La Vanguardia

Estúpidos y sentimenta­les

- Joaquín Luna

Bajo la lluvia y el granizo, en el mismísimo Anfield y de negro riguroso, un sublime Atlético eliminó al campeón de Europa a lo grande en unos de los ejercicios de superviven­cia más remarcable­s de los últimos tiempos.

La manera de naufragar o de ganar –o sea, de vivir– del Atlético de Madrid nunca fue anodina. Les va el sentimient­o y sus grandes momentos son las prórrogas, tan determinan­tes en el alma derrotista del club. Anoche, un suplente, Marcos Llorente, cambió la historia rojiblanca aunque sólo accedan a cuartos. Silenciaro­n Anfield o, para ser exactos, le sumieron en gritos de “¡Atlético!” gracias a esos más de dos mil seguidores, toda una paradoja en el primer día de pandemia.

Atlético de Madrid y Liverpool suministra­ron anoche a Europa un partidazo de 120 minutos, un último y glorioso chute porque el fútbol es una droga y a la vuelta de la esquina vienen días de mono, estadios vacíos y domingos con penitencia.

Intensidad, ritmo endiablado, entrega sin reservar un esfuerzo, postes, gol bien anulado al Atlético en el 90 y una prórroga cuyo ganador parecía fatalmente cantado pero que resultó ser el equipo de Luis Aragonés, de quien no está de más acordarse. El Liverpool era el equipo que batir en esta Liga de Campeones, de futuro incierto tal y como está el patio. Tuvo la fortuna de avanzarse en el marcador, a tres minutos del descanso, ante un Atlético de Madrid que jamás se descompuso –¡en Anfield! y no damos pistas–, uno de los pocos equipos que renuncia a jugar el balón desde atrás y en consecuenc­ia a complicars­e la vida.

A golpes, embates y arreones, entre

El Atlético de Madrid dio una lección de aguante como pocas, un chute ahora que viene un túnel sin fútbol

sufrimient­os y apuros, ganó el Atlético en la prorroga. El ritmo de los reds abrasa a los rivales y se reconocían sus once jugadores en la camiseta de campeón de Europa. Intimidan y lo saben. Frente a ese despliegue de movilidad coral, sin figuras, los contrarios aguantan lo que pueden y anoche la resistenci­a colchonera fue épica. La jornada más gloriosa del Atlético de Diego Simeone, el único entrenador del mundo que no sólo juega los partidos sino que disputa los balones divididos.

Fue el partidazo de Liverpool la última dosis de fútbol con verdad y emoción –once contra once, dos equipos, un árbitro y mucho público–, antes de entrar en ese túnel de lo desconocid­o. No es España, 1 de abril de 1939, la guerra ha terminado, pero sí un tiempo de silencio sin ninguna de las distraccio­nes –el fútbol– sobre las que giran nuestras vidas. Puede que sea un señal de que algo hacemos mal o acaso una demostraci­ón de nuestra insignific­ancia.

Estúpidos y sentimenta­les.

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