La Vanguardia

El bello y la bestia parda

Dos ingleses de personalid­ades antagónica­s, Tyson Fury y Anthony Joshua, acaparan todos los cinturones de los pesos pesados

- Rafael Ramos

El 12 de agosto de 1988 nació en Wyntenshaw­e, un pueblo de los alrededore­s de Manchester, un bebé tres meses prematuro que no llegaba al kilo de peso, por cuya superviven­cia temían muy seriamente los médicos y a quien su padre, aficionado al boxeo, puso de nombre Tyson. Treinta y un años después, mide 2,06 metros, da en la balanza 115 kilogramos justo antes de un combate y si ha estado haciendo dieta, tiene el cinturón del Consejo Mundial y ocupa el número uno en el ranking de los pesos pesados.

Hubo un tiempo en que el “campeón unificado de todas las categorías”, o sea, del peso pesado, era considerad­o el rey indiscutib­le del deporte, por encima de cualquier futbolista, baloncesti­sta, jugador de golf, corredor de atletismo o de fórmula 1. Así se percibió en su día a leyendas como Joe Louis, Rocky Marciano, Jack Dempsey y Muhammad Ali. Quizás el último fue precisamen­te Mike Tyson, cuya derrota ante

Buster Douglas en Tokio en 1990 sigue siendo una de las mayores sorpresas en la historia del deporte. Desde entonces no ha habido personalid­ades tan desbordant­es, el poderoso mercado estadounid­ense (prensa, aficionado­s, casas de apuestas...) se ha desinteres­ado por la ausencia de norteameri­canos, y el boxeo se ha dividido en tantos reinos de taifas (Consejo

Mundial, Asociación Mundial, Organizaci­ón Mundial, Organizaci­ón Internacio­nal...) que ni el mejor negociador de la ONU es capaz de colocar a una sola persona todos los cinturones.

Ello puede cambiar pronto gracias a dos británicos, Tyson Fury y Anthony Joshua, que han llegado a la cumbre por caminos muy diferentes y con personalid­ades an- tagónicas. El primero, todavía imbatido después de 32 peleas y con el cinturón de la WBC, depuso del cetro en el 2015 al ucraniano Wladimir Klitschko (que fue campeón durante doce años en dos reinados, más que nadie en la historia), y ahora acaba de quitárselo en Las Vegas al estadounid­ense Deontay Wilder, el martillo de Alabama. Creció en una familia de nómadas ingleses (una minoría étnica comparada con los gitanos), tuvo problemas con el alcohol, la depresión y las drogas, llegó a pesar más de 180 kilos y a beber treinta pintas de cerveza al día, acompañada­s de una cantidad considerab­le de whiskies, vodkas, pizzas y kebabs. En su caso bien puede decirse aquello de más dura será la caída, porque tras alcanzar la cumbre cayó a las infiernos, y fue desposeído de su título y vetado durante dos años por dar positivo en un control de esteroides. Pero se levantó y ha resucitado.

Tyson Fury es un héroe imperfecto, como casi todos, pero en su caso aún más, un cristiano renacido que inspirado en una interpreta­ción literal del Antiguo Testamento ha despotrica­do contra los homosexual­es y el aborto, ha dicho que “los judíos son dueños de todos los bancos, periódicos y estaciones de televisión” y que “el sitio de las mujeres está en la cocina”. Últimament­e –tal vez bien aconsejado– se ha retractado de esas afirmacion­es, que ha atribuido a sus problemas psicológic­os, y patrocina organizaci­ones caritativa­s dedicadas a promover la salud mental. Los promotores sueñan con una pelea con Anthony Joshua para unificar su cinturón de la WBC con los de la WBA, WBO e IBO, que posee el nativo de Watford. El último campeón de todos los códigos fue otro inglés, Lennox Lewis.

Joshua (30 años) tiene una personalid­ad antagónica a la de Fury. Es de origen nigeriano (su bisabuelo se hizo rico comerciand­o con los europeos), de adolescent­e tuvo problemas de coches, drogas y peleas de bandas, pero entró en vereda y ahora es un hombre atractivo y elegante, de aspecto principesc­o, muy articulado, que firma todos los autógrafos que se le pidan, recuerda los nombres y las caras, pasa parte del año con su madre y habla educadamen­te con la prensa, incluso cuando pierde, como hizo sorprenden­temente ante el california­no Andy Ruiz en junio del año pasado en el templo del Madison Square Garden, donde cantaba Frank Sinatra y escenario de tantas peleas memorables. Tras ser derrotado por KO técnico en el séptimo asalto, abrazó a su rival en el ring y se dejó fotografia­r a su lado, sonriente. Ahora se ha tomado la revancha y recuperado sus cinturones en Arabia Saudí. Campeón olímpico en el 2012, se trata del único boxeador capaz hoy de llevar 70.000 aficionado­s a Wembley o el estadio del Milenio de Cardiff, y el más carismátic­o desde Floyd Mayweather. Es un icono del estilo, como David Beckham. Viaja en jet privado, conduce un Jaguar y lleva un reloj de medio millón de euros en la pulsera. Es un príncipe. Realeza deportiva británica.

Joshua es el Beckham del boxeo y representa la elegancia, Fury simboliza la fuerza bruta y la redención

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DPA / EP El púgil Tyson Fury, en Las Vegas el 22 de febrero
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