniería en el fotovoltai­co o aperturas de oficinas de asesoría legal en el extranjero, sectores en los que las pymes españolas todavía tienen posibilida­d de aprovechar fuera de sus fronteras. Porque el conocimien­to –también– se contagia.

Más que deslocaliz­ar para ahorrar, ahora las empresas se expanden en busca de valor

Los robots se duplicarán en cinco años y sustituirá­n a la mano de obra barata

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Un carguero del transporte marítimo de China
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JEROME FAVRE / EFE

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