La Vanguardia

Fatuma o la resilienci­a de las refugiadas en su ruta migratoria

Dos mujeres etíopes que llegaron a Barcelona a bordo del ‘Open Arms’, pendientes del asilo

- ROSA M. BOSCH DÍA INTERNACIO­NAL DE LA MUJER

Fatuma Ahmed, una de las 60 personas que desembarca­ron en julio del 2018 en el puerto de Barcelona tras ser rescatadas en frente de la costa de Libia por el Open Arms, intenta abrirse camino en Barcelona mientras espera la resolución de su solicitud de protección internacio­nal. Siendo mujer, etíope y con el doloroso lastre que implica haber sido retenida dos años en Libia, las dificultad­es se multiplica­n. Aun así, ha conseguido un empleo a tiempo parcial en un restaurant­e mientras intenta formarse para tener más oportunida­des laborales.

“Lo único que deseo es trabajar, no tener problemas, ahora vivo sin miedo. No quiero acordarme de Libia, sino lloraré”, comenta Fatuma, que el próximo 21 de mayo cumplirá 33 años. Ella quiere ver el vaso medio lleno y se esfuerza en esbozar una sonrisa que sólo se disipa cuando habla de su hija y de su hijo, que siguen en Etiopía.

Desde niña, Fatuma ha sufrido todo tipo de agresiones. “Mis padres pactaron mi boda cuando tenía 16 años con un hombre de 25, pero mi hermana aún lo pasó mucho peor, a ella la casaron a los diez, a los once marchó y ahora vive en Arabia Saudí”, relata en castellano. Tampoco escapó a la devastador­a práctica de la mutilación genital, que le fue practicada al poco tiempo de nacer en su pueblo, en la región de Amhara.

La prevalenci­a de la ablación del clítoris en Etiopía se sitúa en el 65,2% entre las mujeres de 15 a 49 años de edad. Aunque el Gobierno la prohibió se sigue practicand­o en zonas rurales del país.

Emabet Abure, compañera de Fatuma en el Open Arms, también pasó por este calvario cuando tenía ocho años .

De las tres mujeres que viajaban solas y fueron rescatadas por el barco de dicha oenegé, dos iniciaron en Barcelona los trámites para pedir la protección internacio­nal y la tercera siguió su ruta migratoria hacia otro destino europeo. Fatuma y Emabet, de 23 años, pasaron sus primeros doce meses en Catalunya en un albergue de la Fundació Sant Joan de Déu, en Sarrià. Hasta agosto del 2019, no fue aprobado su acceso al programa estatal de acogida.

Aunque el protocolo fija empezar por la primera fase, de seis meses, Fatuma y Emabet entraron directamen­te en la segunda que durante un año prepara a los que piden asilo para encarar la autonomía. Ambas disponían de permiso de trabajo desde febrero del 2019 y actualment­e mantienen su empleo de media jornada en restaurant­es etíopes de Barcelona. De Sarrià fueron a la Llar Sant Joan de Déu de Manresa y actualment­e cada una vive en un piso compartido con otras personas.

Durante este tiempo han seguido cursos de castellano y en el caso de Fatuma también para cuidar a personas mayores. A Emabet le gustaría formarse como cocinera, aunque en su caso debe mejorar el aprendizaj­e de lenguas. No son pocas las personas que concluyen el programa estatal y tienen que afrontar su independen­cia con muchas dificultad­es para comunicars­e en castellano o en catalán.

Emabet, acompañada de Clara Ferrer, coordinado­ra técnica de protección internacio­nal de la Llar Sant Joan de Déu de Manresa, se esfuerza por explicar cómo ha sido la última etapa de su vida desde que dejó Etiopía, a los 19 años, y pasó también por el infierno libio. Cuenta que antes logró evitar una boda pactada por su tía, con la que vivía, cuando tenía 15 años. Nunca fue a la escuela aunque en casa aprendió a leer y escribir en amárico.

Fatuma tuvo a su hija a los 18 años y a su hijo a los 21 . Pronto fue víctima de un marido maltratado­r. “Me pegaba, no me dejaba trabajar ni separarme”, comenta. Aguantó casi 14 años hasta que decidió escapar. Sudán, Egipto y Libia, donde estuvo

AGRESIONES DESDE LA INFANCIA Fatuma no pudo escapar a la ablación ni tampoco a un matrimonio forzado

EN BARCELONA

Emabet y Fatuma trabajan a tiempo parcial en restaurant­es etíopes

año y medio limpiando una casa, encerrada. Cuando pudo salir explica que la apresó la policía. Otros seis meses en la oscuridad, hasta que una mujer la ayudó a escapar.

El siguiente capítulo de su historia lo comparte con Emabet. Ambas subieron a una precaria lancha que las dejó a ellas y al resto de migrantes a la deriva. El Open Arms los rescató y los dejó en Barcelona, después que se les negara desembarca­r en otros puertos del Mediterrán­eo.

Fatuma ha exhibido una enorme capacidad de sobreponer­se a obstáculos, a malos tratos, a agresiones. Una descomunal resilienci­a. “La evolución de Fatuma ha sido ejemplar. Llegó a la fundación muy cohibida, con miedo a relacionar­se con la gente y ahora es muy sociable, se ha apuntado a varios cursos, tiene una voluntaria que es su referente y es muy perseveran­te en el aprendizaj­e del idioma”, subraya Griselda Bereciartu, que fue su primera profesora de castellano en Barcelonac­tua.

El itinerario que surcan miles de africanos para llegar a Europa a través de Libia se convierte en una eficaz trampa montada por traficante­s de seres humanos. Muchas personas caen en sus redes. Hay quien lo verbaliza y quien se bloquea y lo guarda para sí.

El Consejo de Seguridad de Naciones

Unidas denunció en su informe de septiembre del 2019 “los abusos descontrol­ados de migrantes y las miserables condicione­s de hacinamien­to en los centros de detención de Libia”, y recordó que tras la cumbre UA-UE se iban a tomar medidas para luchar contra el tráfico y el maltrato en la ruta migratoria del Mediterrán­eo central.

Las mujeres solas son presa más fácil de las bandas criminales.

“Ahora estoy tranquila, sin miedo”, repite Fatuma, que a través de la Fundació Mambré ha conseguido un piso en l’hospitalet de Llobregat compartido con otras tres mujeres. Emabet vive con una familia hondureña junto a la plaza de España, cerca del restaurant­e etíope al que acude cada tarde.

Durante los doce meses de la segunda fase del programa estatal de acogida tienen derecho a una ayuda de 350 euros al mes para cubrir sus necesidade­s básicas y de un máximo de 376 para la vivienda, detalla Clara Ferrer, de la Llar Sant Joan de Déu de Manresa. Las personas que trabajan, como es el caso de Fatuma y Emabet, descuentan su sueldo de estas ayudas.

“Tengo miedo de que no me renueven la tarjeta roja –el documento que le permite acceder a un contrato mientras no se resuelva su petición de protección internacio­nal– hay otros chicos del Open Arms que han acabado en la calle, les denegaron el asilo”, lamenta Fatuma.

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LLIBERT TEIXIDÓ Pendiente de la protección internacio­nal. Fatuma, en Barcelona, ciudad a la que llegó en julio del 2018

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