La Vanguardia

A la orden, Quim

- Pilar Rahola

Ayer Quim Monzó hizo una petición en forma de tuit calentito, cosa que se agradece en estos tiempos tan anticoncep­tivos. Decía el maestro:

“¿Podríamos dejar el coronaviru­s aparte –ni que fuera por unos días– y volver a hablar del Satisfyer, como hacíamos hace unos meses?”. Y como las peticiones de Monzó son órdenes para los pobres mortales, aquí está esta humilde columna que tiene la precaria intención de decir algo sobre el tema.

¿Por qué todo el mundo habla del Satisfyer? Y no me refiero a la prensa, que ha dedicado espacios generosos, algunos, con confesione­s personales de la experienci­a, todas ellas con gran alegría lectora. No.

Antes de que la pandemia del coronaviru­s infectara micrófonos, redes y conversaci­ones, el tema estrella, allí donde hubiera más de dos personas, eran las gracias del aparato que eleva la alegría femenina a cotas nunca vistas. Además, la mayor parte de las usuarias llegaban muy pronto a la velocidad once, la máxima del aparato, y, ciertament­e, la alegría de todas ellas era tan inconmensu­rable, que sólo hablarlo ya subía la libido. Es decir, a diferencia del mecanismo digital, que necesita paciencia y perseveran­cia, y que no siempre da resultados estratosfé­ricos, el Satisfayer

lo hace todo al mismo tiempo: velocidad cósmica y cima conquistad­a, sin opción de medias tintas o fracaso. El orgasmo femenino, pues, ha explotado en toda su dimensión, tanto la pública como la privada, convertido en un ejercicio más habitual y exitoso de lo que debía de ser costumbre. No parece, pues, que pueda haber críticas a tan simpático aparato, que ha llegado al mundo de las mujeres para dejarnos, aparte de un humor excelso, unos músculos más elásticos, una mejor circulació­n y un cutis rejuveneci­do. Si, además, sirve para habituarno­s a la alegría solitaria y a normalizar públicamen­te el orgasmo femenino, eternament­e sepultado bajo escombros de prejuicios, resulta un gran invento. Bienvenido, pues, este juguete eróticofes­tivo que da tantas alegrías.

Con una única pega. El problema es que el Satisfyer es como la comida rápida, que se salta todos los preámbulos que las mujeres hacemos para llegar a la cima. No necesita imaginació­n, ni manualidad, ni perseveran­cia, nada. Darle al botón, aumentar la velocidad, y a gritar como leonas. Sin embargo, ¿esta es la gracia? Porque, si necesitamo­s llegar al orgasmo tan deprisa y con tanta furia, perderemos el gusto por la pausa. Conclusión, mejor la fórmula combinada: un poco de velocidad cósmica artificial y mucha manualidad paciente, y a disfrutar, que ya nos toca.

El dedo necesita paciencia; el Satisfyer

lo consigue a velocidad cósmica

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