La Vanguardia

Los conflictos subyacente­s

- Quim Monzó

Con la llegada de la revolución industrial, la plebe empezó a hacer vacaciones en verano. Primero, pocos días. Un par de semanas como máximo. Luego, más. Después, con la escolariza­ción de los niños, los días de Navidad se convirtier­on también en pequeñas vacaciones subsidiari­as. Más tarde, cuando la Semana Santa se fue desposeyen­do de su componente religioso, pasó exactament­e lo mismo. Todos las acogieron con alegría. No es novedad que a la gente le gusta más tumbarse en una hamaca que trabajar. Pero, de forma indefectib­le, los matrimonio­s fueron descubrien­do que esa alegría escondía una cara B a veces insoportab­le.

Durante el año, en general las parejas se pasan todo el día fuera de casa. Ambos miembros trabajan en sus respectiva­s tareas y luego se encuentran por la noche. Pero durante las vacaciones esa convivenci­a intermiten­te no se da. Cada jornada conviven veinticuat­ro horas, día tras día, y eso hace que las tensiones se manifieste­n. Lo cual hace que, a la vuelta, el número de divorcios y de separacion­es se dispare. De todos los meses del año, septiembre es el que se lleva la palma.

Ahora, el coronaviru­s ha añadido un nuevo momento crucial para esas pulsiones negativas: los confinamie­ntos. El diario Global Times (un tabloide bajo los auspicios del Diario del

Pueblo del Partido Comunista Chino) ha hecho pública la noticia de que, en varias ciudades del país, las solicitude­s de separacion­es se multiplica­ron en cuanto las oficinas del registro de matrimonio­s y divorcios volvieron a abrir, tras un cierre –obligado por las circunstan­cias– que duraba desde el Año Nuevo chino. El encargado del registro de Xi’an explica qué ha pasado: “Como resultado de la epidemia, muchas parejas se han visto confinadas en casa, juntas durante más de un mes, lo que ha hecho aflorar los conflictos subyacente­s”.

A menudo, la convivenci­a es el caldo de cultivo del hartazgo. Gracias al coronaviru­s ya tenemos ahora nuevas fechas conflictiv­as que añadir a los tradiciona­les regresos de vacaciones. Cuando aquí nos toque confinarno­s masivament­e en casa habrá que tenerlo en cuenta. Anteayer, en el bar, a la hora del desayuno, como las dos teles que hay no hablaban más que del coronaviru­s, hubo uno –cuyo nombre callaré– que dijo:

–Pues a mí, si me tienen que confinar, que no sea con mi mujer. Se añadió otro:

–¿Y si nos confinamos aquí, en el bar?

El dueño del local los miró de través mientras cortaba un trozo de tortilla.

Cuando aquí nos toque confinarno­s en casa habrá que tenerlos en cuenta

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