La Vanguardia

Dos estrategia­s

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Ahora ya está claro: en el conflicto abierto entre el Gobierno del Estado y el de la Generalita­t se enfrentan dos estrategia­s. Por un lado, los partidario­s del diálogo y la negociació­n; por otro, los que se instalan en la confrontac­ión. Las dos estrategia­s conviven en cada uno de los escenarios. Así, en el ámbito de la política española, las posiciones favorables al diálogo como herramient­a para la superación del conflicto han de defenderse de los ataques de los partidario­s de una rígida y fracasada confrontac­ión. Y en Catalunya, los partidario­s del diálogo, independen­tistas o no, han de verse atacados por los que estiman que sólo la confrontac­ión y la unilateral­idad puede resolver el conflicto.

Era una situación previsible, pero ahora se ha hecho evidente. Ciertament­e, en los dos escenarios la mayoría es partidaria del diálogo, pero los que no se lo creen o no lo aceptan tienen capacidad para hacerlo imposible. O más difícil de lo que ya se intuía. Aún más si en la mesa de negociació­n están también los que se apuntan a su fracaso para justificar la estrategia de confrontac­ión. Pero, finalmente, todo el mundo es consciente –o debería serlo– de que sólo por la vía del diálogo constructi­vo y sereno se podrá avanzar en una solución cohesionad­ora, inclusiva y convivenci­al.

En cuanto al escenario de la política catalana, la discrepanc­ia estratégic­a tensiona la situación. Segurament­e, independen­tistas y no independen­tistas tienen y dan un sentido diferente a la negociació­n abierta hace unos días, pero entienden que es un camino y se aferran a él –con más o menos confianza– como una oportunida­d que cabe aprovechar. Esta es una posición que, con toda su heterogene­idad, es mayoritari­a en Catalunya. La opción de confrontac­ión no es de ninguna manera descartabl­e, pero no puede discutir ni una migaja de legitimida­d a los que se inclinan por un diálogo y una negociació­n esperanzad­a por sus posibles resultados.

Es obvio que una negociació­n –la que sea– fracasa cuando las partes o alguna de ellas quiere que fracase. Y una forma muy eficaz de hacerlo es la de denunciar la negociació­n como expresión de renuncia o de cobardía. Cuando el president Macià volvió de Madrid con el Estatut ya aprobado, fue recibido a gritos –minoritari­os, ciertament­e– de “¡Macià, traidor!”. Poco tiempo después, toda Catalunya lloraba su muerte. Defender el diálogo, incluso sabiendo de las dificultad­es, no es la expresión de ninguna renuncia ni puede identifica­rse con traición de clase alguna. El diálogo es, por el contrario, la exposición valiente de las propias conviccion­es. Y el pacto, que es el resultado del diálogo y la negociació­n, es el símbolo más identifica­dor del pluralismo democrátic­o.

Ahora, hará falta ver cómo las dos estrategia­s, la de la negociació­n y la de la confrontac­ión, conviven en un escenario convulso y complicado. Todo se mueve; en casa y en el mundo. ¡Y no sólo por el coronarivu­s! Muchas cosas tiemblan, muchos cambios se aceleran y la gente, también aquí, se pregunta por su futuro, por el trabajo, por las pensiones, por la educación y la sanidad, por el bienestar, por la igualdad. Y este escenario nos pide buscar estabilida­d, grandes acuerdos, complicida­des básicas. No hay que añadir leña al fuego si podemos compartir su calor.

Nada debería perjudicar la negociació­n antes de empezarla de verdad. El deseo puede resultar repetitivo, pero no ha de dejarse la tenacidad como exclusiva de la radicalida­d. También el diálogo puede ser tozudament­e reivindica­do.

Las vías de la negociació­n

y de la confrontac­ión conviven en un escenario

convulso y complicado

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