La Vanguardia

Reinventar­se

Gemma Mengual, primera de las grandes sirenas, estudiará en Eada a partir de abril

- Sergio Heredia

Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo

Tolstoi

–Esto va a ser un antes y un después en mi vida –dice Gemma Mengual (42).

Y me hace pensar.

¿Cuántas veces habré entrevista­do a la sirena de los dos podios olímpicos? Acaso cinco o seis veces.

Cinco o seis veces en más de veinte años. Siempre a pie de piscina, siempre en el CAR de Sant Cugat.

En vísperas de unos Mundiales.

O de unos Juegos.

Una vez, incluso, la entrevisté dentro de la piscina. Aquello fue único: la gente de Laliga4spo­rts había montado una sesión con las sirenas de la sincro. Lanzaron al agua a un puñado de periodista­s y nos dijeron: –Esto es lo que hay.

Mientras hablábamos, Gemma Mengual me enseñaba a flotar.

Hice lo que pude.

(...)

Esto es lo que hay ahora.

Gemma Mengual me atiende en un aula de Eada Business School, la Escuela de Alta Dirección y Administra­ción. El 17 de abril, viernes, la sirena empieza a estudiar un máster en Liderazgo Transforma­dor, en una colaboraci­ón entre Eada y el CAR. Irá a clase cada viernes y cada sábado hasta diciembre. –Y eso que nunca me gustó estudiar –dice. –¿Y qué hace aquí, entonces?

Se lleva una mano a la frente. Resopla.

–Casualidad­es de la vida: una persona vinculada a Eada me había propuesto ser embajadora del máster. Me interesó saber qué era esto. Decidí investigar­lo. Estoy convencida de que supondrá un antes y un después en mi vida. La vida nos lleva a cambiar de rumbo, abrir la mente y reinventar­nos. –¿Reinventar­se? ¿Por qué?

–Hace tres años que colaboro con el equipo nacional de sincroniza­da, supervisan­do la tecnificac­ión y asesorando al dúo mixto. Y hace nueve años que tengo el restaurant­e (Sugoi, en

Sant Cugat). Entre el ajetreo, no eres consciente de que te estás estancando. Así que...

–¿A estudiar?

–Estoy acostumbra­da a los retos. Este será uno más.

Dice que irá a clases en el CAR y en Collbató. A veces, se quedará a dormir en la residencia de estudiante­s.

–Será como ir de colonias. Tendré que espabilarm­e y colocar a los niños (Nil, de 9 años; y Joe, 6). Llevo años sin hacer algo así, la verdad.

–¿Cree que el deporte de élite es una trampa? ¿No fagocita al deportista y le retrasa en su formación académica y profesiona­l?

–No lo veo así. El deporte te da muchas herramient­as. Lo que pasa es que debes ser capaz de salir de ese mundo y utilizar aquellas herramient­as.

–Si usted montara una empresa y tuviera que entrevista­r a hipotético­s empleados, ¿tendría en cuenta el pasado de cualquiera de ellos como deportista de élite?

Piensa por un buen rato.

Se echa hacia atrás.

Se lleva una mano a la barbilla. –Posiblemen­te lo tendría en cuenta. Un deportista de élite tiene un alto nivel de autoexigen­cia y trabajo en equipo. No se imagina cómo eran aquellos entrenamie­ntos. A veces lloraba. Los niveles de ácido láctico en una coreografí­a... y sin embargo, lo acababa haciendo todo. ¿Sabe una cosa?

–¿...?

–A veces me reúno con compañeras y nos preguntamo­s: ‘¿Te acuerdas de aquella sesión?’. Y a veces no nos creemos lo que éramos capaces de hacer. Borras aquel dolor.

–¿Le gustaba aquello? –Disfrutaba entrenándo­me. Al fin y al cabo, nunca me consideré una deportista perfecta. Conocí a otras más disciplina­das. Quise disfrutar de otras cosas. Desconecta­ba los fines de semana, no pensaba siempre en dormir diez horas o en comer sólo esto o aquello. Salía con las amigas, me iba a cenar. Pero cuando lo dejé, tenía la sensación de que lo había hecho todo. Es cierto que volví más tarde. Tras un parón de siete años, estuve en Río 2016. Pero ni me añoro de aquella época.

La época fue magnífica. El germen de una generación femenina excepciona­l, la que brilla hoy, en vísperas de Tokio 2020: los equipos de baloncesto, waterpolo, hockey o balonmano. Lydia Valentín, Carolina Marín, Mireia Belmonte, Garbiñe Muguruza, Ana Peleteiro, Sara Sánchez...

–¡Quién iba a decir que el deporte femenino alcanzaría esta repercusió­n! –vocea.

–¿Y qué piensa hacer con lo que aprenda en este máster?

–No lo sé. He sido líder en mi empresa, aunque no sé muy bien porqué. Monté el restaurant­e con mi hermana (Bárbara), con mi cuñado (Saulo Meireles) y con mi exmarido (Enric Martín). Era un sueño que compartía con mis hermanas. Me volvía loca el sushi: me decanté por la cocina japonesa... –Sus hijos estarán encantados...

Otra vez se echa hacia atrás:

–Mis hijos me dan la espalda. Nil sólo acepta el pollo teriyaki. Y Joe, los nigiri. –Habrá que reconducir­los. –Bueno, tengo muchas cosas en la cabeza. Llevo meses buscando mis dos medallas olímpicas. Sé que están en casa, dentro de alguna caja. De allí no han salido. Pero no hay manera: no aparecen...

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CÉSAR RANGEL Gemma Mengual, en Eada, el lunes pasado
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