La Vanguardia

Y dijo: “J’accuse...!”

- Núria Escur

Entro al Méliès como quien entra a la catedral, buscando desconexió­n, aunque a medida que me acerco siempre temo lo mismo: que ya lo hayan chapado. Pero ahí sigue, como un pequeño milagro de barrio. Es un cine de proximidad, recoleto, los lunes la sesión vale cuatro euros y en sus butacas flotas como en el mar Muerto.

Voy a otear la última de Roman Polanski por dos razones inefables: primero, porque me lo ha recomendad­o Lluís Permanyer, y, segundo, por la polémica que ha desencaden­ado en los César. Sí, por morbo. Tras ver centenares de manifestan­tes protestand­o contra las doce nominacion­es a una película hecha por un director que acaba de recibir una nueva acusación de violación, me siento como quien va a ver la obra de un degenerado. Me meto de lleno en el caso Dreyfus arrastrada por lo que tuvo de escándalo.

En la pantalla aparece la mujer de Polanski, Emmanuelle Seigner. Ha envejecido, ya no es la jovencita que entrevista­mos a principios de los noventa en el Festival de Cine de San Sebastián cuando presentaro­n Lunas de hiel. Entonces ella –embarazada de Morgane– miraba a Polanski con una candidez inusual buscando su aprobación en cada respuesta, y él, pletórico y veterano, levantaba su pulgar dando el OK. Creo que se amaban. Le preguntamo­s si estaba en paz y Polanski respondió: “No creí volver a ser feliz. A partir de ahora me puede pasar cualquier desgracia. Me da igual... ¡Valió la pena!”. Veintiocho años y muchos tsunamis después, Seigner sigue a su lado, inexplicab­lemente para muchos.

J’accuse –aquí El oficial y el espía– se me antoja un título paradójico para este hombre al que no puedo disociar del terror desde que Charles Manson ordenó matar a su segunda mujer, la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses y medio. ¿Quién queda indemne después de similar ritual satánico?

Pero da igual, porque, a media película, yo ya me he olvidado de Polanski y sus miserias. Disfruto viendo duelos, grafólogos, galones arrancados de solapas militares, ejemplares de L’aurore, capitanes de artillería, un hombre encerrado por traición en la isla del Diablo y a Émile Zola tragándose un marrón por defender la honestidad. Polanski puede ser culpable, pero su película es inocente.

Sólo después, cuando salgo a la calle, noche contaminad­a, me acuerdo del asunto. Un chico le pregunta al amigo por la película. “¡Muy buena! Lástima que sea de Polanski...”.

Zola se tragó un marrón y Polanski puede ser

culpable, pero su película es inocente

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