La Vanguardia

En perfecto yugoslavo

- David Carabén

El otro día me di cuenta de que mi hijo Roc se estaba riendo de mí. Le hacía gracia que el trozo de burro de su padre resoplara de manera sonora, fastidiado, cada vez que el locutor de DAZN pronunciab­a el nombre del jugador argelino Riyad Mahrez. “Maháres”, decía... ¡No lo bastante satisfecho con añadir una sílaba inexistent­e al apellido, entre la “h” y la “r”, la hacía tónica! Es bien posible que esta “h” sea aspirada, en el árabe original, y que por lo tanto requiera una pausa incómoda, un mal trago para un locutor que no lo habla. Decir “Marés”, como hace todo el mundo, quizá es obviarla en exceso. Pero añadir toda una “a” tónica detrás sería un punto excesivo. “majares y Esteso, no te fastidia”, acabé gritando. Y Roc, serio: “¿Quién es Esteso?”.

La cuestión es que el locutor había adoptado un criterio muy peculiar. No pronunciab­a el City de Manchester City a la inglesa, por ejemplo, reforzando la sonoridad de la “t”, si hace falta, con una pequeña “s”, sino a la americana, como si la ciudad contara con una asistente de Apple propia, la Siri de Manchester... Y aunque Sheffield lo dijera bien, se encallaba con el Wednesday: “güed-nesdei”. Lo más sorprenden­te, sin embargo, llegó con un remate del brasileño Gabriel Jesus. “Jesuís”, dijo, como si fuera un yogur “Petit Suisse”... Me estaba trinchando los nervios. Quizá por eso, al día siguiente llamé al amigo Joan Maria Pou. “¿Cómo os lo hacéis, los locutores deportivos, para aprender a pronunciar nombres tan complicado­s, antes de un partido?”. Él, me dijo, que siempre intenta

El fútbol, este agente tan eficaz de la globalizac­ión, crea nuevos idiomas a medio camino entre el del deportista y el del espectador

hablar con compatriot­as del jugador en cuestión. La mayoría de veces, compañeros periodista­s. Pero otras veces, incluso, han llamado al consulado del país de origen del futbolista.

Después me planteó la cuestión, más compleja, de si se trata de pronunciar el nombre tal y como lo harían en su país de origen o sólo aproximars­e desde lo que permite la estricta fonética del idioma con que se retransmit­en los partidos. Joaquim Maria Puyal instauró en Catalunya Ràdio el criterio de que, en la pronunciac­ión de los nombres en otros idiomas, no se forzara nunca la fonética catalana. De aquí que Celades suene “salades”, Marcelo “marsèlu”, y Stoichkov “estòitxkof”.

En RAC1, en cambio, el equipo de Pou optó por el camino de en medio. “Se trata de que el oyente nos entienda enseguida, aunque a veces utilizamos fonética importada”. El fútbol, este agente tan eficaz de la globalizac­ión, crea nuevos idiomas a medio camino entre el del deportista y el del espectador. Me hace pensar en aquella retransmis­ión televisiva del discurso inaugural de los Juegos de Sarajevo, el año 84, en qué mi padre se echó a reír cuando, creo que era Matías Prats, celebró las palabras de Samaranch “en perfecto yugoslavo”.

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