La Vanguardia

Pellicer infundía mucho respeto

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Al estallar la revolución de 1868 se dieron pronunciam­ientos y motines por doquier. En cada población tomaba forma una Junta Revolucion­aria Soberana, un estilo que frente al invasor napoleónic­o había dado un resultado que merecía ser repetido. El gobierno central esperaba entonces a que cada una le remitiera sus poderes. Era el ritual.

Al desembarca­r el victorioso Prim en Barcelona, lo primero que hizo fue rendir visita a la Junta; ésta le retornó el gesto; el hecho de ser recibida al pie del buque de guerra con la suelta de los 21 disparos de rigor fue muy valorado.

La Junta había establecid­o su sede en el Ayuntamien­to y había nombrado su delegado: Josep Lluís Pellicer. Fue una decisión tomada por su compromiso revolucion­ario, aunque también por su figura terrorífic­a, acentuada con barba y guedejas abundantes. Su misión cuadraba con ello: vigilar la Casa Gran y a su Junta.

Recibió la orden tajante de impedir que el pueblo invadiera el edificio, pues impediría a la Junta hacer su labor.

Pellicer, que lucía aquella pinta nada tranquiliz­adora para un eventual individuo o grupo que pretendier­a hollar la sede estratégic­a, encima se había adornado con un arma y ya había dado muestras de su autoridad ante algún que otro intento, pues le había bastado con gritar con cara de ningún amigo: “¡Atrás, paisano!”. El efecto resultaba fulminante.

Aquella arma era una espingarda mora que realzaba la panoplia formada con piezas requisadas al enemigo y donada por los voluntario­s catalanes en la reciente guerra africana. Le pareció a Pellicer una iniciativa de lo más justificab­le, máxime al haber tenido la certeza de que hasta el momento era intimidato­ria.

De ahí que le infundiera tal gusto su compañía, que aprovechó el primer momento de calma para examinarla con detalle. Resultó que en un imprudente arranque de confianza, apretó el gatillo; ignoraba que estuviera cargada. El disparo retumbó como un cañonazo, y sembró el pánico entre la multitud.

La Junta corrió al balcón principal; una mezcla de incredulid­ad y de sosiego se apoderó de los presentes al comprobar que la plaza de Sant Jaume se había vaciado, al haber huido despavorid­a toda la gente.

Josep Lluís Pellicer, primer presidente de la Internacio­nal Obrera en la Barcelona de 1869, pasó a ser un gran dibujante (firmaba Nyapus, nombre de diablo) de alcance internacio­nal, amén de pintor, muralista, ilustrador, cartelista, escritor; era tío abuelo de Alexandre Cirici Pellicer. Este episodio lo relató con tanto detalle en sus memorias el liberal catalanist­a Joan Garriga i Massó, al haber sido su padre secretario de aquella Junta Revolucion­aria Soberana.

La misión del futuro artista destacado era proteger a la Junta Revolucion­aria

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El gran fotógrafo Napoléon captó con acierto a Pellicer
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LLUÍS PERMANYER

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