La Vanguardia

Mujeres que también existen

- Jordi Évole

Ella pasaba por delante del edificio cuando iba andando hasta las playas de Barcelona. Pero ni miraba. Porque desde fuera tampoco se identifica demasiado. “Parece más un colegio. Pero no, es una cárcel”. Me he encontrado a muchos presos que de lo primero que me han hablado es de su inocencia. Ella no. “Me han pillado. Es tontería decir que no lo hice. Qué bobada”.

No le ha cogido por sorpresa acabar allí. “Cuando estás cometiendo un delito, existe la posibilida­d de entrar en la cárcel. Es hasta lógico”. Se llama Teresa y no es el prototipo de mujer presa. Al principio las internas pensaban que era una profesora del centro. Pero no, Teresa delinquió. Su delito fue económico. Una estafa. Bueno, unas cuantas. A empresas de crédito. “Gente que tiene. Nunca robaría a nadie que tenga menos que yo, eso está claro”. El delito no le supone una gran carga de conciencia. Lo único que le pesa es que también su hija estuvo implicada, y ahora comparten celda con otras seis internas de Wad Ras, que así se llama la cárcel. Una de ellas es colombiana. La pillaron con una maleta cargada de cocaína. Se quedó sin trabajo y optó por probar como mula (transporta­dora de droga). Y a la primera, la pillaron. Seis años de condena. Ahora trabaja en la cocina y en la peluquería de la cárcel haciendo manicuras, su especialid­ad. Le da para ahorrar y enviar dinero a su hijo que sigue en Manizales (Colombia).

Teresa estaba a punto de ser desahuciad­a. Y además se le estropeó la lavadora. Compró una a crédito con una nómina falsa. Vio lo sencillo que era engañar a una financiera que daba dinero con una facilidad asombrosa, y ella convirtió la estafa en su manera de vivir. O sobrevivir. Y se acostumbró. Vivía en una mentira, que además no quería compartir ni con su familia ni con sus amigos, para no convertirl­os en cómplices. Y se fue aislando. Rompió relaciones con todo el mundo. Vivía sola y estafando. “Ya estaba en una cárcel antes de entrar”. Pasaba mucho miedo por si la pillaban. Y la pillaron. Y su vida cambió. Y no a peor. “Delinquien­do vivía en un estrés continuo. Y en la cárcel me lo he quitado. El estrés y el miedo”.

Dentro de la cárcel ha recuperado a su familia. Su madre y sus hermanas van a visitarla. Ella se lo contó todo y la entendiero­n. Y ha aprendido que es más sociable de lo que pensaba. Y que la gente en todos los países es igual, porque en la cárcel hay gente de todas partes, y eso le aporta mucho. “Aquí hasta he acabado de entender a García Márquez a base de hablar con colombiana­s. No porque me cuenten nada de él, sino porque realmente viven en el realismo mágico. A veces vivo en Macondo”.

Tiene muy claro lo que quiere reivindica­r como mujer dentro de la cárcel: “Que existimos. La gente no sabe que estamos aquí. No hay conocimien­to de la cárcel afuera. Hay muchas pelis y muchas series, pero no se sabe la realidad. Y es importante que haya cárceles sólo de mujeres. La mayoría son mixtas, y con proporcion­es muy desiguales: 500 hombres y 30 mujeres. Todo lo que se haga en esa cárcel va a estar enfocado a los hombres”.

Mañana celebrarán el 8-M. Jessica, Wendy, Teresa, Coral, Amadora, Rosario, Lisbet,

Teresa y su hija, también implicada en una estafa, comparten celda con otras seis internas de Wad Ras

María Lola, Farah, Sanae, Lydia, Dara, Cristina, Marta, Alicia y todas las demás se juntarán en el patio. Cantarán, bailarán y reivindica­rán. “Es un día que parece que no estás en la cárcel. Luego dicen: ‘Recuento’, y se te pasa”. A su lado, otra interna, que se declara anarquista, discrepa. “Es un día en el que ganan ellos la batalla de la imagen. Mira que guais somos que nos gastamos dinero para que las reclusas pasen felices el 8-M. Pero hay más postureo que compromiso”. Igual eso no sólo pasa en la cárcel. También pasa fuera. “Pues corremos el riesgo de convertir el 8-M en otro Sant Jordi, donde es más importante comprar el libro que leerlo”. Y me queda claro que aquí entienden de sentencias.

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MARTÍN TOGNOLA
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