El falsificador que engañó a Goering
El expolio y tráfico de obras de arte fue sólo la parte “glamurosa” de una operación ingente de saqueo de todo tipo de bienes que iban desde viviendas de lujo hasta simples juguetes de niño, pasando por coches, joyas o ropa. A judíos, gitanos y eslavos se les arrebataba todo sin más; al resto de ciudadanos de países enemigos se les compraba a precio irrisorio. Así “se borraba la creatividad” del arte contemporáneo, básicamente el que se hacía en Francia, y los jerarcas nazis se erigían en “príncipes de la cultura europea” en tanto que propietarios de gran parte del legado de los clásicos. Además, el arte era uno de los pocos bienes seguros con que comerciar. Y Hitler y los suyos partían con la ventaja de haber devaluado las monedas de los países invadidos. Una operación redonda. Sin embargo, uno de los falsificadores que medraron a la sombra del pingüe negocio del expolio fue más listo que los saqueadores. Hablamos –en este caso habla Martorell en su libro– del inconmensurable Han van Meegeren, pintor de entrada mediocre. En vez de limitarse a copiar, el tipo se aprovechó de la falta de información sobre parte de la trayectoria del gran Vermeer para crear toda una supuesta “etapa religiosa” del autor de La joven de la perla .Y uno los Vermeer que se inventó, Cristo y la adúltera, se lo colocó ¡a Goering! Cuando al terminar la guerra lo detuvieron bajo acusación de colaborar con los nazis en el expolio, Meegeren decidió confesar para que le cambiaran la acusación por la de simple fraude. No le creían; sus obras parecían tan auténticas... Pero él aportó pruebas: ante varios testigos, pintó su último Vermeer. Y la condena se limitó a un año, aunque él murió de infarto enseguida. Goering, dicen, se puso furioso cuando se enteró del tongo, en prisión, antes de suicidarse.