Aquí también se puede
Del Mahler grandilocuente y contrastante, al íntimo y profundamente elocuente hacia el interior. Todo un desafío interpretar –con una orquesta habituada a la ópera– su Segunda Sinfonía, una de las más transparentes, con gran exigencia de claridad en todas las secciones instrumentales y de equilibrio en el conjunto. Una gran labor de director y orquesta que a partir del tercer movimiento fluyó con más calidad. El reino de las tensiones de la música mahleriana empieza a ser compatible cuando el conjunto incorpora la obra, y los dos primeros movimientos plantearon –cada vez menos– cuestiones a resolver.
La intensidad del lenguaje fue ganando terreno en los músicos y el inicio del andante resultó equilibrado y con gracia no exenta de ironía. La acústica de la sala no es generosa con una orquesta tan arropada en el escenario en cuanto a proyectar brillo y algunos pasajes de la cuerda baja no redondearon el perfil. Sí resultaron eficaces los planos en el tercero con gran labor de vientos metales y con un formidable trabajo en el desenlace que animó al gran equilibrio con que culminó la obra.
Respuesta de aplauso de la cuerda en conjunto, violines, violas, cellos y contrabajos, bien asumida en los primeros atriles; brillo y precisión en las maderas –¡y qué decir de los metales!– con intervenciones tan complejas y de equilibrio. Todo propició un ambiente subrayado por el intenso pianíssimo del coro, en el que las voces hilaron momentos camerísticos con el violín. Un placer disfrutar del timbre y técnica de Cargill, voz de peso que fluye al agudo, subrayando esa intensidad casi religiosa, sin artilugio y bien sustentada, y buen trabajo de Reiss. En la labor de Pons con su orquesta se ve la importancia de un buen maestro que sabe asumir riesgos y conoce el camino. Enhorabuena.